18/04/2016, 22:36
(Última modificación: 20/06/2016, 22:51 por Uchiha Akame.)
Esto está más oscuro que los huevos de un grillo...
Y vaya que si lo estaba. Anzu siempre se había imaginado las alcantarillas como las dibujaban en los libros que su madre le leía de pequeña, en la escena en la que los protagonistas se adentraban en sus profundidades para encontrar la guarida del malvado villano. Sin embargo, en aquellas historias el escritor contaba cómo era el lugar; pues tirarían de inventiva, porque no veo cómo alguien podría ver tres en un burro aquí abajo... Por fortuna, la alcantarilla por la que habían bajado daba a una amplia galería, por lo que al menos podrían caminar erguidos.
Anzu tropezó con un bulto delante de ella, y no tardó en reconocer la voz de Jin, que blasfemaba. La Yotsuki avanzó un poco más a tientas, aguzando el oído; pudo captar el rumor del agua a su izquierda, un caudal voluminoso que discurría a gran velocidad.
—¿Cómo demonios vamos a encontrar a nadie aquí abajo? —masculló la kunoichi—. Joder, huele a perros muertos.
—¿Qué esperaba la señorita, fragancia de jazmín y cerezo?
El vozarrón de Jin le transmitió cierta tranquilidad, por extraño que pareciese. Peor que morir ahogada bajo la presión del chakra de aquel mercenario sería perderse en la oscuridad y no volver a ser vista nunca más. Tras ella oyó pisadas, y dedujo que debía ser Daruu.
De repente un destello azulado la cegó por completo. Era una luz extremadamente tenue, pero el cambio que suponía frente a la oscuridad espesa y total era suficiente para deslumbrar a cualquiera. Al recuperar la vista, Anzu pudo comprobar que Jin sostenía en la palma de su mano una pequeña esfera —al menos lo era comparada con el tamaño de su manaza—, que emitía el mencionado brillo.
—¿Estamos? —interrogó, alumbrando tanto a la Yotsuki como al gennin de Amegakure—. Bien. Antes de nada, y atendiendo a las dudas de Daruu-san... Esta misión es relativamente secreta. Satoru-sama es el primogénito, lo que quiere decir que un día heredará la posición y los deberes de su padre. Bayushi-sama, en su sabiduría, entiende que las... Peculiaridades de Satoru-sama, podrían no ser vistas con buenos ojos. Es por eso que yo soy el encargado de buscarle, y que vosotros no vais a decir una sola palabra a nadie —sus ojos oscuros pasaron de un ninja a otro con gesto amenazador—. ¿Entendido?
—Que sí, que sí —respondió Anzu, con toda la seguridad en sí misma de la que fue capaz; muy poca—. Ahora, ¿tienes alguna idea de cómo encontrar a tu querido niño pijo?
Jin se cruzó de brazos, pensativo. Echó una mirada a su alrededor, que ahora estaba iluminado por aquel brillo azul. La galería era bastante amplia, y donde ellos estaban era apenas una cornisa de piedra que bordeaba el ancho canal. El agua era lodosa y sucia, y apestaba a mil demonios. El túnel seguía hacia delante, perdiéndose en la oscuridad, y de fondo sólo se escuchaba el susurro de aquel río de mierda. Literalmente.
—No puede haber llegado muy lejos. Incluso teniendo en cuenta el tiempo que me habéis hecho perder allí arriba, Satoru-sama no es un hombre atlético. Además, sus ropas no son las más indicadas para moverse por aquí, mucho menos las sandalias de madera que si mal no recuerdo, lleva —se frotó el mentón con impaciencia—. Debemos encontrarlo, temo por su bienestar. Los hombres como él deben siempre caminar con cuidado y no oler a otra cosa que cerezo, jazmín y lavanda...
Y vaya que si lo estaba. Anzu siempre se había imaginado las alcantarillas como las dibujaban en los libros que su madre le leía de pequeña, en la escena en la que los protagonistas se adentraban en sus profundidades para encontrar la guarida del malvado villano. Sin embargo, en aquellas historias el escritor contaba cómo era el lugar; pues tirarían de inventiva, porque no veo cómo alguien podría ver tres en un burro aquí abajo... Por fortuna, la alcantarilla por la que habían bajado daba a una amplia galería, por lo que al menos podrían caminar erguidos.
Anzu tropezó con un bulto delante de ella, y no tardó en reconocer la voz de Jin, que blasfemaba. La Yotsuki avanzó un poco más a tientas, aguzando el oído; pudo captar el rumor del agua a su izquierda, un caudal voluminoso que discurría a gran velocidad.
—¿Cómo demonios vamos a encontrar a nadie aquí abajo? —masculló la kunoichi—. Joder, huele a perros muertos.
—¿Qué esperaba la señorita, fragancia de jazmín y cerezo?
El vozarrón de Jin le transmitió cierta tranquilidad, por extraño que pareciese. Peor que morir ahogada bajo la presión del chakra de aquel mercenario sería perderse en la oscuridad y no volver a ser vista nunca más. Tras ella oyó pisadas, y dedujo que debía ser Daruu.
De repente un destello azulado la cegó por completo. Era una luz extremadamente tenue, pero el cambio que suponía frente a la oscuridad espesa y total era suficiente para deslumbrar a cualquiera. Al recuperar la vista, Anzu pudo comprobar que Jin sostenía en la palma de su mano una pequeña esfera —al menos lo era comparada con el tamaño de su manaza—, que emitía el mencionado brillo.
—¿Estamos? —interrogó, alumbrando tanto a la Yotsuki como al gennin de Amegakure—. Bien. Antes de nada, y atendiendo a las dudas de Daruu-san... Esta misión es relativamente secreta. Satoru-sama es el primogénito, lo que quiere decir que un día heredará la posición y los deberes de su padre. Bayushi-sama, en su sabiduría, entiende que las... Peculiaridades de Satoru-sama, podrían no ser vistas con buenos ojos. Es por eso que yo soy el encargado de buscarle, y que vosotros no vais a decir una sola palabra a nadie —sus ojos oscuros pasaron de un ninja a otro con gesto amenazador—. ¿Entendido?
—Que sí, que sí —respondió Anzu, con toda la seguridad en sí misma de la que fue capaz; muy poca—. Ahora, ¿tienes alguna idea de cómo encontrar a tu querido niño pijo?
Jin se cruzó de brazos, pensativo. Echó una mirada a su alrededor, que ahora estaba iluminado por aquel brillo azul. La galería era bastante amplia, y donde ellos estaban era apenas una cornisa de piedra que bordeaba el ancho canal. El agua era lodosa y sucia, y apestaba a mil demonios. El túnel seguía hacia delante, perdiéndose en la oscuridad, y de fondo sólo se escuchaba el susurro de aquel río de mierda. Literalmente.
—No puede haber llegado muy lejos. Incluso teniendo en cuenta el tiempo que me habéis hecho perder allí arriba, Satoru-sama no es un hombre atlético. Además, sus ropas no son las más indicadas para moverse por aquí, mucho menos las sandalias de madera que si mal no recuerdo, lleva —se frotó el mentón con impaciencia—. Debemos encontrarlo, temo por su bienestar. Los hombres como él deben siempre caminar con cuidado y no oler a otra cosa que cerezo, jazmín y lavanda...