19/04/2016, 00:29
(Última modificación: 19/04/2016, 00:31 por Uchiha Akame.)
Anzu notó que algo —o más bien, alguien— se escabullía entre sus piernas, como un cachorrillo asustado. Aquel pensamiento le sacó una sonrisa amarga cuando vio a Datsue, consciente pero todavía muy desmejorado, buscando refugio tras ella. Sin embargo, sólo le duró un instante; el tiempo justo para darse cuenta de que ella también estaba aterrorizada, y hubiera corrido tras las piernas de alguien más poderoso de haber podido. «Tras mamá...» De repente, sintió una punzada de dolor cerca del corazón.
—Que te den —masculló la Yotsuki, tratando sin éxito de patear con el talón a su compañero—. A la mínima que se despisten, salimos por patas...
De hecho, en aquel momento, parecía fácil. Porque cuando el tuerto hizo intento de acercarse a Datsue, aquel hombre al que todos respetaban y temían, al que llamaban Haskoz, se interpuso. Anzu observó absorta el movimiento, tan simple como un paso lateral, pero tan perfecto que por un momento le quitó el aliento; parecía como si aquel veterano luchador se hubiera movido justo lo que necesitaba. Ni un centímetro más. Ni uno menos. «Este tío sabe pelear».
A Katame no pareció impresionarle tanto. Cubierto de vómito y apestando a pescado, su barba color rojo sangre parecían las llamas del mismísimo Yomido. Y él, un demonio. Clavó su ojo sano en Haskoz y torció los labios en una mueca a medio camino entre cómplice y amenazadora.
—Ya veo —el semblante de Katame se iluminó con la luz de la clarividencia—. Así que este es el pequeño Datsue.
El pelirrojo retrocedió un paso, y por un momento Anzu creyó que todo había acabado. Nada más lejos de la realidad. Katame hizo rodar sus hombros con gesto marcial, dejando caer la capa de fina seda que llevaba esa noche. Quedó al descubierto entonces la wakizashi que llevaba colgada del cinturón; la vaina era negra por completo, al igual que la empuñadura. Un arma siniestra para un tipo siniestro.
—Estás demasiado viejo para esto, Haskoz-san. Hazte un favor y quítate del puto medio.
—Que te den —masculló la Yotsuki, tratando sin éxito de patear con el talón a su compañero—. A la mínima que se despisten, salimos por patas...
De hecho, en aquel momento, parecía fácil. Porque cuando el tuerto hizo intento de acercarse a Datsue, aquel hombre al que todos respetaban y temían, al que llamaban Haskoz, se interpuso. Anzu observó absorta el movimiento, tan simple como un paso lateral, pero tan perfecto que por un momento le quitó el aliento; parecía como si aquel veterano luchador se hubiera movido justo lo que necesitaba. Ni un centímetro más. Ni uno menos. «Este tío sabe pelear».
A Katame no pareció impresionarle tanto. Cubierto de vómito y apestando a pescado, su barba color rojo sangre parecían las llamas del mismísimo Yomido. Y él, un demonio. Clavó su ojo sano en Haskoz y torció los labios en una mueca a medio camino entre cómplice y amenazadora.
—Ya veo —el semblante de Katame se iluminó con la luz de la clarividencia—. Así que este es el pequeño Datsue.
El pelirrojo retrocedió un paso, y por un momento Anzu creyó que todo había acabado. Nada más lejos de la realidad. Katame hizo rodar sus hombros con gesto marcial, dejando caer la capa de fina seda que llevaba esa noche. Quedó al descubierto entonces la wakizashi que llevaba colgada del cinturón; la vaina era negra por completo, al igual que la empuñadura. Un arma siniestra para un tipo siniestro.
—Estás demasiado viejo para esto, Haskoz-san. Hazte un favor y quítate del puto medio.