21/04/2016, 01:00
«¡Santo Takamimusubi!», pensó Daruu, y arrugó la nariz, nada más aterrizar en el suelo de las alcantarillas.
Tal vez, no había percibido el hedor del cubo de basura antes porque estaba aterrorizado de la presencia de aquél mastodonte, pero Daruu tenía normalmente un muy buen olfato, y acababa de volverle de golpe. Dio una arcada y se tapó la nariz en el brazo. Como si eso fuera a solventar que estaban rodeados de mierda.
Irónicamente, no se veía ni una. Ni una mierda. Supo que Anzu y Jin estaban delante de él, a unos metros, porque los escuchó topetar en la oscuridad.
—¿Cómo demonios vamos a encontrar a nadie aquí abajo? —masculló Anzu—. Joder, huele a perros muertos.
—¿Qué esperaba la señorita, fragancia de jazmín y cerezo?
Con todo, la sarcástica pregunta de Jin le había pillado por sorpresa. Soltó una pequeña risilla que hizo eco en la galería y que se desvaneció un segundo después mezclándose con un sonido que era como el del viento soplando entre la rendija de una ventana abierta. Se tapó la boca con ambas manos, avergonzado.
De la boca las manos fueron a los ojos, porque a Anzu y a él les cegó un flash azulado que Jin sostuvo en la mano como una bombilla. Cuando se acostumbró al cambio de luz, vio que en realidad era muy suave, y se acercó disimuladamente para ver el objeto, o la técnica, no sabía qué diantres era —y eso es lo que le causaba más curiosidad—, que brillaba en la palma.
—¿Estamos? —Daruu asintió—. Bien. Antes de nada, y atendiendo a las dudas de Daruu-san... Esta misión es relativamente secreta. Satoru-sama es el primogénito, lo que quiere decir que un día heredará la posición y los deberes de su padre. Bayushi-sama, en su sabiduría, entiende que las... Peculiaridades de Satoru-sama, podrían no ser vistas con buenos ojos. Es por eso que yo soy el encargado de buscarle, y que vosotros no vais a decir una sola palabra a nadie. —El mercenario los oteó con un duro gesto. Daruu tragó saliva y asintió, despacio—. ¿Entendido?
Pero si la situación lo requería, aquella incursión iría a oídos de su Kage, eso seguro. Al fin y al cabo, eran ninjas, ¿no? Trabajaban con secretos y mentiras. «Y no tiene por qué enterarse de que es una mentira... Nosotros tampoco sabemos si lo que dice es verdad». Y eran perfectamente conscientes de que lo hacían por miedo y no por sentido de la responsabilidad.
—Que sí, que sí —respondió Anzu, poniendo una cara valiente poco convincente—. Ahora, ¿tienes alguna idea de cómo encontrar a tu querido niño pijo?
Jin se cruzó de brazos, pensativo. Dirigió sus ojos al entorno. Se encontraban en una especie de pasillo muy ancho. Ellos estaban apenas en una cornisa que ocuparía, a lo sumo, una décima parte de la superficie total de la galería. Por muy llena de excrementos y otros desechos que estuviese el agua, y sabiendo lo desesperado y potencialmente majara que estaba el tal Satoru, Daruu suponía que no le habría supuesto demasiado reparo meterse de lleno en la mierda.
—No puede haber llegado muy lejos. Incluso teniendo en cuenta el tiempo que me habéis hecho perder allí arriba, Satoru-sama no es un hombre atlético. Además, sus ropas no son las más indicadas para moverse por aquí, mucho menos las sandalias de madera que si mal no recuerdo, lleva —se frotó el mentón con impaciencia—. Debemos encontrarlo, temo por su bienestar. Los hombres como él deben siempre caminar con cuidado y no oler a otra cosa que cerezo, jazmín y lavanda...
—¿Y tú crees que no habrá preferido oler a caca de vaca por un día con tal de huir de nosotros? Parecía bastante desesperado cuando nos abordó en el puesto de ramen —dijo Daruu—. Puedo crear un puente con madera o una plataforma sobre la que movernos y cruzar. No sólo nos moveremos más rápido que él si ha decidido meterse ahí, sino que además no apestaremos más todavía de lo que ya debemos apestar cuando salgamos de aquí.
Miró a Jin, luego a Anzu, y luego se encogió de hombros.
—Qué queréis que os diga, a mí también me gusta oler a cerezo, jazmín y lavanda, no a basura. Y esto apesta.
Tal vez, no había percibido el hedor del cubo de basura antes porque estaba aterrorizado de la presencia de aquél mastodonte, pero Daruu tenía normalmente un muy buen olfato, y acababa de volverle de golpe. Dio una arcada y se tapó la nariz en el brazo. Como si eso fuera a solventar que estaban rodeados de mierda.
Irónicamente, no se veía ni una. Ni una mierda. Supo que Anzu y Jin estaban delante de él, a unos metros, porque los escuchó topetar en la oscuridad.
—¿Cómo demonios vamos a encontrar a nadie aquí abajo? —masculló Anzu—. Joder, huele a perros muertos.
—¿Qué esperaba la señorita, fragancia de jazmín y cerezo?
Con todo, la sarcástica pregunta de Jin le había pillado por sorpresa. Soltó una pequeña risilla que hizo eco en la galería y que se desvaneció un segundo después mezclándose con un sonido que era como el del viento soplando entre la rendija de una ventana abierta. Se tapó la boca con ambas manos, avergonzado.
De la boca las manos fueron a los ojos, porque a Anzu y a él les cegó un flash azulado que Jin sostuvo en la mano como una bombilla. Cuando se acostumbró al cambio de luz, vio que en realidad era muy suave, y se acercó disimuladamente para ver el objeto, o la técnica, no sabía qué diantres era —y eso es lo que le causaba más curiosidad—, que brillaba en la palma.
—¿Estamos? —Daruu asintió—. Bien. Antes de nada, y atendiendo a las dudas de Daruu-san... Esta misión es relativamente secreta. Satoru-sama es el primogénito, lo que quiere decir que un día heredará la posición y los deberes de su padre. Bayushi-sama, en su sabiduría, entiende que las... Peculiaridades de Satoru-sama, podrían no ser vistas con buenos ojos. Es por eso que yo soy el encargado de buscarle, y que vosotros no vais a decir una sola palabra a nadie. —El mercenario los oteó con un duro gesto. Daruu tragó saliva y asintió, despacio—. ¿Entendido?
Pero si la situación lo requería, aquella incursión iría a oídos de su Kage, eso seguro. Al fin y al cabo, eran ninjas, ¿no? Trabajaban con secretos y mentiras. «Y no tiene por qué enterarse de que es una mentira... Nosotros tampoco sabemos si lo que dice es verdad». Y eran perfectamente conscientes de que lo hacían por miedo y no por sentido de la responsabilidad.
—Que sí, que sí —respondió Anzu, poniendo una cara valiente poco convincente—. Ahora, ¿tienes alguna idea de cómo encontrar a tu querido niño pijo?
Jin se cruzó de brazos, pensativo. Dirigió sus ojos al entorno. Se encontraban en una especie de pasillo muy ancho. Ellos estaban apenas en una cornisa que ocuparía, a lo sumo, una décima parte de la superficie total de la galería. Por muy llena de excrementos y otros desechos que estuviese el agua, y sabiendo lo desesperado y potencialmente majara que estaba el tal Satoru, Daruu suponía que no le habría supuesto demasiado reparo meterse de lleno en la mierda.
—No puede haber llegado muy lejos. Incluso teniendo en cuenta el tiempo que me habéis hecho perder allí arriba, Satoru-sama no es un hombre atlético. Además, sus ropas no son las más indicadas para moverse por aquí, mucho menos las sandalias de madera que si mal no recuerdo, lleva —se frotó el mentón con impaciencia—. Debemos encontrarlo, temo por su bienestar. Los hombres como él deben siempre caminar con cuidado y no oler a otra cosa que cerezo, jazmín y lavanda...
—¿Y tú crees que no habrá preferido oler a caca de vaca por un día con tal de huir de nosotros? Parecía bastante desesperado cuando nos abordó en el puesto de ramen —dijo Daruu—. Puedo crear un puente con madera o una plataforma sobre la que movernos y cruzar. No sólo nos moveremos más rápido que él si ha decidido meterse ahí, sino que además no apestaremos más todavía de lo que ya debemos apestar cuando salgamos de aquí.
Miró a Jin, luego a Anzu, y luego se encogió de hombros.
—Qué queréis que os diga, a mí también me gusta oler a cerezo, jazmín y lavanda, no a basura. Y esto apesta.