24/04/2016, 04:35
El tiburón contempló la respuesta de su interlocutor con la suficiente seriedad que meritaba el asunto. Porque a pesar de todo se sentía un tanto identificado con la visión que tenía él de la responsabilidad de ser un shinobi; la cual iba más allá de las usuales pretensiones del ciudadano común de Onindo, quienes solían ver la profesión como una forma de descubrir la magia detrás del vistoso e inusual arte del ninjutsu.
Daruu simplemente lo describió como un trabajo noble «Tan noble como quien empuña la espada» y atribuyó como razón el hecho de tener lo que sonaba como una habilidad lo bastante particular y con ciertas raíces en la historia del mundo shinobi. Eso habría sido razón suficiente, pensó el tiburón, pero para sorpresa suya todo iba más allá.
»Puedo contarte mil y una excusas de por qué sigo siendo ninja. Que me gusta el Ninjutsu, que crear una nueva técnica es como diseñar tu propia receta de cocina... Ah, esa tontería se la he contado a mucha gente, y hasta ahora yo mismo me la creía. Pero la verdad es que... Sigo haciendo esto por cumplir una promesa que le hice a mi padre antes de que muriera.
Kaido supuso que Daruu podría haber enfrentado antes un existencial dilema sobre lo que ahora estaban hablando. Porque el pelinegro aceptó que estuvo mintiéndose a sí mismo durante un buen tiempo, para finalmente aceptar de que el verdadero motivo yacía expuesto en la infalible realidad de una promesa hecha a quien fuera en vida su padre.
Quien ahora estaba diez metros bajo tierra. Muertito.
Fue entonces cuando decidió cuestionar su propia existencia. Era quizás la tercera vez que lo hacía con la rigurosidad de alguien que realmente se interesa en su pasado, cosa que a él no parecía afectarle demasiado. Pero abarcó el supuesto en su cabeza lo más lejos posible del plano sentimental y decidió preguntarse a sí mismo, por estricta curiosidad: «¿Quién coño es mi padre?... y;
¿por qué soy un ninja?»
Lo primero, a sus cojones. Siempre pensó que sus padres le habían abandonado por su apariencia, lo que fundamentó la respuesta a la segunda interrogante. Y es que era un ninja por ser un Hozuki, ni más ni menos. Ellos le habían cuidado desde pequeño —aunque con métodos más usuales para una mascota que para un familiar— y se habían encargado de él. Le dieron un nombre, un hogar, y más importante: un objetivo.
No le importaba ser un arma. Siempre que fuera de utilidad, por supuesto.
Entre tanta dubitativa, quedó tan descolocado como Daruu, quien vio al suelo por un par de segundos para luego levantar la mirada con fingida alegría para zanjar el asunto. Ya había dicho demasiado, al parecer.
—Bueno, bueno, ¿qué tal si salimos a relajarnos a la orilla del río mientras las masas hacen lo suyo? Es una superstición, pero dicen que si las dejas a solas crecen más rápido.
No tuvo más remedio que asentir y tomar él la iniciativa de salir al exterior. Una vez fuera, dio un rápido vistazo a su alrededor y descubrió que salvo un par de ardillas mascando su nuez y un incesante panorama boscoso cubriéndoles a diestra y siniestra, se encontraban ellos nada más.
Frenó en seco y volteó a ver a su interlocutor. Tenía una buena idea para esperar a por la masa y no requería que se pusieran sentimentales.
—¿Que tal si entrenamos un poco?—sugirió—. por los vientos que soplan, este guapetón probablemente no participe en tu puto torneo y aunque me provoque una úlcera pensarlo; supongo que estaría bien que lo ganase alguien de mi jodida aldea.
Dio un par de brincos y su cuello tronó.
—Quizás pueda ayudarte a lograrlo, quien sabe. Y si al final ganas, podré decir que al menos una jodida onza de ese trofeo me pertenece.
Sus dientes se mostraron en una fugaz sonrisa y el resto quedó en manos del propio Daruu.
Daruu simplemente lo describió como un trabajo noble «Tan noble como quien empuña la espada» y atribuyó como razón el hecho de tener lo que sonaba como una habilidad lo bastante particular y con ciertas raíces en la historia del mundo shinobi. Eso habría sido razón suficiente, pensó el tiburón, pero para sorpresa suya todo iba más allá.
»Puedo contarte mil y una excusas de por qué sigo siendo ninja. Que me gusta el Ninjutsu, que crear una nueva técnica es como diseñar tu propia receta de cocina... Ah, esa tontería se la he contado a mucha gente, y hasta ahora yo mismo me la creía. Pero la verdad es que... Sigo haciendo esto por cumplir una promesa que le hice a mi padre antes de que muriera.
Kaido supuso que Daruu podría haber enfrentado antes un existencial dilema sobre lo que ahora estaban hablando. Porque el pelinegro aceptó que estuvo mintiéndose a sí mismo durante un buen tiempo, para finalmente aceptar de que el verdadero motivo yacía expuesto en la infalible realidad de una promesa hecha a quien fuera en vida su padre.
Quien ahora estaba diez metros bajo tierra. Muertito.
Fue entonces cuando decidió cuestionar su propia existencia. Era quizás la tercera vez que lo hacía con la rigurosidad de alguien que realmente se interesa en su pasado, cosa que a él no parecía afectarle demasiado. Pero abarcó el supuesto en su cabeza lo más lejos posible del plano sentimental y decidió preguntarse a sí mismo, por estricta curiosidad: «¿Quién coño es mi padre?... y;
¿por qué soy un ninja?»
Lo primero, a sus cojones. Siempre pensó que sus padres le habían abandonado por su apariencia, lo que fundamentó la respuesta a la segunda interrogante. Y es que era un ninja por ser un Hozuki, ni más ni menos. Ellos le habían cuidado desde pequeño —aunque con métodos más usuales para una mascota que para un familiar— y se habían encargado de él. Le dieron un nombre, un hogar, y más importante: un objetivo.
No le importaba ser un arma. Siempre que fuera de utilidad, por supuesto.
Entre tanta dubitativa, quedó tan descolocado como Daruu, quien vio al suelo por un par de segundos para luego levantar la mirada con fingida alegría para zanjar el asunto. Ya había dicho demasiado, al parecer.
—Bueno, bueno, ¿qué tal si salimos a relajarnos a la orilla del río mientras las masas hacen lo suyo? Es una superstición, pero dicen que si las dejas a solas crecen más rápido.
No tuvo más remedio que asentir y tomar él la iniciativa de salir al exterior. Una vez fuera, dio un rápido vistazo a su alrededor y descubrió que salvo un par de ardillas mascando su nuez y un incesante panorama boscoso cubriéndoles a diestra y siniestra, se encontraban ellos nada más.
Frenó en seco y volteó a ver a su interlocutor. Tenía una buena idea para esperar a por la masa y no requería que se pusieran sentimentales.
—¿Que tal si entrenamos un poco?—sugirió—. por los vientos que soplan, este guapetón probablemente no participe en tu puto torneo y aunque me provoque una úlcera pensarlo; supongo que estaría bien que lo ganase alguien de mi jodida aldea.
Dio un par de brincos y su cuello tronó.
—Quizás pueda ayudarte a lograrlo, quien sabe. Y si al final ganas, podré decir que al menos una jodida onza de ese trofeo me pertenece.
Sus dientes se mostraron en una fugaz sonrisa y el resto quedó en manos del propio Daruu.