25/04/2016, 18:03
A aquella altura de la vida, pocas cosas eran capaces de sorprender al veterano Uchiha. Había visto de todo, había sufrido de todo… Sin embargo, cuando percibió un destello carmesí proveniente del ojo que supuestamente Katame no tenía, Haskoz tuvo que reconocer que aquello, en efecto, le había pillado por sorpresa. Más todavía que el misterioso poder que parecía tener la wakizashi de su antiguo camarada.
Pero no pareció inmutarse. Conocía muy bien a su viejo amigo. ¿Qué importaba que tuviese un ojo más? No tenía la sangre ni el poder de un Uchiha. Tan sólo era un ladrón, cuya creencia de poder dominar un ojo que no le pertenecía le llevaría a su perdición…
… De pronto Haskoz abrió la boca, incrédulo. Las aspas del Sharingan de Katame empezaron a revolverse, formando finalmente una espiral negra como la noche. No, no se sorprendía de que tuviese el Mangekyō. Se sorprendía de que tuviese ese Mangekyō.
Un repentino ataque de tos invadió su cuerpo, seca, obligándole a doblarse sobre sí mismo y expulsando un pequeño esputo sanguinolento que barnizó el suelo. El espectral esqueleto que le cubría y protegía parpadeó, perdiendo consistencia, y finalmente se volatilizó como una hoja seca en el interior de un incendio. Ahora se arrepentía de no haber acabado con él mucho antes. Un simple Genjutsu hubiese bastado. Pero se había dejado llevar por la maldita paciencia, había intentado demostrar la abrumadora diferencia de nivel que había entre uno y otro invocando al Susano'o y por culpa de eso ahora estaba en una situación comprometida.
Con el rabillo del ojo miró a Datsue, que todavía permanecía tras las piernas de su amiga como un cachorro asustado.
—¿Todavía no os habéis ido? —espetó a ambos, con la voz crispada.
A Datsue le dieron ganas de pegarle una hostia. ¿Quién se creía él para hablarle de aquella manera? Él no había pedido su ayuda, ni le había llamado, ni mucho menos le necesitaba. Lo único que quería era que desapareciese. Que desapareciese y nunca más volviese a saber de él, como ya había hecho en el pasado.
Apretó los dientes, cabreado porque aquello le afectase tanto. En una situación normal, ya se hubiese escaqueado de allí hacía tiempo. ¿Por qué entonces permanecía a la espera?
No le debo nada, se dijo, tratando de auto-convencerse. No le debo una mierda.
Miró a Anzu, que gateaba entre las sillas y las mesas del local hacia la puerta. No le costó esfuerzo en seguirla, haciendo lo propio, mientras se obligaba a no mirar atrás…
—Esto es por tí, Yachiru.
Una sombra de dolor tiñó la mirada de Haskoz durante un breve instante.
—¿Todavía me culpas por eso? —preguntó Haskoz, con voz cansada. Luego volvió a fijarse en el Mangekyō de Katame y su mirada recobró su habitual dureza—. ¿Cómo conseguiste ese ojo, hijo de puta?
Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra y, justo en ese momento, pareció resbalarse con el Nage Ono que acababa de tirar al suelo…
Pero sólo lo pareció.
Haskoz había pisado adrede el filo del hacha, adhiriéndolo al pie con el chakra de la misma forma que hubiese hecho para escalar un árbol. Cuando su pierna se fue hacia adelante, dejó de emitir chakra y el hacha voló, dando vueltas sobre sí mismo, directo al torso de Katame.
Acto seguido, y aprovechando la inercia de la patada al aire, Haskoz dio una voltereta hacia atrás, aterrizando con la suavidad de una pluma sobre una mesa circular, que se encabritó como un caballo desbocado poniéndose en vertical. Haskoz aguantó el equilibrio durante un breve segundo, con un pie en el canto de la mesa, para luego darle una patada con la pierna libre y hacer que se abalanzase sobre Katame.
Aquellos dos simples gestos, más propios de un artista de circo experimentado, no buscaban otra cosa que despistar a su enemigo. Despistar y darle el tiempo suficiente a Haskoz como preparar su verdadero movimiento: el esqueleto espectral volvió a envolver el cuerpo del Uchiha, y un enorme brazo surgió del torso esquelético, cayendo como un mazo enorme sobre Katame, como si éste tan sólo fuese un clavo salido al que había que enderezar.
Pero no pareció inmutarse. Conocía muy bien a su viejo amigo. ¿Qué importaba que tuviese un ojo más? No tenía la sangre ni el poder de un Uchiha. Tan sólo era un ladrón, cuya creencia de poder dominar un ojo que no le pertenecía le llevaría a su perdición…
… De pronto Haskoz abrió la boca, incrédulo. Las aspas del Sharingan de Katame empezaron a revolverse, formando finalmente una espiral negra como la noche. No, no se sorprendía de que tuviese el Mangekyō. Se sorprendía de que tuviese ese Mangekyō.
Un repentino ataque de tos invadió su cuerpo, seca, obligándole a doblarse sobre sí mismo y expulsando un pequeño esputo sanguinolento que barnizó el suelo. El espectral esqueleto que le cubría y protegía parpadeó, perdiendo consistencia, y finalmente se volatilizó como una hoja seca en el interior de un incendio. Ahora se arrepentía de no haber acabado con él mucho antes. Un simple Genjutsu hubiese bastado. Pero se había dejado llevar por la maldita paciencia, había intentado demostrar la abrumadora diferencia de nivel que había entre uno y otro invocando al Susano'o y por culpa de eso ahora estaba en una situación comprometida.
Con el rabillo del ojo miró a Datsue, que todavía permanecía tras las piernas de su amiga como un cachorro asustado.
—¿Todavía no os habéis ido? —espetó a ambos, con la voz crispada.
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A Datsue le dieron ganas de pegarle una hostia. ¿Quién se creía él para hablarle de aquella manera? Él no había pedido su ayuda, ni le había llamado, ni mucho menos le necesitaba. Lo único que quería era que desapareciese. Que desapareciese y nunca más volviese a saber de él, como ya había hecho en el pasado.
Apretó los dientes, cabreado porque aquello le afectase tanto. En una situación normal, ya se hubiese escaqueado de allí hacía tiempo. ¿Por qué entonces permanecía a la espera?
No le debo nada, se dijo, tratando de auto-convencerse. No le debo una mierda.
Miró a Anzu, que gateaba entre las sillas y las mesas del local hacia la puerta. No le costó esfuerzo en seguirla, haciendo lo propio, mientras se obligaba a no mirar atrás…
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—Esto es por tí, Yachiru.
Una sombra de dolor tiñó la mirada de Haskoz durante un breve instante.
—¿Todavía me culpas por eso? —preguntó Haskoz, con voz cansada. Luego volvió a fijarse en el Mangekyō de Katame y su mirada recobró su habitual dureza—. ¿Cómo conseguiste ese ojo, hijo de puta?
Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra y, justo en ese momento, pareció resbalarse con el Nage Ono que acababa de tirar al suelo…
Pero sólo lo pareció.
Haskoz había pisado adrede el filo del hacha, adhiriéndolo al pie con el chakra de la misma forma que hubiese hecho para escalar un árbol. Cuando su pierna se fue hacia adelante, dejó de emitir chakra y el hacha voló, dando vueltas sobre sí mismo, directo al torso de Katame.
Acto seguido, y aprovechando la inercia de la patada al aire, Haskoz dio una voltereta hacia atrás, aterrizando con la suavidad de una pluma sobre una mesa circular, que se encabritó como un caballo desbocado poniéndose en vertical. Haskoz aguantó el equilibrio durante un breve segundo, con un pie en el canto de la mesa, para luego darle una patada con la pierna libre y hacer que se abalanzase sobre Katame.
Aquellos dos simples gestos, más propios de un artista de circo experimentado, no buscaban otra cosa que despistar a su enemigo. Despistar y darle el tiempo suficiente a Haskoz como preparar su verdadero movimiento: el esqueleto espectral volvió a envolver el cuerpo del Uchiha, y un enorme brazo surgió del torso esquelético, cayendo como un mazo enorme sobre Katame, como si éste tan sólo fuese un clavo salido al que había que enderezar.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado