30/04/2016, 05:14
El carrusel de emociones continuaba en su interior, ante la respuesta de la kunoichi no pudo evitar recuperar la postura correcta con una mueca ya no de felicidad pero tampoco de tristeza, simplemente un ángulo llano. Katomi tenía toda la razón de su lado, ciertamente no era ni el lugar ni el momento para hablar de esas cosas aunque Mogura se sentía un poco confundido por la situación.
Quiso tomar la palabra por un momento pero sus labios no tuvieron la iniciativa suficiente como para decir algo antes de que la muchacha retomara el habla con una expresión realmente contrastante con la que había estado teniendo momentos atrás. Él no había podido tener a su padre nunca y su madre lo había dejado en manos de sus abuelos cuando muy joven, ese vacío eventualmente lo llenaron esas personas, y al imaginarse en una situación similar no podía evitar verse en un estado como el que se encontraba su compañera. No podía evitar ponerse un poco mal, le dolía ligeramente en su interior, en el mismo lugar donde estaba teniendo el carrusel de emociones.
Quería hacer algo para animarla pero no estaba seguro de qué podría servir, por lo que tendría que recurrir a una forma propia en la cual se le levantaba el ánimo. Tomó de un pequeño vaso que había sobre la mesa unos palitos de madera con los que se tomarían los fideos y también una servilleta.
Sosteniendo de la punta los palitos, golpeo dos o tres veces la mesa mientras se aclaraba la voz cerrando los ojos un segundo para visualizar interiormente el relato que estaba a punto de contar que estaba dedicado a su única espectadora, la peliblanco de la Lluvia.
Las deidades y los demonios, dos especies totalmente diferentes. Hay tantos para elegir si uno se toma el tiempo correcto para aprender sus nombres y lo que representan. Y ahí estaba en su barco un monje que según la leyenda había viajado a muchos lugares y se había tomado el tiempo de estudiar sobre muchísimos de rituales y cosas así.
A medida que iba relatando con palabras, acompañaba con gestos de manos y acciones como colocarse las manos sobre la cabeza extendiendo sus dedos para simular cuernos o puntas como si fuese un oni o juntando sus manos y cerrando los ojos como si estuviese rezando al nombrar al monje.
Ha sido difícil llegar hasta esta isla, Takuan. Pero ya podremos volver.
Dijo el monje al dueño del barco que le había ayudado a llegar hasta esa locación, no estaba muy seguro de todos los detalles pues eran varios, pero sabía que era para un ritual de esos de los monjes.
¿Para qué me decías que veníamos aquí? ¿Querías complacer a dios de la isla? ¿O al dios de los viajes en barco?
No seas atrevido, Takuan. Todos los dioses merecen respeto y se debe realizar los rituales adecuados o pueden molestarse.
Pues… no veo como la ira del dios de la isla pueda afectar mi vida… de todos modos ¿ya hiciste los rituales que corresponden para poder viajar a salvo?
Su tono de voz y el ángulo al que su mirada apuntaba cambiaban cada vez que entraba en el papel de un personaje u otro, el marinero tenía una voz tosca y gastada mientras que el monje hablaba con tranquilidad y serenidad, a su vez cada vez que entraba en ese rol sus ojos se cerraban y sus palmas se juntaban en su centro.
Ya hemos visitado esta isla desolada para apaciguar a su dios, y estamos haciendo un viaje en un barco bendecido especialmente por el dios de los viajes en barco, ya he hecho una ofrenda de pescado al dios de las creaturas marinas y me asegure de que sea uno podrido pues también hay que evitar hacer enfadar al dios de la comida, no hay que desperdiciar nada.
Todo parecía estar cubierto según lo pensaba el monje pero no había tenido en cuenta algo, que al hacer todas esas cosas también hacia enfadar a los demonios que se encontraban tranquilos en la isla o en las aguas, y cuando alguien te tira pescado podrido no te pones muy contento.
Takuan ¿por qué no has llevado por estas aguas?
¡Estas aguas están así por tú culpa! ¡Tú y tus rituales de mierda!
Las olas agitaban el barco de aquí para allá, no había mucha esperanza para esos dos, pero el monje se mantuvo firme sobre sus pies, tomó sus cuentas y empezó a rezar.
Pensé que ibas a dejar de meterte en problemas en cuando dejaste la espada…
Yo… bueno… creo que metí la pata de nuevo… ¿Cuántas van ya?
Un tercer personaje había entrado en escena y Mogura sostenía los palitos en una mano como si se tratase de una espada y en su otra mano sostenía la servilleta dejándola caer casi en su totalidad hacía delante.
Fudo Myo O comenzó a cortar las olas y a los demonios que las habían provocado, con esto las aguas se iban calmando, permitiéndoles así al monje y al marinero llegar a salvo a tierra.
¡Se terminó, no volveré a llevarte a ningún lado en mi barco!
No te preocupes, se terminó para mí esto de ser monje, tanto tiempo dedicado para que me traten de matar a cada lugar que voy, ni siendo guerrero me pasaban estas cosas, me volveré un granjero y me olvidaré de los dioses y demonios y de todo.
Mogura exageraba por momentos los gestos de los personajes un poco a propósito, pues así era su poco trabajado estilo de rakugo. Una vez terminó su relato hizo una ligera reverencia acompañada de una sonrisa hacía su única espectadora, no estaba seguro si iba a gustarle pero quizás la historia de un desdichado monje que intentó complacer a los dioses le haría pasar el momento.
¿Me puedo dedicar al rakugo o mejor me quedo entre los libros de medicina?
Preguntó dejando escapar una ligera risa.