15/05/2015, 07:06
Seiyo no daba tregua.
Kota no había empezado siquiera a probar su comida cuando les advirtió que tenían media hora para llegar a los dojo de entrenamiento. El mellizo de pelo blanco le observó con cara de pocos amigos, aunque evitó que su padre se percatara de ello; no quería tener problemas. Subió la mano con desinterés y se despidió del hombre, viéndole partir por la puerta principal. Ahora estaban los tres solos, quienes sabían la verdad. Intercaló la mirada entre su madre y su hermano, quien ahora que estaban solos, decidió responder a la bromilla que su hermano le había soltado momentos antes.
«Aunque lo digas en juego, hermanito... subir esas jodidas paredes es todo un desafío»
Aún así, Yota tenía razón. Ellos tenían la ventaja de poder estar juntos. Y no se trataba sólo de la comunión presente en el misticismo de aquellos medallones colgando en sus cuellos, sino de una hermandad que empezaba a dar sus frutos. En la vida, en los entrenamientos; en las situaciones más mundanas, pero con el garante de que uno siempre iba a estar allí para el otro, pasara lo que pasaba.
—Yo que sé, padre siempre intenta desafiarnos y hoy no creo que sea diferente. Aunque con la cara que ha puesto mamá, deduzco que será todo un reto, ¿verdad?
Naomi le miró y mantuvo silencio, mientras continuaba preparando el resto de bollitos de canela.
Kota dio un último bocado y limpió su boca con una de las servilletas dispuestas sobre la mesa. Luego se levantó en súbito y se estiró tanto como pudo para sacarse toda ese remanente de pereza que el temprano despertar le había causado. Dio también unos pequeños saltitos en su propio eje y amarró mejor y más fuerte la cola que disponía parte de su pelo hacia arriba.
—Todo listo, todo listo. ¡Hoy tendremos nuestra bandana, aú!
Kota no había empezado siquiera a probar su comida cuando les advirtió que tenían media hora para llegar a los dojo de entrenamiento. El mellizo de pelo blanco le observó con cara de pocos amigos, aunque evitó que su padre se percatara de ello; no quería tener problemas. Subió la mano con desinterés y se despidió del hombre, viéndole partir por la puerta principal. Ahora estaban los tres solos, quienes sabían la verdad. Intercaló la mirada entre su madre y su hermano, quien ahora que estaban solos, decidió responder a la bromilla que su hermano le había soltado momentos antes.
«Aunque lo digas en juego, hermanito... subir esas jodidas paredes es todo un desafío»
Aún así, Yota tenía razón. Ellos tenían la ventaja de poder estar juntos. Y no se trataba sólo de la comunión presente en el misticismo de aquellos medallones colgando en sus cuellos, sino de una hermandad que empezaba a dar sus frutos. En la vida, en los entrenamientos; en las situaciones más mundanas, pero con el garante de que uno siempre iba a estar allí para el otro, pasara lo que pasaba.
—Yo que sé, padre siempre intenta desafiarnos y hoy no creo que sea diferente. Aunque con la cara que ha puesto mamá, deduzco que será todo un reto, ¿verdad?
Naomi le miró y mantuvo silencio, mientras continuaba preparando el resto de bollitos de canela.
Kota dio un último bocado y limpió su boca con una de las servilletas dispuestas sobre la mesa. Luego se levantó en súbito y se estiró tanto como pudo para sacarse toda ese remanente de pereza que el temprano despertar le había causado. Dio también unos pequeños saltitos en su propio eje y amarró mejor y más fuerte la cola que disponía parte de su pelo hacia arriba.
—Todo listo, todo listo. ¡Hoy tendremos nuestra bandana, aú!