12/05/2016, 04:09
—Entiendo que hay dos shinobi de Takigakure entre nosotros. Uno de ellos desconocido para mí. Es por ello que es mi deber advertirles que no debo de ser el único sospechoso. Soy inocente, mi consciencia está limpia, pero si para estar tranquilos debo de estar encerrado lo haré. Sin ningún problema.
—Bien —afirmó el joven, aunque sin el mismo ímpetu de antes—. Yo mismo te...
Una ráfaga de viento sacudió las ropas de los pueblerinos e hizo tintinar los vasos que había tras la barra. La puerta de la taberna se acababa de abrir, y un hombre de aspecto cansado y ceño fruncido acababa de surgir.
Era Hiromi.
—Aquí no se va a encerrar a nadie. —No elevó la voz, pero su tono sonó firme como una roca ante una suave brisa de verano.
—Pero Hiromi —protestó el chico—. ¿No crees que es sospechoso…?
—Las sospechas hay que probarlas —le interrumpió el sacerdote—. De lo contrario, seríamos bárbaros. ¿O es que vamos a encerrar a todo aquel que te parezca sospechoso?
—Pero… ¿De verdad crees en la inocencia de este chico?
Hiromi miró a Karamaru durante un largo y tenso silencio. Luego, le devolvió la mirada a Rai.
—Lo que yo piense es indiferente. Hay una manera correcta de hacer las cosas, Rai. Y dejarnos llevar por el pánico no es la mejor de las soluciones, ¿no crees?
Los hombros de Rai se hundieron y agachó la cabeza.
—No —murmuró.
Hiromi dio una palmada y trató de esbozar un gesto más alegre. No lo consiguió.
—¡Bien! ¡Pues manos a la obra! ¡Que hay mucho que preparar! —exclamó, dando media vuelta y desapareciendo de la taberna camino arriba.
Tras unos segundos de silencio, la mayoría de las personas abandonaron la posada entre cuchicheos. Rai hizo lo propio, no sin antes lanzarle una mirada enigmática a Karamaru. Incluso Aiko se fue, tras despedirse de Yumiko con un gesto de mano. Las dos personas que se quedaron, dos mujeres entrada en la cuarentena, se acercaron a la esposa de Yoshi.
—¿Nos ponemos manos a la obra con eso? —preguntó una de ellas.
—Sí —asintió Yumiko, poniendo los brazos en jarras y suspirando—. Será mejor que empecemos o se nos echará el tiempo encima.
—Jo… ¿Entonces por qué estabas tan nervioso anoche...?
Le hubiese sentado mejor un puñetazo en la boca del estómago. El Uchiha abrió la boca, se quedó unos segundos sin saber qué decir y la cerró, sintiéndose terriblemente estúpido. Era de las pocas veces que se había quedado sin habla en su vida, y lo peor es que empezaba a convertirse en una costumbre en presencia de Noemi. ¿Por qué narices le ponía tan nervioso?
Lo peor de todo era que no le daba ni un respiro para recuperarse. Era como un huracán implacable, un oponente tenaz e incansable que no le permitía descansar ni por un segundo. Como una gata traviesa, gateó hasta alcanzar a Datsue y apoyó ambas manos sobre la pared, a cada lado de la cabeza del Uchiha, sin dejarle escapatoria. Luego, se inclinó hacia él.
—¿Seguro que no te pone...? —soltó, pícara, mientras empalagaba el olfato de Datsue con su aliento.
Estaba buena, lo sabía y se aprovechaba de ello. Datsue quería odiarla. Quería odiarla y detestarla con todas las fuerzas de su ser. Sin embargo, en aquel momento no podía pensar en otra cosa que no fuese en besarla.
Soy tan manipulable…
Aquel pensamiento prendió una llama ínfima en su ser. ¿Cómo era posible que Noemi hiciese lo que quería con él? Él, que se creía el un mentiroso y manipulador, dejándose manejar por una chica como un simple títere sin cabeza. Era patético.
El Sharingan con dos aspas centelleó en su mirada, como si creyese que su Dojutsu pudiese librarle del Genjutsu que ejercía Noemi sobre él. Acto seguido, rodeó la cintura de la kunoichi con una mano y la empujó de espaldas contra la cama, echándose sobre ella. Su rostro quedó a centímetros del suyo, mientras sus manos sujetaban las delicadas muñecas de la kunoichi y las apretaban contra el colchón.
—Si me he puesto tan nervioso —contestó al fin, mirándola a los ojos—, es porque a veces pienso que me tratas como un juguete. Como un objeto que usas sólo para divertirte… Dime, ¿es eso lo que soy para ti, Noemi?
—Bien —afirmó el joven, aunque sin el mismo ímpetu de antes—. Yo mismo te...
Una ráfaga de viento sacudió las ropas de los pueblerinos e hizo tintinar los vasos que había tras la barra. La puerta de la taberna se acababa de abrir, y un hombre de aspecto cansado y ceño fruncido acababa de surgir.
Era Hiromi.
—Aquí no se va a encerrar a nadie. —No elevó la voz, pero su tono sonó firme como una roca ante una suave brisa de verano.
—Pero Hiromi —protestó el chico—. ¿No crees que es sospechoso…?
—Las sospechas hay que probarlas —le interrumpió el sacerdote—. De lo contrario, seríamos bárbaros. ¿O es que vamos a encerrar a todo aquel que te parezca sospechoso?
—Pero… ¿De verdad crees en la inocencia de este chico?
Hiromi miró a Karamaru durante un largo y tenso silencio. Luego, le devolvió la mirada a Rai.
—Lo que yo piense es indiferente. Hay una manera correcta de hacer las cosas, Rai. Y dejarnos llevar por el pánico no es la mejor de las soluciones, ¿no crees?
Los hombros de Rai se hundieron y agachó la cabeza.
—No —murmuró.
Hiromi dio una palmada y trató de esbozar un gesto más alegre. No lo consiguió.
—¡Bien! ¡Pues manos a la obra! ¡Que hay mucho que preparar! —exclamó, dando media vuelta y desapareciendo de la taberna camino arriba.
Tras unos segundos de silencio, la mayoría de las personas abandonaron la posada entre cuchicheos. Rai hizo lo propio, no sin antes lanzarle una mirada enigmática a Karamaru. Incluso Aiko se fue, tras despedirse de Yumiko con un gesto de mano. Las dos personas que se quedaron, dos mujeres entrada en la cuarentena, se acercaron a la esposa de Yoshi.
—¿Nos ponemos manos a la obra con eso? —preguntó una de ellas.
—Sí —asintió Yumiko, poniendo los brazos en jarras y suspirando—. Será mejor que empecemos o se nos echará el tiempo encima.
Mientras tanto...
—Jo… ¿Entonces por qué estabas tan nervioso anoche...?
Le hubiese sentado mejor un puñetazo en la boca del estómago. El Uchiha abrió la boca, se quedó unos segundos sin saber qué decir y la cerró, sintiéndose terriblemente estúpido. Era de las pocas veces que se había quedado sin habla en su vida, y lo peor es que empezaba a convertirse en una costumbre en presencia de Noemi. ¿Por qué narices le ponía tan nervioso?
Lo peor de todo era que no le daba ni un respiro para recuperarse. Era como un huracán implacable, un oponente tenaz e incansable que no le permitía descansar ni por un segundo. Como una gata traviesa, gateó hasta alcanzar a Datsue y apoyó ambas manos sobre la pared, a cada lado de la cabeza del Uchiha, sin dejarle escapatoria. Luego, se inclinó hacia él.
—¿Seguro que no te pone...? —soltó, pícara, mientras empalagaba el olfato de Datsue con su aliento.
Estaba buena, lo sabía y se aprovechaba de ello. Datsue quería odiarla. Quería odiarla y detestarla con todas las fuerzas de su ser. Sin embargo, en aquel momento no podía pensar en otra cosa que no fuese en besarla.
Soy tan manipulable…
Aquel pensamiento prendió una llama ínfima en su ser. ¿Cómo era posible que Noemi hiciese lo que quería con él? Él, que se creía el un mentiroso y manipulador, dejándose manejar por una chica como un simple títere sin cabeza. Era patético.
El Sharingan con dos aspas centelleó en su mirada, como si creyese que su Dojutsu pudiese librarle del Genjutsu que ejercía Noemi sobre él. Acto seguido, rodeó la cintura de la kunoichi con una mano y la empujó de espaldas contra la cama, echándose sobre ella. Su rostro quedó a centímetros del suyo, mientras sus manos sujetaban las delicadas muñecas de la kunoichi y las apretaban contra el colchón.
—Si me he puesto tan nervioso —contestó al fin, mirándola a los ojos—, es porque a veces pienso que me tratas como un juguete. Como un objeto que usas sólo para divertirte… Dime, ¿es eso lo que soy para ti, Noemi?
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado