17/05/2015, 21:00
Los pasos acompasados y lentos de su madre lo acompañaban. Al otro lado, el arrastre de una mochila que pesaba mucho más que él. Y en el ambiente, un calor y un clima al que no estaba acostumbrado. Se limpió una gota de sudor de la frente y miró a Kiroe con queda súplica.
—Mamá, ¿no crees que nos hemos ido un poco lejos para hacer un picnic? —inquirió, con fastidio. Dejó caer la mochila y dejó caer también su cuerpo, recostándose sobre el tronco de un árbol.
Su madre suspiró y apoyó sus manos sobre su cadera. Sonrió maternalmente y le revolvió el pelo a su hijo. Este chasqueó la lengua con fastidio.
—¡Siempre el pelo! ¿Por qué tienes que tocarme el pelo? —se quejó.
—Vamos, vamos, no es para tanto —respondió Kiroe—. Hijo, lo siento, pero la verdad es que no hemos venido sólo a hacer un picnic. Me retiré hace mucho, pero un jonin amigo mío me ha pedido un favor y...
—¡No me jodas, todo este camino para eso!
Plas.
Una buena torta que había dejado marca. Eso es lo que recibió Daruu como respuesta.
—¡Basta! ¡Deja de hablarle a tu madre así, o aún volverás a casa sin comer! —dijo la matriarca, y agudizó el oído—. Al este del río Megami, una hora hacia el sur —Repitió las indicaciones tal y como las había aprendido antes de salir de Amegakure.
»Quédate aquí y no te muevas. Volveré dentro de dos horas, aproximadamente —Se agachó para coger un pequeño paquete de la mochila y se dispuso a marcharse subiéndose en la rama de un árbol cercano.
—Vale, mamá... —contestó el rubio, y Kiroe se perdió entre las copas de los robles.
Abrió la cremallera de la mochila y cogió un sandwich de jamón y queso. Distraído, la apoyó sobre un árbol, la cubrió con un montoncito de hojas y caminó en dirección al río fijándose por dónde estaba yendo para volver más tarde.
Allí se encontró con un extraño de frente, que tenía los ojos cerrados y una bandana de Uzushiogakure. Su primer encuentro con un ninja de otra aldea. Retrocedió un paso y chocó contra un manzano cercano, que se movió y dejó caer uno de sus frutos al agua, chapoteando.
«Mierda».
Negro era su pelo, y negra la trenza que salía desde la base de su cabellera. Negro, tan negro como las prendas que vestía. De su cuello colgaba el símbolo del Yin, atado con una fina cuerda. Tenía pendientes, de plata, con forma de aro.
—Ho... hola. —Se vio obligado a decir algo, porque la manzana había tenido que sacarle del trance.
—Mamá, ¿no crees que nos hemos ido un poco lejos para hacer un picnic? —inquirió, con fastidio. Dejó caer la mochila y dejó caer también su cuerpo, recostándose sobre el tronco de un árbol.
Su madre suspiró y apoyó sus manos sobre su cadera. Sonrió maternalmente y le revolvió el pelo a su hijo. Este chasqueó la lengua con fastidio.
—¡Siempre el pelo! ¿Por qué tienes que tocarme el pelo? —se quejó.
—Vamos, vamos, no es para tanto —respondió Kiroe—. Hijo, lo siento, pero la verdad es que no hemos venido sólo a hacer un picnic. Me retiré hace mucho, pero un jonin amigo mío me ha pedido un favor y...
—¡No me jodas, todo este camino para eso!
Plas.
Una buena torta que había dejado marca. Eso es lo que recibió Daruu como respuesta.
—¡Basta! ¡Deja de hablarle a tu madre así, o aún volverás a casa sin comer! —dijo la matriarca, y agudizó el oído—. Al este del río Megami, una hora hacia el sur —Repitió las indicaciones tal y como las había aprendido antes de salir de Amegakure.
»Quédate aquí y no te muevas. Volveré dentro de dos horas, aproximadamente —Se agachó para coger un pequeño paquete de la mochila y se dispuso a marcharse subiéndose en la rama de un árbol cercano.
—Vale, mamá... —contestó el rubio, y Kiroe se perdió entre las copas de los robles.
Abrió la cremallera de la mochila y cogió un sandwich de jamón y queso. Distraído, la apoyó sobre un árbol, la cubrió con un montoncito de hojas y caminó en dirección al río fijándose por dónde estaba yendo para volver más tarde.
Allí se encontró con un extraño de frente, que tenía los ojos cerrados y una bandana de Uzushiogakure. Su primer encuentro con un ninja de otra aldea. Retrocedió un paso y chocó contra un manzano cercano, que se movió y dejó caer uno de sus frutos al agua, chapoteando.
«Mierda».
Negro era su pelo, y negra la trenza que salía desde la base de su cabellera. Negro, tan negro como las prendas que vestía. De su cuello colgaba el símbolo del Yin, atado con una fina cuerda. Tenía pendientes, de plata, con forma de aro.
—Ho... hola. —Se vio obligado a decir algo, porque la manzana había tenido que sacarle del trance.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)