1/06/2016, 18:17
«De cerca, es mucho más imponente de lo que me esperaba.» Aquel enorme arco Torii le atrapó por completo con su gran belleza bermellón y su aspecto centenario. Una especie de portal simbólico que representaba una frontera entre el espacio profano y el sagrado.
Se paró al borde del último escalón y observó hacia abajo; Una escalinata que se mostraba igual de eterna que cuando la había visto desde el extremo opuesto, cuando parecía algo casi imposible de recorrer. Sin embargo, podía apreciar a decenas de personas avanzando con variedad de ánimos; Algunas ansiosas y entusiasmadas, y otras con calma y de forma ceremoniosa. Los constructores habían sido considerados, pese a lo riguroso que era la forma en que se construían los templos, y cada tantos metros había una zona llana donde las personas podían recuperar el aliento.
«El maestro me ha enseñado que en todo lo sagrado y ancestral hay una belleza expresada en forma de simbolismos. Me pregunto… ¿Cual es la alegoría que se oculta en la arquitectura de este sitio?» Sus pensamientos divagaron un poco mientras que la altura y una fuerte brisa que agitaba su cabello le hacían sentirse cercano a tocar el cielo.
Observó una última vez que aquel largo camino ascendente y luego se dispuso a entrar al templo.
El lugar se encontraba lleno de personas que expresaban multitud de estados de ánimo, pero en conjunto formaban un ambiente cargado de una sensación… Tradicional y respetuosa que hacían sentir en paz al Ishimura.
No le gustaban las multitudes por lo que se alejó un poco del lugar donde se estaban concentrando, el santuario que en ese momento era el centro de toda la atención y de todo lo que se estaba realizando, y decidió disfrutar observando aquel ritual de año nuevo. La mayoría de personas iban vestidas con ropas coloridas y festivas, el joven de ojos grises era el único que se había limitado a cubrirse con un sencillo yukata de color azul marino. De todas formas, su blanca melena le ganaba algunas miradas curiosas de vez en cuando, pero la gente pronto se olvidaba de sus atípicos rasgos y se concentraba en lo que tenían que hacer. Se disponían en enormes y susurrantes filas de seres que buscaban entregar a los dioses sus deseos para el año que pronto vendría.
—¿De verdad creen que sus deseos se van a cumplir así de fácil, solo encargándoselo a los dioses y ya? ¿Entienden siquiera que están haciendo? —Lo decía para sí mismo, aunque no hizo esfuerzo en disimular sus palabras hablando bajo.
—Dichosa es la juventud, tan aventureros en sus creencias que les es imposible no cuestionar todo aquello que no sienten como propio. —Aquella repentina voz le causo un poco de sobresalto, pues recién se daba cuenta que alguien estaba a su lado.
—Mil disculpas señoras, no era mi intención despreciar tan bonita tradición. —Realizo una seria reverencia ante aquella anciana que había escuchado sus dudas existenciales.
—No te mortifiques por eso, cariño, no es una ofensa —aseguro con una voz dulce y compasiva—, es señal de una mente despierta el cuestionarse el mundo que tiene ante sus ojos. A mis ochenta y cuatro años, yo también suelo hacerlo con frecuencia… Me ayuda a separar aquello que considero cierto de lo que no.
—Es que… Es contradictorio; Hay gente que cree pero no entiende y gente que entiende pero no cree. A pesar de esa diferencia todos yacen juntos aquí y con el mismo propósito.
—Ciertamente te agobian las contradicciones, cariño —aseguro riéndose con suavidad—, Pero, piénsalo: No necesitas entender algo para poder creer en ello y no necesitas creer en algo para entenderlo, en eso es que se fundamentan las tradiciones… Bueno, más o menos.
—Son palabras tanto difíciles de creer como de entender, señora.
—Y eso está bien, cariño, yo entiendo y creo en lo que digo.
La anciana se limitó a reír por lo bajo y a dejar al joven en relativa soledad con sus pensamientos. Le resultaba misteriosa y agradable; Misteriosa porque aparentaba la edad que decía tener, pero parecía estar sola y era difícil entender cómo había subido aquellas escaleras. Agradable porque, más que inteligente y experimentada, se mostraba sabia y amable.
—Que viejita tan interesante...
Se paró al borde del último escalón y observó hacia abajo; Una escalinata que se mostraba igual de eterna que cuando la había visto desde el extremo opuesto, cuando parecía algo casi imposible de recorrer. Sin embargo, podía apreciar a decenas de personas avanzando con variedad de ánimos; Algunas ansiosas y entusiasmadas, y otras con calma y de forma ceremoniosa. Los constructores habían sido considerados, pese a lo riguroso que era la forma en que se construían los templos, y cada tantos metros había una zona llana donde las personas podían recuperar el aliento.
«El maestro me ha enseñado que en todo lo sagrado y ancestral hay una belleza expresada en forma de simbolismos. Me pregunto… ¿Cual es la alegoría que se oculta en la arquitectura de este sitio?» Sus pensamientos divagaron un poco mientras que la altura y una fuerte brisa que agitaba su cabello le hacían sentirse cercano a tocar el cielo.
Observó una última vez que aquel largo camino ascendente y luego se dispuso a entrar al templo.
El lugar se encontraba lleno de personas que expresaban multitud de estados de ánimo, pero en conjunto formaban un ambiente cargado de una sensación… Tradicional y respetuosa que hacían sentir en paz al Ishimura.
No le gustaban las multitudes por lo que se alejó un poco del lugar donde se estaban concentrando, el santuario que en ese momento era el centro de toda la atención y de todo lo que se estaba realizando, y decidió disfrutar observando aquel ritual de año nuevo. La mayoría de personas iban vestidas con ropas coloridas y festivas, el joven de ojos grises era el único que se había limitado a cubrirse con un sencillo yukata de color azul marino. De todas formas, su blanca melena le ganaba algunas miradas curiosas de vez en cuando, pero la gente pronto se olvidaba de sus atípicos rasgos y se concentraba en lo que tenían que hacer. Se disponían en enormes y susurrantes filas de seres que buscaban entregar a los dioses sus deseos para el año que pronto vendría.
—¿De verdad creen que sus deseos se van a cumplir así de fácil, solo encargándoselo a los dioses y ya? ¿Entienden siquiera que están haciendo? —Lo decía para sí mismo, aunque no hizo esfuerzo en disimular sus palabras hablando bajo.
—Dichosa es la juventud, tan aventureros en sus creencias que les es imposible no cuestionar todo aquello que no sienten como propio. —Aquella repentina voz le causo un poco de sobresalto, pues recién se daba cuenta que alguien estaba a su lado.
—Mil disculpas señoras, no era mi intención despreciar tan bonita tradición. —Realizo una seria reverencia ante aquella anciana que había escuchado sus dudas existenciales.
—No te mortifiques por eso, cariño, no es una ofensa —aseguro con una voz dulce y compasiva—, es señal de una mente despierta el cuestionarse el mundo que tiene ante sus ojos. A mis ochenta y cuatro años, yo también suelo hacerlo con frecuencia… Me ayuda a separar aquello que considero cierto de lo que no.
—Es que… Es contradictorio; Hay gente que cree pero no entiende y gente que entiende pero no cree. A pesar de esa diferencia todos yacen juntos aquí y con el mismo propósito.
—Ciertamente te agobian las contradicciones, cariño —aseguro riéndose con suavidad—, Pero, piénsalo: No necesitas entender algo para poder creer en ello y no necesitas creer en algo para entenderlo, en eso es que se fundamentan las tradiciones… Bueno, más o menos.
—Son palabras tanto difíciles de creer como de entender, señora.
—Y eso está bien, cariño, yo entiendo y creo en lo que digo.
La anciana se limitó a reír por lo bajo y a dejar al joven en relativa soledad con sus pensamientos. Le resultaba misteriosa y agradable; Misteriosa porque aparentaba la edad que decía tener, pero parecía estar sola y era difícil entender cómo había subido aquellas escaleras. Agradable porque, más que inteligente y experimentada, se mostraba sabia y amable.
—Que viejita tan interesante...