18/05/2015, 00:26
—Eikyō Jiyuro... Es un placer —repitió, con cierto esfuerzo, tras la presentación del muchacho. Tras la timidez inicial, el chico sonrió y se aventuró a soñar sobre los sucesos que habrían ocurrido en aquel lugar hace unos doscientos años.
Ayame se contagió de aquel aire soñador, y sus ojos se desviaron hacia el valle. Por debajo de ellos el desfiladero abría paso a un inmenso lago de aguas cristalinas que reflejaba el azul de un cielo completamente despejado que ella no estaba acostumbrada a ver sin sentir un desagradable escalofrío. Rompiendo la monotonía del agua, las tres formidables estatuas de los Kage se alzaban imponentes hacia el cielo.
—Las leyendas dicen que fue precisamente ese combate el que creó este lago a partir del que queda encima del acantilado —respondió, y en aquel momento no supo cómo sentirse. En su imaginativa mente se mezclaban imágenes difusas en las que se representaban a los tres Kage, diminutos como hormigas, frente a nueve gigantescos monstruos aterradores de rasgos inhumanos—. El resto, supongo, tendremos que imaginarlo. Aunque desde luego espero como mínimo una graaaaaan explosión.
Movió el brazo en un arco rápido y seco, y la piedra cayó por el acantilado. Al cabo de algunos segundos llegó al agua con una ligera salpicadura que levantó pequeñas ondas a su alrededor.
Fue en ese momento que el shinobi afirmó que se había graduado hacía poco, y Ayame le dirigió una breve mirada por el rabillo del ojo. Creía atisbar el símbolo de Kusagakure en su bandana, pero su pelo lo ocultaba parcialmente y no podía estar del todo segura. El chico quería viajar, sobre todo a un lugar de tal reputación como aquel. Y entonces la pelota de la pregunta le fue devuelta.
«Recordar viejos tiempos...» Aquello le hizo gracia, desde luego, pero se esforzó en no reírse en voz alta. Era curioso que dijera algo así cuando en su propio interior llevaba a una de las criaturas que fueron eliminadas allí mismo en la épica batalla.
—Más o menos —respondió, con sencillez—. Me gradué hace un par de semanas, así que me temo que soy tan novata como tú, Jiyuro-san —sonrió.
Ayame se contagió de aquel aire soñador, y sus ojos se desviaron hacia el valle. Por debajo de ellos el desfiladero abría paso a un inmenso lago de aguas cristalinas que reflejaba el azul de un cielo completamente despejado que ella no estaba acostumbrada a ver sin sentir un desagradable escalofrío. Rompiendo la monotonía del agua, las tres formidables estatuas de los Kage se alzaban imponentes hacia el cielo.
—Las leyendas dicen que fue precisamente ese combate el que creó este lago a partir del que queda encima del acantilado —respondió, y en aquel momento no supo cómo sentirse. En su imaginativa mente se mezclaban imágenes difusas en las que se representaban a los tres Kage, diminutos como hormigas, frente a nueve gigantescos monstruos aterradores de rasgos inhumanos—. El resto, supongo, tendremos que imaginarlo. Aunque desde luego espero como mínimo una graaaaaan explosión.
Movió el brazo en un arco rápido y seco, y la piedra cayó por el acantilado. Al cabo de algunos segundos llegó al agua con una ligera salpicadura que levantó pequeñas ondas a su alrededor.
Fue en ese momento que el shinobi afirmó que se había graduado hacía poco, y Ayame le dirigió una breve mirada por el rabillo del ojo. Creía atisbar el símbolo de Kusagakure en su bandana, pero su pelo lo ocultaba parcialmente y no podía estar del todo segura. El chico quería viajar, sobre todo a un lugar de tal reputación como aquel. Y entonces la pelota de la pregunta le fue devuelta.
«Recordar viejos tiempos...» Aquello le hizo gracia, desde luego, pero se esforzó en no reírse en voz alta. Era curioso que dijera algo así cuando en su propio interior llevaba a una de las criaturas que fueron eliminadas allí mismo en la épica batalla.
—Más o menos —respondió, con sencillez—. Me gradué hace un par de semanas, así que me temo que soy tan novata como tú, Jiyuro-san —sonrió.