6/06/2016, 05:43
La chica tomó el recontado dinero que venía sobrando del producto comprado. Entre tanto, Karamaru no opuso resistencia a su instinto, y se jactó del sabor del dango. Al parecer le había gustado, al menos eso decía con un profundo y prolongado gemido de placer. «Justo como pensaba, o bien ese sabor no es nada picante... o bien éste Karamaru es un bicho bien rarito...» Pensaba la chica mientras guardaba la vuelta en su monedero. No obstante, se frenó ante el impulso de volver a quejarse sobre el negocio, o sobre Karamaru.
Diablos, cuando estás en esos días, una se queja absolutamente por todo; todo molesta.
Katomi guardó su monedero justo como lo había sacado, en el mismo bolsillo. Tras de ello, el pelado atacó con una duda. La verdad, no era para menos. La chica había atacado con fundamentos la manera en que ese negocio estaba siendo llevado, y eso le conllevaba una clara duda al calvo... ¿Por qué sabia tanto?
—La verdad, no tengo demasiada experiencia. Pero quiero montar mi propio negocio, y ando estudiando mucho el mercado, los negocios con mas beneficios, y un largo etcétera. Por eso me duele cada vez que veo un negocio que no prospera por parte de un mal mantenimiento y servicio... me da mucha rabia que ellos tengan esa magnífica oportunidad y no sepan aprovecharla...
La sinceridad a veces la mataba. Pero en fin, mejor ser sincera y arder en una hoguera condenada por brujería, a vivir bajo la falda de algún rey susurrándole mentiras al oído. De ninguna manera iba a vivir de esa manera. Ruda, sincera, y contundente. A quien no le guste, que pille puerta... y como se pase, hasta la puerta saldrá ardiendo.
—Bueno, deuda saldada... ¿no? Creo que estamos en paz ahora.— Aclaró, por si las moscas.