7/06/2016, 19:23
—Sí, sí... Tenía que haberme tomado los calmantes hace ya un rato —explicó Daruu—. Y ahora van a tardar un tiempo en hacerme efecto. Pero creo que estoy bien.
Señaló la plataforma de madera que había estado creciendo hasta donde les había llevado la intuición.
—Volvamos por la plataforma. Al menos ya no tengo que hacerla crecer más... Estaré bien.
La Yotsuki asintió, sin poder evitar que sus ojos dieran una rápida pasada a las piernas de Daruu; claro, a simple vista sólo se intuían los vendajes que las cubrían allí donde las técnicas de fuego le habían abrasado la piel. Entonces recordó la apuesta que había hecho con aquel chico, y le pareció que hubiese sucedido hace mucho tiempo. «Hoy ha sido un día largo, eso está claro...»
Obedientes, Jin y Anzu subieron a la plataforma. El camino 'río' arriba fue silencioso en su mayoría, sólo interrumpido por los mudos gimoteos de Satoru. Parecía realmente afectado.
Anzu iba delante, sin querer voltear la vista ni por un segundo. Cada quejido lastimero del joven noble se le clavaba en las entrañas como una daga, aunque no supiera muy bien por qué. En aquel momento, sólo quería salir de aquella alcantarilla infecta y olvidar todo lo que había ocurrido dentro...
Cuando por fin salieron a la superficie, la kunoichi no pudo contenerse y soltó una enorme bocanada de aire.
—¡Ah, joder, no puedo creer que esté respirando aire puro otra vez! —exclamó, y se sintió repentinamente más animada.
El enorme mercenario les dio las gracias de nuevo, asegurando que hablaría de ellos ante su señor.
—Es extraño encontrar hoy día personas honorables como vosotros, dispuestas a ayudar sin recibir nada a cambio —sentenció, con una sonrisa en el rostro.
«Será cabrón, encima con recochineo...» Por muy buenas palabras que les dedicase ahora el fornido guerrero, Anzu todavía notaba cómo las piernas le temblaban si pensaba en el abrumador chakra de Jin. No había sido, lo que se dice, una colaboración voluntaria. Pero allí estaban, y ella se encontraba por fin aliviada de poder alejarse de aquello.
«Además, quién sabe si este será el comienzo de mi leyenda como ninja... Desde luego, obtener el favor de un noble no es tontería», fantaseó con las palabras de Jin.
Cuando por fin el mercenario se marchó, Anzu encaró a su compañero.
—Socio, esto ha sido lo más surrealista que me ha pasado en la vida —sentenció—. ¡Coño, y mira qué hora es! Ahí abajo ni siquiera me había dado cuenta del hambre que tengo... —admitió, recobrando su habitual actitud.
Salió del callejón con paso alegre, tratando de olvidar el oscuro asunto de Satoru, aquel monstruoso mercenario y las alcantarillas. Se detuvo justo antes de introducirse en la multitud que poblaba la calle principal.
—No lo olvides, Daruu-san. La próxima vez que nos veamos seré mucho más fuerte que tú... —clavó sus ojos grises, que irradiaban determinación, en el shinobi de Amegakure—.
»¡Y entonces tendrás que invitarme a ramen!
Señaló la plataforma de madera que había estado creciendo hasta donde les había llevado la intuición.
—Volvamos por la plataforma. Al menos ya no tengo que hacerla crecer más... Estaré bien.
La Yotsuki asintió, sin poder evitar que sus ojos dieran una rápida pasada a las piernas de Daruu; claro, a simple vista sólo se intuían los vendajes que las cubrían allí donde las técnicas de fuego le habían abrasado la piel. Entonces recordó la apuesta que había hecho con aquel chico, y le pareció que hubiese sucedido hace mucho tiempo. «Hoy ha sido un día largo, eso está claro...»
Obedientes, Jin y Anzu subieron a la plataforma. El camino 'río' arriba fue silencioso en su mayoría, sólo interrumpido por los mudos gimoteos de Satoru. Parecía realmente afectado.
Anzu iba delante, sin querer voltear la vista ni por un segundo. Cada quejido lastimero del joven noble se le clavaba en las entrañas como una daga, aunque no supiera muy bien por qué. En aquel momento, sólo quería salir de aquella alcantarilla infecta y olvidar todo lo que había ocurrido dentro...
Cuando por fin salieron a la superficie, la kunoichi no pudo contenerse y soltó una enorme bocanada de aire.
—¡Ah, joder, no puedo creer que esté respirando aire puro otra vez! —exclamó, y se sintió repentinamente más animada.
El enorme mercenario les dio las gracias de nuevo, asegurando que hablaría de ellos ante su señor.
—Es extraño encontrar hoy día personas honorables como vosotros, dispuestas a ayudar sin recibir nada a cambio —sentenció, con una sonrisa en el rostro.
«Será cabrón, encima con recochineo...» Por muy buenas palabras que les dedicase ahora el fornido guerrero, Anzu todavía notaba cómo las piernas le temblaban si pensaba en el abrumador chakra de Jin. No había sido, lo que se dice, una colaboración voluntaria. Pero allí estaban, y ella se encontraba por fin aliviada de poder alejarse de aquello.
«Además, quién sabe si este será el comienzo de mi leyenda como ninja... Desde luego, obtener el favor de un noble no es tontería», fantaseó con las palabras de Jin.
Cuando por fin el mercenario se marchó, Anzu encaró a su compañero.
—Socio, esto ha sido lo más surrealista que me ha pasado en la vida —sentenció—. ¡Coño, y mira qué hora es! Ahí abajo ni siquiera me había dado cuenta del hambre que tengo... —admitió, recobrando su habitual actitud.
Salió del callejón con paso alegre, tratando de olvidar el oscuro asunto de Satoru, aquel monstruoso mercenario y las alcantarillas. Se detuvo justo antes de introducirse en la multitud que poblaba la calle principal.
—No lo olvides, Daruu-san. La próxima vez que nos veamos seré mucho más fuerte que tú... —clavó sus ojos grises, que irradiaban determinación, en el shinobi de Amegakure—.
»¡Y entonces tendrás que invitarme a ramen!