8/06/2016, 11:42
(Última modificación: 8/06/2016, 11:44 por Uchiha Akame.)
Estaba ya bien entrada la noche cuando Anzu encontró el local. No había sido fácil, porque los Dojos del Combatiente era una ciudad con gran reputación en todo Ōnindo, y su señor no estaba dispuesto a dejar que el crimen y los bajos deseos se hicieran un hueco en sus calles... Pero todas las personas guardan algo malo dentro de ellas, y tarde o temprano, emerge a la superficie como la basura arrojada a un lago de aguas cristalinas.
Había un barrio malo en los Dojos. Realmente, ni siquiera parecía un barrio, tan apartado de la urbe principal como estaba. Pero sin duda era malo. Unas cuantas casas desvencijadas por allí, algunos edificios más grandes por allá, calles de tierra sin adoquinar y callejones estrechos conformaban, en general, un paisaje nada agradable a la vista —y menos aún, a esas horas de la noche—.
«No me extraña que este sitio sea tan difícil de encontrar, parece un vertedero...» En efecto, aquel barrio era como el hermanito feo de la familia al que el padre encerraba en su cuarto cuando tenía invitados en casa. La disposición del lugar parecía hecha a propósito para pasar desapercibido, o quizás para asegurar que ningún extranjero despistado tuviese la mala suerte de pasar por allí.
Pero Anzu no era ninguna despistada. Extranjera sí, claro. ¿Y la fortuna? Estaba decidida a comprobarlo. Había oído hablar de aquel 'torneo' a unos chicos andrajosos ese mismo día, mientras comía en Los Ramones. Pese a que era consciente de lo que internarse en los dominios del hampa local podía suponer —sentía escalofríos cada vez que recordaba su odisea en los bajos fondos de Shinogi-To—, su orgullo la obligó a ir. «Al menos podré desquitarme partiendo algunas caras», se dijo a sí misma. «Sólo espero que no haya nadie tan fuerte como Haskoz, o Katame... De lo contrario, este torneo será muy breve».
Divisó una larga fila y se puso en la cola. Llevaba una camiseta ninja de color negro, muy pegada y flexible, y encima su característica chaqueta sin mangas de color ocre. Completaban su indumentaria pantalones pesqueros de color marrón claro y sandalias típicas de la profesión. Aquella vestimenta dejaba ver tanto las numerosas vendas que cubrían sus tobillos, rodillas, muñecas y codos, como el tatuaje que le adornaba el brazo derecho.
La Yotsuki paseó los ojos por la fila.
«Pues no parecen tan duros...»
De repente, oyó una carcajada más adelante, seguida de algunas voces.
—¿Y tú qué coño ves, gordo hijo de puta?
El aludido, un tipo rechoncho de metro setenta y apariencia amenazadora, fijó sus ojos oscuros en el chico-pez que acababa de cagarse en su santa madre. Soltó una carcajada, guasón, golpeando con el codo a uno de los muchachos que tenía al lado para llamarle la atención.
—¡Eh, compadre, esta sardina sabe hablar!
El otro, más alto y delgado, examinó a Kaido de arriba a abajo, curioso; luego, empezó a reír. Parecía menos agresivo que su compañero, pero aun así era de notar la wakizashi que llevaba colgada del cinturón.
—Qué bicho más raro, Shibō-san. ¿Cuánto crees que pagarían los paletos de esta ciudad por verlo?
Ambos se acercaron maliciosamente al Tiburón, con una actitud que llamaba a la desconfianza. Quizá pensaran que exhibiendo a aquel raro espécimen podrían ganar más dinero que participando en el torneo.
Había un barrio malo en los Dojos. Realmente, ni siquiera parecía un barrio, tan apartado de la urbe principal como estaba. Pero sin duda era malo. Unas cuantas casas desvencijadas por allí, algunos edificios más grandes por allá, calles de tierra sin adoquinar y callejones estrechos conformaban, en general, un paisaje nada agradable a la vista —y menos aún, a esas horas de la noche—.
«No me extraña que este sitio sea tan difícil de encontrar, parece un vertedero...» En efecto, aquel barrio era como el hermanito feo de la familia al que el padre encerraba en su cuarto cuando tenía invitados en casa. La disposición del lugar parecía hecha a propósito para pasar desapercibido, o quizás para asegurar que ningún extranjero despistado tuviese la mala suerte de pasar por allí.
Pero Anzu no era ninguna despistada. Extranjera sí, claro. ¿Y la fortuna? Estaba decidida a comprobarlo. Había oído hablar de aquel 'torneo' a unos chicos andrajosos ese mismo día, mientras comía en Los Ramones. Pese a que era consciente de lo que internarse en los dominios del hampa local podía suponer —sentía escalofríos cada vez que recordaba su odisea en los bajos fondos de Shinogi-To—, su orgullo la obligó a ir. «Al menos podré desquitarme partiendo algunas caras», se dijo a sí misma. «Sólo espero que no haya nadie tan fuerte como Haskoz, o Katame... De lo contrario, este torneo será muy breve».
Divisó una larga fila y se puso en la cola. Llevaba una camiseta ninja de color negro, muy pegada y flexible, y encima su característica chaqueta sin mangas de color ocre. Completaban su indumentaria pantalones pesqueros de color marrón claro y sandalias típicas de la profesión. Aquella vestimenta dejaba ver tanto las numerosas vendas que cubrían sus tobillos, rodillas, muñecas y codos, como el tatuaje que le adornaba el brazo derecho.
La Yotsuki paseó los ojos por la fila.
«Pues no parecen tan duros...»
De repente, oyó una carcajada más adelante, seguida de algunas voces.
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—¿Y tú qué coño ves, gordo hijo de puta?
El aludido, un tipo rechoncho de metro setenta y apariencia amenazadora, fijó sus ojos oscuros en el chico-pez que acababa de cagarse en su santa madre. Soltó una carcajada, guasón, golpeando con el codo a uno de los muchachos que tenía al lado para llamarle la atención.
—¡Eh, compadre, esta sardina sabe hablar!
El otro, más alto y delgado, examinó a Kaido de arriba a abajo, curioso; luego, empezó a reír. Parecía menos agresivo que su compañero, pero aun así era de notar la wakizashi que llevaba colgada del cinturón.
—Qué bicho más raro, Shibō-san. ¿Cuánto crees que pagarían los paletos de esta ciudad por verlo?
Ambos se acercaron maliciosamente al Tiburón, con una actitud que llamaba a la desconfianza. Quizá pensaran que exhibiendo a aquel raro espécimen podrían ganar más dinero que participando en el torneo.