12/06/2016, 17:38
(Última modificación: 13/06/2016, 10:26 por Uchiha Akame.)
Tardó mucho tiempo en asimilar lo que vió tras aquella puerta. Y mucho más en contárselo a alguien —además de a Datsue, por exigencias de la situación—. Muchas noches después reviviría aquella escena en sus pesadillas, observando impasible, como una estatua de mármol, los dos cadáveres ensangrentados. En ese momento, no lo entendió.
—¿Qué... qué has visto, Anzu?
Anzu se dio media vuelta. Estaba pálida como la cera —por increíble que pueda parecer—, y el tono café tan característico de su piel había mudado a uno mucho más claro, como si se hubiese quedado sin sangre en las venas. Sus ojos grises observaron a Datsue con una expresión ausente.
—A nosotros.
La respuesta fue tan sincera como breve, apenas un hilo de voz que salió tímidamente de los labios de Anzu.
—Me asesinaste.
Su mirada, normalmente cargada de determinación y fiereza, seguía perdida en la inmensidad de significados que tenía lo que acababa de suceder al otro lado de la puerta. «Ese grito... ¿Era mío? ¿Era yo?» Aquello no tenía ni pies ni cabeza. «Esto no tiene ni pies ni cabeza, por todos los dioses de Oonindo, ¿dónde nos hemos metido?»
—¿Me asesinaste...? —balbuceó, como un niño pequeño.
Demasiadas preguntas sin respuesta para una sóla noche. Lo único que pudo hacer, por puro instinto, fue clavar la mirada en el Uchiha. Por muy disparatado que sonara, no iba a dejar que aquella visión cobrase un sentido macabramente real. ¿Qué iba a hacer si no podía confiar en su compañero de Aldea? «No puedo confiar en él... Ya me ha utilizado antes, no tiene escrúpulos, no tiene orgullo, no tiene honor.»
Apretó los puños con firmeza.
—¿Qué... qué has visto, Anzu?
Anzu se dio media vuelta. Estaba pálida como la cera —por increíble que pueda parecer—, y el tono café tan característico de su piel había mudado a uno mucho más claro, como si se hubiese quedado sin sangre en las venas. Sus ojos grises observaron a Datsue con una expresión ausente.
—A nosotros.
La respuesta fue tan sincera como breve, apenas un hilo de voz que salió tímidamente de los labios de Anzu.
—Me asesinaste.
Su mirada, normalmente cargada de determinación y fiereza, seguía perdida en la inmensidad de significados que tenía lo que acababa de suceder al otro lado de la puerta. «Ese grito... ¿Era mío? ¿Era yo?» Aquello no tenía ni pies ni cabeza. «Esto no tiene ni pies ni cabeza, por todos los dioses de Oonindo, ¿dónde nos hemos metido?»
—¿Me asesinaste...? —balbuceó, como un niño pequeño.
Demasiadas preguntas sin respuesta para una sóla noche. Lo único que pudo hacer, por puro instinto, fue clavar la mirada en el Uchiha. Por muy disparatado que sonara, no iba a dejar que aquella visión cobrase un sentido macabramente real. ¿Qué iba a hacer si no podía confiar en su compañero de Aldea? «No puedo confiar en él... Ya me ha utilizado antes, no tiene escrúpulos, no tiene orgullo, no tiene honor.»
Apretó los puños con firmeza.