14/06/2016, 19:46
Su huida a través de las terrazas no estaba saliendo según lo planeado, cada paso y cada salto errático cortaban la poca ventaja que tenía respecto a velocidad. El Uchiha tenía razón, tarde o temprano terminaría alcanzándolo pero aún así seguía corriendo, no escucharía razonamientos de ningún tipo. Había momentos en los cuales pisaba alguna teja floja y perdía el equilibrio por instantes, pero se las apañaba para seguir corriendo.
Entre tanto, abajo en las calles había algunos transeuntes que no podían evitar alarmarse al ver dos adolescentes brincando de casa en casa. Además había alguno que otro que se molestaba por la intrusión en sus territorios, si antes estaban en el barrio bajo ahora debían encontrarse en la mera cloaca, pues el ambiente no sólo lucía pobre sino también hostil. Justo en ese lugar estaba otra vez el mismo samurai que había sido testigo del penoso espectáculo que previamente había montado el Takanashi, el guardia se quedó un tanto perplejo al ver de nuevo a ambos shinobis.
—¿Que cojones?— Exclamó estupefacto.
Inmediatamente se lanzó a intentar perseguirlos, pero al adentrarse en uno de los callejones se topó con un muro que le impidió avanzar, tendría que rodear la calle para alcanzarlos entre las casas y eso le tomaría algo de tiempo.
Mientras el pelinegro empezaba a cansarse, sí de por sí es incapaz de aguantar una persecución demasiado larga estando lastimado y ebrio terminaría agotándose. Llegó un momento en el que antes de dar un salto apoyó su pie en una teja safada, resbalándose y torciéndose el tobillo al instante. Al estar justo en el borde terninó por caer en un callejón donde algunos perros salieron corriendo cuando el de Taki llegó del cielo, cayó en medio de lo que parecían ser cajas y bolsas con desechos de carne descompuesta, acompañadas de un olor fuerte a orines en todo el sitio, sin garantía de que fueran meados de los animales.
—¿¿¿Porqué???... Preguntó a la nada.
Ahora se encontraba cubierto de desperdicios, sin dignidad, sin nada. Quería saber cómo es que había terminado de esa manera, deseaba estar sólo, era lo único que quería. Intentó levantarse pero el dolor en el tobillo no le dejó, ahora estaba arrodillado de cara al piso y lo único que podía hacer era ponerse a sollozar mientras golpeaba con rabía el suelo. Sin importarle que el de Uzu estuviera tras él.
Entre tanto, abajo en las calles había algunos transeuntes que no podían evitar alarmarse al ver dos adolescentes brincando de casa en casa. Además había alguno que otro que se molestaba por la intrusión en sus territorios, si antes estaban en el barrio bajo ahora debían encontrarse en la mera cloaca, pues el ambiente no sólo lucía pobre sino también hostil. Justo en ese lugar estaba otra vez el mismo samurai que había sido testigo del penoso espectáculo que previamente había montado el Takanashi, el guardia se quedó un tanto perplejo al ver de nuevo a ambos shinobis.
—¿Que cojones?— Exclamó estupefacto.
Inmediatamente se lanzó a intentar perseguirlos, pero al adentrarse en uno de los callejones se topó con un muro que le impidió avanzar, tendría que rodear la calle para alcanzarlos entre las casas y eso le tomaría algo de tiempo.
Mientras el pelinegro empezaba a cansarse, sí de por sí es incapaz de aguantar una persecución demasiado larga estando lastimado y ebrio terminaría agotándose. Llegó un momento en el que antes de dar un salto apoyó su pie en una teja safada, resbalándose y torciéndose el tobillo al instante. Al estar justo en el borde terninó por caer en un callejón donde algunos perros salieron corriendo cuando el de Taki llegó del cielo, cayó en medio de lo que parecían ser cajas y bolsas con desechos de carne descompuesta, acompañadas de un olor fuerte a orines en todo el sitio, sin garantía de que fueran meados de los animales.
—¿¿¿Porqué???... Preguntó a la nada.
Ahora se encontraba cubierto de desperdicios, sin dignidad, sin nada. Quería saber cómo es que había terminado de esa manera, deseaba estar sólo, era lo único que quería. Intentó levantarse pero el dolor en el tobillo no le dejó, ahora estaba arrodillado de cara al piso y lo único que podía hacer era ponerse a sollozar mientras golpeaba con rabía el suelo. Sin importarle que el de Uzu estuviera tras él.