16/06/2016, 20:16
No sabía qué era peor, si el hecho de que Satoru no parase de gimotear, el silencio de Jin detrás de ellos dos, el hedor de las alcantarillas o el escozor en sus tobillos. El camino de vuelta le resultó doblemente largo al de ida, y habría puesto la mano en el fuego por que nadie había distorsionado el espacio-tiempo mientras recuperaban el flacucho y magullado cuerpo de Satoru de las profundidades de la alcantarilla.
Anzu fue la primera que abandonó las cloacas.
—¡Ah, joder, no puedo creer que esté respirando aire puro otra vez! —exclamó.
Daruu venía detrás de ella, y nada más salir se echó al suelo como quien estuviera haciendo un ángel en la nieve. ¿Estaba sucio el suelo? Sí. ¿Estaba más limpio que el túnel del subterráneo? También.
—Yo no quiero dejar de respirarlo nunca más —gimió.
—Es extraño encontrar hoy día personas honorables como vosotros, dispuestas a ayudar sin recibir nada a cambio. —El mercenario sonrió mientras salía de la cloaca con Satoru al hombro. Era sólo una sonrisa, pero a él se le antojó burlona.
«Nos has ofrecido seguir estando vivos, claro», se dijo Daruu.
Vio a Jin alejarse poco a poco. Y sólo cuando giró el callejón y dio su primer paso fuera del alcance de su vista, fue que el muchacho pudo volver a respirar de verdad. Dejó escapar un tendidísimo respiro y dejó que la gravedad tirase de su nuca para mirar al cielo.
—Socio, esto ha sido lo más surrealista que me ha pasado en la vida —sentenció—. ¡Coño, y mira qué hora es! Ahí abajo ni siquiera me había dado cuenta del hambre que tengo... —admitió, recobrando su habitual actitud.
Daruu no tenía hambre. Le dolía demasiado todo el cuerpo.
Anzu se había alejado, casi había salido del callejón.
—No lo olvides, Daruu-san. La próxima vez que nos veamos seré mucho más fuerte que tú...
A Daruu eso no le importaba ahora mismo. Le dolía demasiado todo el cuerpo. De hecho, ¿acaso podía moverse sin que le sacudiera una dentellada de dolor? Intentó mover una pierna. No, no podía.
Chilló como la rata recién salida de la cloaca que era.
»¡Y entonces tendrás que invitarme a ramen!
—No me puedo mover. —respondió él, asustado.
Anzu fue la primera que abandonó las cloacas.
—¡Ah, joder, no puedo creer que esté respirando aire puro otra vez! —exclamó.
Daruu venía detrás de ella, y nada más salir se echó al suelo como quien estuviera haciendo un ángel en la nieve. ¿Estaba sucio el suelo? Sí. ¿Estaba más limpio que el túnel del subterráneo? También.
—Yo no quiero dejar de respirarlo nunca más —gimió.
—Es extraño encontrar hoy día personas honorables como vosotros, dispuestas a ayudar sin recibir nada a cambio. —El mercenario sonrió mientras salía de la cloaca con Satoru al hombro. Era sólo una sonrisa, pero a él se le antojó burlona.
«Nos has ofrecido seguir estando vivos, claro», se dijo Daruu.
Vio a Jin alejarse poco a poco. Y sólo cuando giró el callejón y dio su primer paso fuera del alcance de su vista, fue que el muchacho pudo volver a respirar de verdad. Dejó escapar un tendidísimo respiro y dejó que la gravedad tirase de su nuca para mirar al cielo.
—Socio, esto ha sido lo más surrealista que me ha pasado en la vida —sentenció—. ¡Coño, y mira qué hora es! Ahí abajo ni siquiera me había dado cuenta del hambre que tengo... —admitió, recobrando su habitual actitud.
Daruu no tenía hambre. Le dolía demasiado todo el cuerpo.
Anzu se había alejado, casi había salido del callejón.
—No lo olvides, Daruu-san. La próxima vez que nos veamos seré mucho más fuerte que tú...
A Daruu eso no le importaba ahora mismo. Le dolía demasiado todo el cuerpo. De hecho, ¿acaso podía moverse sin que le sacudiera una dentellada de dolor? Intentó mover una pierna. No, no podía.
Chilló como la rata recién salida de la cloaca que era.
»¡Y entonces tendrás que invitarme a ramen!
—No me puedo mover. —respondió él, asustado.