20/06/2016, 22:59
«Eso es, lo he clavado. ¡Qué estilazo tengo! ¡Qué pose imponente! ¡Qué aire marcial! ¡Qué...!»
Un gritito agudo y penoso rompió en mil pedazos el cuadro que Anzu había trabajado tan duro para forjar. Había escogido cada palabra con cuidado, el momento, el lugar, la imagen... Todo al diablo.
—No me puedo mover.
La Yotsuki se detuvo en seco, con una mirada de odio clavada en Daruu. Por un momento se planteó dejarlo allí tirado, sobre el barro y a saber qué otras sustancias menos agradables, hasta que algún buen samaritano decidiera ayudarle. Por un momento deseó patearle la cabeza con fuerza por su grave falta de consideración. Pero, al final, se obligó a sí misma a responder; quizás lo que acababan de pasar juntos, por extraño que fuese, había tocado la fibra sensible de Anzu.
—¡Pero me cago en todo, acabas de reventarme la salida de escena! ¿Sabes lo que me ha costado encontrar las palabras adecuadas? —se acercó, enfadada, a su colega de profesión—. A ver, ¿qué demonios te pasa?
Entonces recordó lo que Daruu le había dicho hacía un rato, en las alcantarillas. «Los calmantes.» Anzu no era médica, ni lo pretendía; tampoco tenía ni idea de heridas, ni de drogas, ni de nada que pudiera ayudar a Hanaiko. Lo único que pudo hacer fue agacharse y pasarle un brazo por debajo de los suyos. Flexionó las rodillas e hizo acopio de todas sus fuerzas para intentar levantar al muchacho.
—Joder, para ser tan canijo, pesas un quintal. ¿Qué tal un poco de ejercicio?
»Si tengo que llevarte así hasta el hospital, nos vamos a quedar por el camino. ¡Venga, tío, échale pelotas!
Un gritito agudo y penoso rompió en mil pedazos el cuadro que Anzu había trabajado tan duro para forjar. Había escogido cada palabra con cuidado, el momento, el lugar, la imagen... Todo al diablo.
—No me puedo mover.
La Yotsuki se detuvo en seco, con una mirada de odio clavada en Daruu. Por un momento se planteó dejarlo allí tirado, sobre el barro y a saber qué otras sustancias menos agradables, hasta que algún buen samaritano decidiera ayudarle. Por un momento deseó patearle la cabeza con fuerza por su grave falta de consideración. Pero, al final, se obligó a sí misma a responder; quizás lo que acababan de pasar juntos, por extraño que fuese, había tocado la fibra sensible de Anzu.
—¡Pero me cago en todo, acabas de reventarme la salida de escena! ¿Sabes lo que me ha costado encontrar las palabras adecuadas? —se acercó, enfadada, a su colega de profesión—. A ver, ¿qué demonios te pasa?
Entonces recordó lo que Daruu le había dicho hacía un rato, en las alcantarillas. «Los calmantes.» Anzu no era médica, ni lo pretendía; tampoco tenía ni idea de heridas, ni de drogas, ni de nada que pudiera ayudar a Hanaiko. Lo único que pudo hacer fue agacharse y pasarle un brazo por debajo de los suyos. Flexionó las rodillas e hizo acopio de todas sus fuerzas para intentar levantar al muchacho.
—Joder, para ser tan canijo, pesas un quintal. ¿Qué tal un poco de ejercicio?
»Si tengo que llevarte así hasta el hospital, nos vamos a quedar por el camino. ¡Venga, tío, échale pelotas!