21/06/2016, 20:02
—¿Me abro como cualquier puerta, aunque no soy una puerta cualquiera?
La voz de Datsue la sacó de su ensimismamiento. Anzu se había quedado parada frente a la puerta, tiesa como una estaca. Sus ojos estaban fijos en algún punto del marco superior.
—¿Has visto eso, Anzu?
No lo había visto. Lívida como un cadáver, no podía apartar la mirada de aquellas letras que enunciaban su muerte. Mientras, Datsue echaba abajo la puerta de una patada, sólo para revelar un pasillo idéntico al anterior... ¿Idéntico? No. Era más lóbrego, y al final del mismo, una afilada hoja de acero esperaba en volandas a su portador. Anzu abrió tanto los ojos que estuvieron apunto de salirse de sus órbitas.
Claro que no lo había visto. Había sido incapaz de verlo durante todo el rato. Aquello no era algún tipo de magia misteriosa; era un poder mucho más tangible. La Yotsuki se acercó a la puerta y pasó la mano derecha por el marco metálico. Sus movimientos eran calmados, apáticos, casi desprovistos de toda clase de ánimo; porque estaba empezando a entender. Cuanto más entendía, mejor se sentía. Dejó de notar el ardiente rugido de la ira en su estómago, y los pensamientos confusos que revoloteaban dentro de su cabeza como un enjambre de murciélagos empezaron a calmarse. Lo había entendido.
Sólo le quedaba una duda. «¿Será ese tuerto cabrón? ¿O el famoso 'Haskoz'?» ¿Acaso tenía importancia? Uno de aquellos hombres —o, tal vez, ambos—, que a su lado eran poco menos que semidioses, había decidido que ella iba a morir. No era una premonición, ni siquiera una amenaza: era un hecho. La gente con tanto poder como Katame y Haskoz simplemente podía hacer que las cosas pasaran.
De repente sus dedos tocaron algo duro y frío, y ella se sobresaltó. Sumida en la clarividencia, había recorrido otra vez el funesto pasillo y ahora sujetaba la daga entre sus manos. Se giró hacia su compañero de Aldea, agarrando el cuchillo por la hoja y ofreciéndoselo en un gesto desprovisto de humanidad.
—Hazlo, es la única manera. Quien quiera que sea que nos está haciendo esto, no se contentará hasta que me mates.
¿Por qué se entregaba a los brazos de la muerte? «¿Acaso tiene sentido resistirse? Si no lo hace, moriremos los dos.» En su cabeza, la voz de Yotsuki Hida resonaba con fuerza, pero de sus labios escapó con la suavidad de un murmullo.
—Un ninja debe tener un código.
La voz de Datsue la sacó de su ensimismamiento. Anzu se había quedado parada frente a la puerta, tiesa como una estaca. Sus ojos estaban fijos en algún punto del marco superior.
—¿Has visto eso, Anzu?
No lo había visto. Lívida como un cadáver, no podía apartar la mirada de aquellas letras que enunciaban su muerte. Mientras, Datsue echaba abajo la puerta de una patada, sólo para revelar un pasillo idéntico al anterior... ¿Idéntico? No. Era más lóbrego, y al final del mismo, una afilada hoja de acero esperaba en volandas a su portador. Anzu abrió tanto los ojos que estuvieron apunto de salirse de sus órbitas.
Claro que no lo había visto. Había sido incapaz de verlo durante todo el rato. Aquello no era algún tipo de magia misteriosa; era un poder mucho más tangible. La Yotsuki se acercó a la puerta y pasó la mano derecha por el marco metálico. Sus movimientos eran calmados, apáticos, casi desprovistos de toda clase de ánimo; porque estaba empezando a entender. Cuanto más entendía, mejor se sentía. Dejó de notar el ardiente rugido de la ira en su estómago, y los pensamientos confusos que revoloteaban dentro de su cabeza como un enjambre de murciélagos empezaron a calmarse. Lo había entendido.
Sólo le quedaba una duda. «¿Será ese tuerto cabrón? ¿O el famoso 'Haskoz'?» ¿Acaso tenía importancia? Uno de aquellos hombres —o, tal vez, ambos—, que a su lado eran poco menos que semidioses, había decidido que ella iba a morir. No era una premonición, ni siquiera una amenaza: era un hecho. La gente con tanto poder como Katame y Haskoz simplemente podía hacer que las cosas pasaran.
De repente sus dedos tocaron algo duro y frío, y ella se sobresaltó. Sumida en la clarividencia, había recorrido otra vez el funesto pasillo y ahora sujetaba la daga entre sus manos. Se giró hacia su compañero de Aldea, agarrando el cuchillo por la hoja y ofreciéndoselo en un gesto desprovisto de humanidad.
—Hazlo, es la única manera. Quien quiera que sea que nos está haciendo esto, no se contentará hasta que me mates.
¿Por qué se entregaba a los brazos de la muerte? «¿Acaso tiene sentido resistirse? Si no lo hace, moriremos los dos.» En su cabeza, la voz de Yotsuki Hida resonaba con fuerza, pero de sus labios escapó con la suavidad de un murmullo.
—Un ninja debe tener un código.