27/06/2016, 16:48
(Última modificación: 27/06/2016, 17:12 por Uchiha Akame.)
Anzu soltó una bocanada de aire purificador cuando sintió como su codo envuelto en chakra Raiton golpeó un cuerpo sólido con la fuerza de una lanza divina esgrimida por un dios del rayo —o eso le parecía a ella—. Cuando a su alrededor el Genjutsu empezó a desmoronarse, sintió como el pecho se le abría y sus pulmones se llenaban del aire frío de la noche. Era como si hubiera salido, tras mucho pelear, de un pozo estrecho y lóbrego en el que había estado atrapada durante días. Sintió la lluvia mojándole el rostro y su pelo rubio platino empapado, la ropa calándola hasta los huesos. Y se alegró como nunca.
Luego oyó una voz que farfullaba, y volvió a la realidad. En efecto, estaba en la misma calle, y ante ella un tipo tan largo y delgado como una brizna de hierba yacía tendido, agarrándose el pecho con una mano. De entre las sombras emergieron dos figuras más, y por su conversación Anzu pudo deducir que había golpeado —acertadamente— al ejecutor de la ilusión. Se relamió de satisfacción.
—Puto aficionado... —masculló la kunoichi, enbravecida por su gesta—. Venga, cagón, levántate para que pueda partirte esos dientes de jirafa que tienes.
Parece una locura, ¿verdad? Palabras vacías dichas por una joven y temeraria gennin. Pero Anzu era mucho más que eso: ella era persistente como la marea, rabiosa como una bestia y su ira ardía como el fuego de Amaterasu. En ese momento, se sentía tan humillada, tan arrastrada y tan furiosa que era incapaz de razonar. Sólo quería coger al larguilucho y moler su cara a puñetazos hasta que nadie le reconociese nunca más.
—¿Dónde está? ¿Dónde está Haskoz?
Aquella voz femenina la obligó a apartar sus ojos grises —que ahora casi echaban chispas— del ilusionista, y fijarlos en la mujer que había aparecido en escena. Anzu la examinó de arriba abajo, y luego respondió entre dientes.
—¿Y cómo quieres que lo sepa, joder? Ni siquiera sabía quién era ese tal Haskoz hasta hace una hora, cuando mi inteligentísimo compañero, el Genio de Takigakure, decidió que era apropiado suplantar la identidad de un Uchiha demoníaco para intentar pegársela a otro Uchiha demoníaco que además controla parte de los bajos fondos de este estercolero que llamamos ciudad. Por lo que a mí respecta, se pueden ir al infierno, ellos, vosotros, y todos los cabrones que os dedicáis a joder la marrana por diversión.
Le salió tan de corrido que no pudo evitar palidecer un poco... Seguramente, porque acababa de vomitar toda la bilis que había acumulado estando encerrada en el Genjutsu. También notó que le temblaban las piernas.
Luego oyó una voz que farfullaba, y volvió a la realidad. En efecto, estaba en la misma calle, y ante ella un tipo tan largo y delgado como una brizna de hierba yacía tendido, agarrándose el pecho con una mano. De entre las sombras emergieron dos figuras más, y por su conversación Anzu pudo deducir que había golpeado —acertadamente— al ejecutor de la ilusión. Se relamió de satisfacción.
—Puto aficionado... —masculló la kunoichi, enbravecida por su gesta—. Venga, cagón, levántate para que pueda partirte esos dientes de jirafa que tienes.
Parece una locura, ¿verdad? Palabras vacías dichas por una joven y temeraria gennin. Pero Anzu era mucho más que eso: ella era persistente como la marea, rabiosa como una bestia y su ira ardía como el fuego de Amaterasu. En ese momento, se sentía tan humillada, tan arrastrada y tan furiosa que era incapaz de razonar. Sólo quería coger al larguilucho y moler su cara a puñetazos hasta que nadie le reconociese nunca más.
—¿Dónde está? ¿Dónde está Haskoz?
Aquella voz femenina la obligó a apartar sus ojos grises —que ahora casi echaban chispas— del ilusionista, y fijarlos en la mujer que había aparecido en escena. Anzu la examinó de arriba abajo, y luego respondió entre dientes.
—¿Y cómo quieres que lo sepa, joder? Ni siquiera sabía quién era ese tal Haskoz hasta hace una hora, cuando mi inteligentísimo compañero, el Genio de Takigakure, decidió que era apropiado suplantar la identidad de un Uchiha demoníaco para intentar pegársela a otro Uchiha demoníaco que además controla parte de los bajos fondos de este estercolero que llamamos ciudad. Por lo que a mí respecta, se pueden ir al infierno, ellos, vosotros, y todos los cabrones que os dedicáis a joder la marrana por diversión.
Le salió tan de corrido que no pudo evitar palidecer un poco... Seguramente, porque acababa de vomitar toda la bilis que había acumulado estando encerrada en el Genjutsu. También notó que le temblaban las piernas.