3/07/2016, 12:38
Todo ocurrió tan rápido que Anzu no tuvo siquiera tiempo de asimilarlo hasta que descansó apoyada en la fría pared de un edificio. La lluvia caía incesantemente sobre su cabeza, empapándola por completo, y sus ojos estaban fijos en un charco nada destacable que se había formado frente a sus pies.
Trató de pensar. Recordaba haber golpeado a aquel larguilucho ilusionista. Una mujer bastante extravagante les había hecho preguntas sobre el famoso Haskoz, que parecía estar perseguido por media ciudad. El tipo más ancho no paraba de decir cosas sobre números y supersticiones religiosas. Entonces...
Se llevó una mano a la mejilla derecha, palpándose algo caliente y espeso. Se limpió con los dedos y entonces recordó lo que había sucedido después; era sangre. Antes de darse cuenta, el tipo del Genjutsu había estallado en pedazos, regando la calle con sus restos. La explosión no había sido tan grande como para alcanzar a los jovenes gennin, pero a Anzu una pequeña víscera le había salpicado en el rostro. Desvió sus ojos del charco hasta aquella pequeña pulpa sanguiolienta que tenía entre los dedos. ¿Sería un trozo de estómago? ¿De brazo? ¿O tal vez su cerebro? La Yotsuki admiraba con perplejidad aquel moco rojo.
—Joder.
También recordó la aparición de una misteriosa mujer, muy rubia, que parecía estar embarazada. Tenía algo, una especie de fuerza que no puede medirse ni calcularse, y que le otorgaba cierta autoridad. Cuando les dijo que se fueran de allí, Anzu no lo dudó, y como un autómata echó a correr, internándose en las sombras.
Ahora estaba allí, después de correr durante lo que le parecieron horas —en realidad habían sido poco menos de cinco minutos—. Recordó entonces que no había venido sola, sino con un Uchiha flacucho y charlatán. Sus ojos se movieron entonces del pequeño trozo de víscera, buscando a Datsue entre las sombras del callejón.
Trató de pensar. Recordaba haber golpeado a aquel larguilucho ilusionista. Una mujer bastante extravagante les había hecho preguntas sobre el famoso Haskoz, que parecía estar perseguido por media ciudad. El tipo más ancho no paraba de decir cosas sobre números y supersticiones religiosas. Entonces...
Se llevó una mano a la mejilla derecha, palpándose algo caliente y espeso. Se limpió con los dedos y entonces recordó lo que había sucedido después; era sangre. Antes de darse cuenta, el tipo del Genjutsu había estallado en pedazos, regando la calle con sus restos. La explosión no había sido tan grande como para alcanzar a los jovenes gennin, pero a Anzu una pequeña víscera le había salpicado en el rostro. Desvió sus ojos del charco hasta aquella pequeña pulpa sanguiolienta que tenía entre los dedos. ¿Sería un trozo de estómago? ¿De brazo? ¿O tal vez su cerebro? La Yotsuki admiraba con perplejidad aquel moco rojo.
—Joder.
También recordó la aparición de una misteriosa mujer, muy rubia, que parecía estar embarazada. Tenía algo, una especie de fuerza que no puede medirse ni calcularse, y que le otorgaba cierta autoridad. Cuando les dijo que se fueran de allí, Anzu no lo dudó, y como un autómata echó a correr, internándose en las sombras.
Ahora estaba allí, después de correr durante lo que le parecieron horas —en realidad habían sido poco menos de cinco minutos—. Recordó entonces que no había venido sola, sino con un Uchiha flacucho y charlatán. Sus ojos se movieron entonces del pequeño trozo de víscera, buscando a Datsue entre las sombras del callejón.