3/07/2016, 14:32
Anzu sonrió con franqueza cuando vio, a lo lejos, aproximarse la inconfundible figura de su compañero. Aunque habían pasado un año sin verse, Tatsuya era fácilmente identificable por sus ropajes —elegantes y de buena calidad— sus ojos y su forma tan cortés de andar. La Yotsuki lo saludó agitando una mano en el aire mientras él subía las escaleras de piedra que llevaban hasta la entrada del Edificio del Kawakage.
Aquellos dos gennin no habían sido los mejores amigos desde siempre, de hecho, ni siquiera habían trabajado juntos. Sin embargo, lo sucedido en el Torneo de los Dojos había fortalecido enormemente la complicidad entre ambos; no hay nada como enfrentar a la muerte junto a un ninja para que empieces a considerarlo tu camarada.
—Me alegra volver a verte, Anzu-chan —dijo Tatsuya, haciendo una de sus educadas reverencias.
La aludida le respondió con una carcajada divertida y un apretón de manos.
—¡Lo mismo digo, Tatsuya-san! Veo que no te has olvidado de tus modales.
Recorrió al tipo con la mirada de arriba a abajo. Parecía el mismo, pero estaba más alto y sus facciones eran más maduras; había empezado ya el camino de niño a hombre. «¿Habré cambiado tanto yo?» Claro que había cambiado. Las experiencias de todo un año viajando por Oonindo la habían moldeado como a un muñeco de cera, aunque ella no fuese plenamente consciente. Sí, estaba más desarrollada —aunque sus pechos seguían tan planos como siempre— y fuerte, su rostro estaba más curtido y sus ojos transmitían mayor dureza. Pero los detalles más llamativos eran, sin duda, dos kanjis tatuados con tinta negra: uno en la muñeca derecha y otro en la izquierda. Además, su mano derecha estaba cubierta de horribles quemaduras, como si la hubiera metido en una fanega de hierro hirviente.
—¡Bueno! Vamos a ello, ¿no? —dijo, enfilando la puerta del Edificio—. Sólo espero que Yubiwa-sama sepa excusar nuestra tardanza. Ha sido... duro, asimilar todo lo que pasó.
Anzu ya había explicado a su compañero el motivo de la reunión: quería informar al Kawakage de lo que habían escuchado a hurtadillas justo antes del desastre.
Aquellos dos gennin no habían sido los mejores amigos desde siempre, de hecho, ni siquiera habían trabajado juntos. Sin embargo, lo sucedido en el Torneo de los Dojos había fortalecido enormemente la complicidad entre ambos; no hay nada como enfrentar a la muerte junto a un ninja para que empieces a considerarlo tu camarada.
—Me alegra volver a verte, Anzu-chan —dijo Tatsuya, haciendo una de sus educadas reverencias.
La aludida le respondió con una carcajada divertida y un apretón de manos.
—¡Lo mismo digo, Tatsuya-san! Veo que no te has olvidado de tus modales.
Recorrió al tipo con la mirada de arriba a abajo. Parecía el mismo, pero estaba más alto y sus facciones eran más maduras; había empezado ya el camino de niño a hombre. «¿Habré cambiado tanto yo?» Claro que había cambiado. Las experiencias de todo un año viajando por Oonindo la habían moldeado como a un muñeco de cera, aunque ella no fuese plenamente consciente. Sí, estaba más desarrollada —aunque sus pechos seguían tan planos como siempre— y fuerte, su rostro estaba más curtido y sus ojos transmitían mayor dureza. Pero los detalles más llamativos eran, sin duda, dos kanjis tatuados con tinta negra: uno en la muñeca derecha y otro en la izquierda. Además, su mano derecha estaba cubierta de horribles quemaduras, como si la hubiera metido en una fanega de hierro hirviente.
—¡Bueno! Vamos a ello, ¿no? —dijo, enfilando la puerta del Edificio—. Sólo espero que Yubiwa-sama sepa excusar nuestra tardanza. Ha sido... duro, asimilar todo lo que pasó.
Anzu ya había explicado a su compañero el motivo de la reunión: quería informar al Kawakage de lo que habían escuchado a hurtadillas justo antes del desastre.