3/07/2016, 18:06
El lago de Amegakure se extendía tan impotente como siempre. Detrás de la colina, las gramíneas propias de los campos que rodeaban a la aldea se mecían suavemente con el viento y se agachaban con cada golpecito de gota de lluvia. Una pisada siguió a la otra y se plantó frente a las aguas de lo que había sido su hogar.
Suspiró, levantó la cara al cielo y se quitó la capucha de la capa de dos colores, dejándose bañar por el diluvio. Había echado tanto de menos aquél clima sin sol, aquella tormenta eterna... Y pensar que algunas veces había llegado a aborrecerla...
Suspiró, y puso un pie en el agua. Hundió el tobillo y la rodilla en el lago, y se preparó mentalmente para sumergirse.
El agua estaba turbia y aún no se había acostumbrado a abrir los ojos debajo de la superficie, pero se forzó a hacerlo y recorrió parte del lago en paralelo al puente de entrada a la villa. Giró la vista e intentó nadar hasta donde estaba el puente de acceso a la villa sin salir a respirar. Y una vez allí, subió y tomó aire de forma discreta, sacando sólo la boca y la nariz, antes de volver a hundirse. Acarició la pared de piedra con la palma de la mano y buceó abrazándose al muro recurriendo al subterfugio en su sombra, bajo las olas rompientes.
Calculó cuando había pasado el puesto de mando y salió a la superficie, despacio, despacio...
Una mano lo agarró de la capucha y lo lanzó hacia arriba volando. Pasó por encima del puente, confuso, donde le esperaba otro ninja canoso y de pelo corto que ya estaba haciendo sellos.
—¡Suiton: Teppoudama! —bramó, y escupió una rápida esfera de agua que se dirigió hacia Daruu a toda velocidad.
—¡Rasen: Shippai! —Daruu extendió la palma de su mano y emitió por ella un estallido de chakra de color esmeralda, que chocó contra la bala acuática y la hizo estallar, redirigiendo además el líquido que contenía hacia el ejecutor de la técnica, que no sufrió daños pero cayó de espaldas.
Vio con el rabillo del ojo, por la izquierda, como el otro hombre se le acercaba empuñando un bastón. Inclinó la espalda hacia atrás y esquivó el embite, sujetó el bastón y tiró hacia abajo mientras le ponía la zancadilla, derribándolo al suelo también.
Pero el otro se había levantado y le había lanzado otra bola de agua, que le dio de lleno en la cara y lo arrojó a él al suelo.
—Ay... ay... Buena esa.
—Espera, esa placa... ¿Tú eres de Amegakure? ¿Qué hacías intentando infiltrarte, imbécil?
—No te fíes, Dan... Seguro que es un espía extranjero. Recuerda las órdenes, máxima precaución.
—Parad el carro, parad... Sí, sí, soy Hanaiko Daruu. Amedama Kiroe es mi madre. Esperad, tengo... tengo una acreditación... —Daruu se levantó, y aunque las caras de los dos ninjas delataban una confusión creciente, seguían en guardia. El muchacho sacó del bolsillo un folio plastificado con el sello del País de la Tormenta y lo arrojó entre los dos.
El tal Dan se agachó para cogerlo y empezó a leerlo.
—¿Y qué pasa, que los documentos no se pueden falsificar? Mira, conozco a Kiroe-senpai, pero podrías estar haciéndote pasar por su hi...
Dan chasqueó la lengua y arrojó de nuevo el papel a Daruu.
—Tiene razón. Si yo mismo le sellé el permiso hace un año ahora que caigo, coño. Es el que se fue con el chucho, ¿no te acuerdas?
El otro lo observó unos instantes, y se dio la vuelta, malhumorado, dirigiéndose de nuevo a su puesto.
—Bah, haz lo que quieras, si luego nos mata a todos o algo la culpa es tuya.
—Sigo sin entender por qué nos haces perder el tiempo, chico. ¿No ves el susto que me has pegado? —espetó Dan.
—Seremaru siempre dice que hay que probar tus habilidades de vez en cuando, y no iba a andar infiltrándome en un sitio donde me pudieran matar. Al menos para esta aldea tengo acreditación, ¿sabes?
—¡Le estás hablando a un chunin, chico! Muestra algo más de respeto. ¿Crees que esto es un juego? ¡Podría haberte matado!
—Ahí estaba la gracia. Bueno... Lo siento mucho, ¿cómo te llamabas? Dan. Sí, eso, Dan. ¡Lo siento, pero no puedo quedarme a hablar! Tengo que hacer muchas cosas, empezando por saludar a mamá. ¡Hasta pronto!
El muchacho se perdió en el horizonte. Dan suspiró, y lánguidamente, volvió a su puesto. Antes de sentarse en la silla de guardia, dejó escapar una leve risilla.
—Je, las nuevas generaciones prometen.
—¿Decías algo, Dan?
—¿Eh? Qué va, qué va.
Horas después, caminaba por las calles de la aldea con una bolsa enorme de pastelillos en la mano. «¿Cuántos habrá? Uno, dos, tres, cuatro, cinco... seis, siete...? Jo-der, hay tantos que no puedo contarlos. Menudo recibimiento. Quizás podría darle alguno a Kori. Sí, seguro que me lo agradecerí...»
Kori. Ayame. ¡Ayame! Acababa de caer en la cuenta. Con todo lo que había pasado, se había olvidado de visitarla. Dio la vuelta cuando la calle se despejó y salió corriendo de nuevo en dirección a su calle. Pero pareció pensárselo dos veces unos segundos después, y, afligido, se paró en seco.
«¿Me... recordará?»
Había pasado un año. Ambos habían cambiado. ¿Se acordaría de él? Tal vez la muchacha hubiera estado muy ocupada en todo ese tiempo, haciendo misiones, entrenando... Conociendo a más gente...
«Dejamos todo aquello de lado... ¿recordará... el beso?»
Daruu empezó a pensar, empezó a recordar, se agobió y se dio la vuelta.
«No pudimos hablar después del torneo... No pudimos siquiera vernos. Yo... Yo me fui. ¿Pensará que la he abandonado? ¿Que he huído a propósito?»
Daruu no volvió a Amegakure después del torneo, sino que su madre insistió en que se fuera directamente con Seremaru, incluso había conseguido la acreditación de antemano.
Suspiró, y giró para meterse en el torreón de la academia.
Aquél fue el lugar donde peleó por primera vez contra Ayame. Aquella plataforma en lo alto del torreón. Había sido una buena pelea. Recordó entonces que también le debía una revancha, y que iba incluída en una apuesta con cierto hombre.
«Diantre... Demasiadas cosas en las que pensar. Creía que mi vuelta iba a ser más tranquila», maldijo interiormente, y se apoyó en la barandilla, observando su aldea una vez más.
«No ha cambiado mucho...»
Suspiró, levantó la cara al cielo y se quitó la capucha de la capa de dos colores, dejándose bañar por el diluvio. Había echado tanto de menos aquél clima sin sol, aquella tormenta eterna... Y pensar que algunas veces había llegado a aborrecerla...
Suspiró, y puso un pie en el agua. Hundió el tobillo y la rodilla en el lago, y se preparó mentalmente para sumergirse.
El agua estaba turbia y aún no se había acostumbrado a abrir los ojos debajo de la superficie, pero se forzó a hacerlo y recorrió parte del lago en paralelo al puente de entrada a la villa. Giró la vista e intentó nadar hasta donde estaba el puente de acceso a la villa sin salir a respirar. Y una vez allí, subió y tomó aire de forma discreta, sacando sólo la boca y la nariz, antes de volver a hundirse. Acarició la pared de piedra con la palma de la mano y buceó abrazándose al muro recurriendo al subterfugio en su sombra, bajo las olas rompientes.
Calculó cuando había pasado el puesto de mando y salió a la superficie, despacio, despacio...
Una mano lo agarró de la capucha y lo lanzó hacia arriba volando. Pasó por encima del puente, confuso, donde le esperaba otro ninja canoso y de pelo corto que ya estaba haciendo sellos.
—¡Suiton: Teppoudama! —bramó, y escupió una rápida esfera de agua que se dirigió hacia Daruu a toda velocidad.
—¡Rasen: Shippai! —Daruu extendió la palma de su mano y emitió por ella un estallido de chakra de color esmeralda, que chocó contra la bala acuática y la hizo estallar, redirigiendo además el líquido que contenía hacia el ejecutor de la técnica, que no sufrió daños pero cayó de espaldas.
Vio con el rabillo del ojo, por la izquierda, como el otro hombre se le acercaba empuñando un bastón. Inclinó la espalda hacia atrás y esquivó el embite, sujetó el bastón y tiró hacia abajo mientras le ponía la zancadilla, derribándolo al suelo también.
Pero el otro se había levantado y le había lanzado otra bola de agua, que le dio de lleno en la cara y lo arrojó a él al suelo.
—Ay... ay... Buena esa.
—Espera, esa placa... ¿Tú eres de Amegakure? ¿Qué hacías intentando infiltrarte, imbécil?
—No te fíes, Dan... Seguro que es un espía extranjero. Recuerda las órdenes, máxima precaución.
—Parad el carro, parad... Sí, sí, soy Hanaiko Daruu. Amedama Kiroe es mi madre. Esperad, tengo... tengo una acreditación... —Daruu se levantó, y aunque las caras de los dos ninjas delataban una confusión creciente, seguían en guardia. El muchacho sacó del bolsillo un folio plastificado con el sello del País de la Tormenta y lo arrojó entre los dos.
El tal Dan se agachó para cogerlo y empezó a leerlo.
—¿Y qué pasa, que los documentos no se pueden falsificar? Mira, conozco a Kiroe-senpai, pero podrías estar haciéndote pasar por su hi...
Dan chasqueó la lengua y arrojó de nuevo el papel a Daruu.
—Tiene razón. Si yo mismo le sellé el permiso hace un año ahora que caigo, coño. Es el que se fue con el chucho, ¿no te acuerdas?
El otro lo observó unos instantes, y se dio la vuelta, malhumorado, dirigiéndose de nuevo a su puesto.
—Bah, haz lo que quieras, si luego nos mata a todos o algo la culpa es tuya.
—Sigo sin entender por qué nos haces perder el tiempo, chico. ¿No ves el susto que me has pegado? —espetó Dan.
—Seremaru siempre dice que hay que probar tus habilidades de vez en cuando, y no iba a andar infiltrándome en un sitio donde me pudieran matar. Al menos para esta aldea tengo acreditación, ¿sabes?
—¡Le estás hablando a un chunin, chico! Muestra algo más de respeto. ¿Crees que esto es un juego? ¡Podría haberte matado!
—Ahí estaba la gracia. Bueno... Lo siento mucho, ¿cómo te llamabas? Dan. Sí, eso, Dan. ¡Lo siento, pero no puedo quedarme a hablar! Tengo que hacer muchas cosas, empezando por saludar a mamá. ¡Hasta pronto!
El muchacho se perdió en el horizonte. Dan suspiró, y lánguidamente, volvió a su puesto. Antes de sentarse en la silla de guardia, dejó escapar una leve risilla.
—Je, las nuevas generaciones prometen.
—¿Decías algo, Dan?
—¿Eh? Qué va, qué va.
···
Horas después, caminaba por las calles de la aldea con una bolsa enorme de pastelillos en la mano. «¿Cuántos habrá? Uno, dos, tres, cuatro, cinco... seis, siete...? Jo-der, hay tantos que no puedo contarlos. Menudo recibimiento. Quizás podría darle alguno a Kori. Sí, seguro que me lo agradecerí...»
Kori. Ayame. ¡Ayame! Acababa de caer en la cuenta. Con todo lo que había pasado, se había olvidado de visitarla. Dio la vuelta cuando la calle se despejó y salió corriendo de nuevo en dirección a su calle. Pero pareció pensárselo dos veces unos segundos después, y, afligido, se paró en seco.
«¿Me... recordará?»
Había pasado un año. Ambos habían cambiado. ¿Se acordaría de él? Tal vez la muchacha hubiera estado muy ocupada en todo ese tiempo, haciendo misiones, entrenando... Conociendo a más gente...
«Dejamos todo aquello de lado... ¿recordará... el beso?»
Daruu empezó a pensar, empezó a recordar, se agobió y se dio la vuelta.
«No pudimos hablar después del torneo... No pudimos siquiera vernos. Yo... Yo me fui. ¿Pensará que la he abandonado? ¿Que he huído a propósito?»
Daruu no volvió a Amegakure después del torneo, sino que su madre insistió en que se fuera directamente con Seremaru, incluso había conseguido la acreditación de antemano.
Suspiró, y giró para meterse en el torreón de la academia.
···
Aquél fue el lugar donde peleó por primera vez contra Ayame. Aquella plataforma en lo alto del torreón. Había sido una buena pelea. Recordó entonces que también le debía una revancha, y que iba incluída en una apuesta con cierto hombre.
«Diantre... Demasiadas cosas en las que pensar. Creía que mi vuelta iba a ser más tranquila», maldijo interiormente, y se apoyó en la barandilla, observando su aldea una vez más.
«No ha cambiado mucho...»