3/07/2016, 22:56
Los libros cayeron sobre él como la más pesada de las tormentas. Muchos le encontraron, pero los ignoró esperando el peor de todos los golpes, el del mueble en sí. Para su fortuna, el pesado estante no cayó de lleno sobre él, sino que su borde superior chocó contra el librero de enfrente. Inmediatamente se comenzaron a escuchar gritos que se convirtieron en todo un alboroto junto al sonido de la madera chocando repetidas veces.
«¡Esto definitivamente es culpa de esa pelirroja!» Fue el único pensamiento que llegó a su mente mientras se encontraba parcialmente sepultado. «Bueno... Quizás si la hubiese ayudado a salir en lugar de asustarme...»
Le costaba respirar y por las sensaciones que recorrían su cuerpo, estaba más que seguro de que estaba sangrando en algunas partes. Con mucho esfuerzo logró levantarse de entre la pila de libros que lo aprisionaba, igual que un no muerto se levanta de su sepulcro.
«¡Vamos, aun estoy a tiempo de largarme y evitar más problemas!» Mientras trataba de localizar una ruta de escape por entre todo el destrozo, vio como la pelirroja se levantaba y echaba a andar, movida por un pensamiento, seguramente, muy similar al suyo.
Dio un salto y se puso de pie, dispuesto para correr pero algo lo detuvo: No eran los gritos de odio y amenaza que esperaba escuchar, sino más bien un sollozo que denotaba una pena bastante marcada. Luego se lamentaría por lo que hizo, pero en ese instante se giró para ver si es que alguien se había lastimado.
Vio como el sitio que antes era tan ordenado y limpio, ahora se limitaba a un gran desorden con hojas dispersas por todos lados. Quiso echarle la culpa de lo ocurrido al diseño, con todas las estanterías formando una espiral, perfecta para un efecto dominó, pero aquello no tenía sentido. Ahí en el suelo había una mujer joven llorando de manera desconsolada mientras observaba el desastre. Pare él era obvio que se trataba de la encargada de turno.
«¡Joder! En ocasiones me doy vergüenza a mí mismo.» Reconoció que si aquella era la encargada, tendría que ser la que asumiera la responsabilidad por lo sucedido, pues, seguramente, nadie más lo haría.
El joven de cabellos grises comenzó a correr, pero no con intenciones de escapar «Si voy a aceptar la responsabilidad, no lo hare solo.» Alcanzó a la jovencita de cabello rojos, justo cuando estaba a punto de irse, y la sujetó por la parte externa del antebrazo.
—Esto… —ni siquiera había pensado en que decirle, lo único en lo que pensaba es que no quería cargar con toda la culpa el solo—. Espera… Si te vas le echarán la culpa de todo esto a la encargada. —Aseguro viéndose un tanto culpable.
»Mira; ya sé que luego de lo que ocurrió esta mañana no tendrías razones para confiar en mí, pero no tengo intenciones de culparte por todo o de hacerte pagar por nada —exclamó con expresión solemne—. Solo ayúdame a convencerles de que fue un accidente, limpiaremos un poco y luego podrás irte como si nada…
Lo cierto era que detestaba depender de otras personas para hacer las cosas, más aún de alguien quien no le agradaba. Pero siendo un extranjero, no conocía la forma en que se hacían las cosas por allí, así que era poco probable que le fueran a creer cualquier explicación que fuera a decir.
Su mirada, ni suplicante o condenante, se mantuvo sobre el rostro de la muchacha. Tanta era su intención de que se quedará, que ni siquiera noto que la mano con que la sujetaba estaba sangrando.
«¡Esto definitivamente es culpa de esa pelirroja!» Fue el único pensamiento que llegó a su mente mientras se encontraba parcialmente sepultado. «Bueno... Quizás si la hubiese ayudado a salir en lugar de asustarme...»
Le costaba respirar y por las sensaciones que recorrían su cuerpo, estaba más que seguro de que estaba sangrando en algunas partes. Con mucho esfuerzo logró levantarse de entre la pila de libros que lo aprisionaba, igual que un no muerto se levanta de su sepulcro.
«¡Vamos, aun estoy a tiempo de largarme y evitar más problemas!» Mientras trataba de localizar una ruta de escape por entre todo el destrozo, vio como la pelirroja se levantaba y echaba a andar, movida por un pensamiento, seguramente, muy similar al suyo.
Dio un salto y se puso de pie, dispuesto para correr pero algo lo detuvo: No eran los gritos de odio y amenaza que esperaba escuchar, sino más bien un sollozo que denotaba una pena bastante marcada. Luego se lamentaría por lo que hizo, pero en ese instante se giró para ver si es que alguien se había lastimado.
Vio como el sitio que antes era tan ordenado y limpio, ahora se limitaba a un gran desorden con hojas dispersas por todos lados. Quiso echarle la culpa de lo ocurrido al diseño, con todas las estanterías formando una espiral, perfecta para un efecto dominó, pero aquello no tenía sentido. Ahí en el suelo había una mujer joven llorando de manera desconsolada mientras observaba el desastre. Pare él era obvio que se trataba de la encargada de turno.
«¡Joder! En ocasiones me doy vergüenza a mí mismo.» Reconoció que si aquella era la encargada, tendría que ser la que asumiera la responsabilidad por lo sucedido, pues, seguramente, nadie más lo haría.
El joven de cabellos grises comenzó a correr, pero no con intenciones de escapar «Si voy a aceptar la responsabilidad, no lo hare solo.» Alcanzó a la jovencita de cabello rojos, justo cuando estaba a punto de irse, y la sujetó por la parte externa del antebrazo.
—Esto… —ni siquiera había pensado en que decirle, lo único en lo que pensaba es que no quería cargar con toda la culpa el solo—. Espera… Si te vas le echarán la culpa de todo esto a la encargada. —Aseguro viéndose un tanto culpable.
»Mira; ya sé que luego de lo que ocurrió esta mañana no tendrías razones para confiar en mí, pero no tengo intenciones de culparte por todo o de hacerte pagar por nada —exclamó con expresión solemne—. Solo ayúdame a convencerles de que fue un accidente, limpiaremos un poco y luego podrás irte como si nada…
Lo cierto era que detestaba depender de otras personas para hacer las cosas, más aún de alguien quien no le agradaba. Pero siendo un extranjero, no conocía la forma en que se hacían las cosas por allí, así que era poco probable que le fueran a creer cualquier explicación que fuera a decir.
Su mirada, ni suplicante o condenante, se mantuvo sobre el rostro de la muchacha. Tanta era su intención de que se quedará, que ni siquiera noto que la mano con que la sujetaba estaba sangrando.