4/07/2016, 23:59
La recepción del edificio administrativo de la villa era grande sin pretender ser ostentosa. Todo era de madera, desde el suelo hasta el mostrador. A la derecha había una puerta con un sobrio cartel que rezaba "Encargos y Misiones Menores", y a la izquierda una pared llena de cuadros con retratos de... Yubiwa.
Desde la puerta se extendía una sencilla alfombra verde hasta el mostrador. Allí les esperaba un... un sillón. Un sillón dado la vuelta. A cada lado del mostrador habían unas escaleras que ascendían a los pisos superiores.
Quién sabe qué había tras ese sillón, pero desde luego hacía un ruido como de alguien con un serrucho intentando tirar una enorme secuoya abajo.
El sillón se dio la vuelta lenta, lentamente.
Les recibió una señora mayor, que vestía unas gafas de color rosa, mucho más grandes de lo que cualquier estilista le habría recomendado dado el tamaño de su cabecita. Vestía un collar de perlas enormes de plástico, sin apenas brillo y que empezaba a perder color. A pesar de su inofensivo aspecto, y de lo gracioso que resultaba el moño en forma de pelota que conquistaba la cima de su cocorota, se trataba de una kunoichi veterana, o eso parecía sugerir la bandana que ceñía firmemente en la frente.
Se estaba limando las uñas con un utensilio tan desgastado que lo único que hacía era producir aquél extraño y lamentoso chirrido de mil demonios.
—No está —dijo.
Se dio la vuelta, y sin haberles dejado tiempo siquiera a contestar, volvió a girar el sillón y chilló:
—¡QUE NO ESTÁ! ¡VAMOS! ¡FUEEERA!