8/07/2016, 18:26
Al parecer su compañera de empresa iba a tener que esperar un poco mas. ¿Quién se iba a imaginar que la peliblanco acabaría en un embrollo así sin tan siquiera buscarlo? Por dios, si ella era toda una santa. En fin, tampoco del todo, pero ésta vez la pobrecilla no lo había buscado...
Para cuando su mano prendió fuego, y su amenaza sentenció la situación, el chico que previamente palpaba la seguridad de sus pechos salió disparado en un salto. Se alejó frenéticamente de la chica, y comenzó a sacudirse la entrepierna en pos de apagar ese pequeño incendio. El chico se jactó de que no había sido a propósito, pero sus manos no habían dicho eso. Un gesto vale mas que mil palabras, y su gesto no había sido para nada involuntario. Así pues, tenía su merecido, por mucho que se quejase.
La chica deshizo el sello del tigre, y chasqueó los dedos que tenía prendido en fuego para que las llamas se extinguieran. Su mirada no dejaba escapar movimiento del chico, siendo notoriamente seria. Casi al instante, el chico procedió a taparse tal y como podía el pequeño boquete de su pantalón, así como hizo una pequeña reverencia. No tardó en pedir disculpas, añadiendo que no había sido su intención.
Katomi se levantó al fin, y se sacudió la ropa sin aún mediar palabra con el chico. Tenía que tranquilizarse, pues de lo contrario el tema no acabaría en buen puerto. Dejó caer un suspiro, y buscó de nuevo en su bolsillo la cajetilla de tabaco, pero cayó en cuenta de que eso ya lo había hecho un instante antes del accidente. No tenía la cajetilla, había salido volando en alguna dirección.
—Está bien, supongo...— Contestó a la disculpa, prestando atención apenas al chico. Su mirada se disponía en una ardua búsqueda alrededor suya, tenía que encontrar el sustento que la mantenía calmada. Pero no llegaba a avistar la maldita cajetilla del infierno.
—¿Donde diablos habrá caído?— Pensó en voz alta mientras continuaba buscando.
Tanta era su preocupación, que hasta pasó por alto al chico. Si perdía la cajetilla, de veras que hoy sería un día de perros. Si ya tenía malos días y muy mala leche estando calmada y con su droga, a saber cómo terminaba la jornada sin fumar...
Para cuando su mano prendió fuego, y su amenaza sentenció la situación, el chico que previamente palpaba la seguridad de sus pechos salió disparado en un salto. Se alejó frenéticamente de la chica, y comenzó a sacudirse la entrepierna en pos de apagar ese pequeño incendio. El chico se jactó de que no había sido a propósito, pero sus manos no habían dicho eso. Un gesto vale mas que mil palabras, y su gesto no había sido para nada involuntario. Así pues, tenía su merecido, por mucho que se quejase.
La chica deshizo el sello del tigre, y chasqueó los dedos que tenía prendido en fuego para que las llamas se extinguieran. Su mirada no dejaba escapar movimiento del chico, siendo notoriamente seria. Casi al instante, el chico procedió a taparse tal y como podía el pequeño boquete de su pantalón, así como hizo una pequeña reverencia. No tardó en pedir disculpas, añadiendo que no había sido su intención.
Katomi se levantó al fin, y se sacudió la ropa sin aún mediar palabra con el chico. Tenía que tranquilizarse, pues de lo contrario el tema no acabaría en buen puerto. Dejó caer un suspiro, y buscó de nuevo en su bolsillo la cajetilla de tabaco, pero cayó en cuenta de que eso ya lo había hecho un instante antes del accidente. No tenía la cajetilla, había salido volando en alguna dirección.
—Está bien, supongo...— Contestó a la disculpa, prestando atención apenas al chico. Su mirada se disponía en una ardua búsqueda alrededor suya, tenía que encontrar el sustento que la mantenía calmada. Pero no llegaba a avistar la maldita cajetilla del infierno.
—¿Donde diablos habrá caído?— Pensó en voz alta mientras continuaba buscando.
Tanta era su preocupación, que hasta pasó por alto al chico. Si perdía la cajetilla, de veras que hoy sería un día de perros. Si ya tenía malos días y muy mala leche estando calmada y con su droga, a saber cómo terminaba la jornada sin fumar...