10/07/2016, 17:32
Anzu echó a reír ante la contestación de su compañero Uchiha.
—¿En serio? Te digo que las mujeres de Shinogi-To tenemos un caracter de mil demonios —admitió—. Aunque... Creo que tienes razón. Ser un traidor es lo peor que hay —escupió con desprecio para enfatizar la palabra 'traidor'.
Mientras caminaban, Datsue respondía de forma tajante a la pregunta de Anzu sobre su padre. O, sobre el hombre que según él, no merecía llamarse así. La Yotsuki no pudo evitar escuchar a su colega de Villa con una ceja enarcada de escepticismo y contrariedad. Ella tampoco guardaba apenas recuerdo alguno de su madre, pero por razones totalmente diferentes. Yotsuki Anzu —madre— había sido una valiente kunoichi de Amegakure, una luchadora nata, una guerrera sin par, que había muerto protegiendo a su Kage. Precisamente, de shinobis renegados que buscaban su muerte... Y que, al final, acabaron con la vida de la primera Anzu.
«Renegados...». Anzu escupió de nuevo.
Sin embargo, el Uchiha llamó su atención cuando sacó de debajo de sus ropas empapadas y todavía manchadas de vómito, una figurita de color azabache.
—Pensaba en venderlo. Seguro que me dan una pasta por esto. Todavía no sé por qué lo mantengo...
Anzu se detuvo en seco, con la mirada gacha.
—Lo mantienes porque es un regalo de tu padre. No sé qué clase de crimen ha cometido para que pienses así de él... Pero es el único padre que tendrás jamás —habló apresuradamente, como si no supiera exactamente qué palabras escoger y tuviese miedo de equivocarse—. Yo daría lo que fuera por tener algo que me recordase a mi madre.
Notó una punzada cerca del corazón, y echó a andar de nuevo. En poco llegarían a las Tres Mentiras, y al final de aquella noche tan extraña. A medida que se acercaban, Anzu rememoraba lo vivido: la estafa que Datsue quería llevar a cabo, la mirada amenazadora de Katame y Haskoz, el combate, la ilusión y aquel misterioso grupo. Como no, también a la mujer de cabellos rubios y ojos azules que les había salvado de quién sabe qué. «Haskoz... Parece mucho más que un padre sinvergüenza.»
—¿En serio? Te digo que las mujeres de Shinogi-To tenemos un caracter de mil demonios —admitió—. Aunque... Creo que tienes razón. Ser un traidor es lo peor que hay —escupió con desprecio para enfatizar la palabra 'traidor'.
Mientras caminaban, Datsue respondía de forma tajante a la pregunta de Anzu sobre su padre. O, sobre el hombre que según él, no merecía llamarse así. La Yotsuki no pudo evitar escuchar a su colega de Villa con una ceja enarcada de escepticismo y contrariedad. Ella tampoco guardaba apenas recuerdo alguno de su madre, pero por razones totalmente diferentes. Yotsuki Anzu —madre— había sido una valiente kunoichi de Amegakure, una luchadora nata, una guerrera sin par, que había muerto protegiendo a su Kage. Precisamente, de shinobis renegados que buscaban su muerte... Y que, al final, acabaron con la vida de la primera Anzu.
«Renegados...». Anzu escupió de nuevo.
Sin embargo, el Uchiha llamó su atención cuando sacó de debajo de sus ropas empapadas y todavía manchadas de vómito, una figurita de color azabache.
—Pensaba en venderlo. Seguro que me dan una pasta por esto. Todavía no sé por qué lo mantengo...
Anzu se detuvo en seco, con la mirada gacha.
—Lo mantienes porque es un regalo de tu padre. No sé qué clase de crimen ha cometido para que pienses así de él... Pero es el único padre que tendrás jamás —habló apresuradamente, como si no supiera exactamente qué palabras escoger y tuviese miedo de equivocarse—. Yo daría lo que fuera por tener algo que me recordase a mi madre.
Notó una punzada cerca del corazón, y echó a andar de nuevo. En poco llegarían a las Tres Mentiras, y al final de aquella noche tan extraña. A medida que se acercaban, Anzu rememoraba lo vivido: la estafa que Datsue quería llevar a cabo, la mirada amenazadora de Katame y Haskoz, el combate, la ilusión y aquel misterioso grupo. Como no, también a la mujer de cabellos rubios y ojos azules que les había salvado de quién sabe qué. «Haskoz... Parece mucho más que un padre sinvergüenza.»