21/05/2015, 16:15
El inicial orgullo que sentía Ayame se fue desinflando como un globo pinchado cuando Juro admitió que en realidad sólo la consideraba un par de años mayor. La muchacha dejó caer los brazos, súbitamente desalentada. En realidad no podía estar segura acerca de la edad de su acompañante, pues aparentaba aproximadamente la misma que la de ella, por lo que prefirió no hacer ningún comentario al respecto.
Sin embargo, cuando Juro explicó cómo se había imaginado a los habitantes de Amegakure, Ayame rompió a reír.
—¿En serio? ¿Qué tiene que ver la lluvia con el color de piel? —preguntó, entre risotadas—. De hecho, hasta ahora no conozco a nadie con la piel azul, y mucho menos con escamas. Sobre el humor, digamos que hay de todo. Como en cualquier lugar imagino.
Pero Ayame no tardó en cometer un grave error, y cuando Juro le corrigió acerca de su procedencia, su rostro se arreboló de manera peligrosamente intensa.
«¿Cómo he podido ser tan estúpida?» Se preguntó, maldiciendo su propia necedad. De hecho, cuando volvió a dirigir la mirada hacia la bandana del chico, se dio cuenta rápidamente de que había confundido la espiral de Uzushiogakure, parcialmente tapada por sus cabellos, por el triángulo de Kusagakure.
—Lo... lo siento... es que tu flequillo tapa el símbolo... —admitió, profundamente avergonzada. En un gesto nervioso, se había llevado la mano a la cintura para alcanzar su cantimplora y refrescarse la garganta con un par de tragos. Aunque verdaderamente lo que estaba haciendo era intentar ganar algo de tiempo y pensar en lo que debería decir antes de volver a meter la pata.
Sin embargo, fue Juro el que salvó la situación con una pregunta fuera del tema. Y Ayame volvió a alzar sus ojos hacia el cielo, hacia el Sol.
—Bueno... supongo que no se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido. De hecho, como ya te he dicho, cada vez que vemos el Sol es signo de mal presagio, así que supongo que no podemos echarlo demasiado en falta. Prefiero el agua, la verdad —añadió, con una media sonrisa, y volvió a anudar la cantimplora tras su obi.
Sin embargo, cuando Juro explicó cómo se había imaginado a los habitantes de Amegakure, Ayame rompió a reír.
—¿En serio? ¿Qué tiene que ver la lluvia con el color de piel? —preguntó, entre risotadas—. De hecho, hasta ahora no conozco a nadie con la piel azul, y mucho menos con escamas. Sobre el humor, digamos que hay de todo. Como en cualquier lugar imagino.
Pero Ayame no tardó en cometer un grave error, y cuando Juro le corrigió acerca de su procedencia, su rostro se arreboló de manera peligrosamente intensa.
«¿Cómo he podido ser tan estúpida?» Se preguntó, maldiciendo su propia necedad. De hecho, cuando volvió a dirigir la mirada hacia la bandana del chico, se dio cuenta rápidamente de que había confundido la espiral de Uzushiogakure, parcialmente tapada por sus cabellos, por el triángulo de Kusagakure.
—Lo... lo siento... es que tu flequillo tapa el símbolo... —admitió, profundamente avergonzada. En un gesto nervioso, se había llevado la mano a la cintura para alcanzar su cantimplora y refrescarse la garganta con un par de tragos. Aunque verdaderamente lo que estaba haciendo era intentar ganar algo de tiempo y pensar en lo que debería decir antes de volver a meter la pata.
Sin embargo, fue Juro el que salvó la situación con una pregunta fuera del tema. Y Ayame volvió a alzar sus ojos hacia el cielo, hacia el Sol.
—Bueno... supongo que no se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido. De hecho, como ya te he dicho, cada vez que vemos el Sol es signo de mal presagio, así que supongo que no podemos echarlo demasiado en falta. Prefiero el agua, la verdad —añadió, con una media sonrisa, y volvió a anudar la cantimplora tras su obi.