14/07/2016, 23:40
—¿Qué podía hacer yo? —respondió él, y cuando Ayame alzó la mirada para mirarle se sobresaltó al descubrir que él también lloraba—. Podría haberte escrito algo, ¿pero dónde lo envío? ¿A tu casa? Imagínate a tu padre cogiendo la carta y leyéndola. No quería causarte problemas sin estar yo aquí para que la pagase conmigo y no contigo...
Ayame se encogió ligeramente al pensar en su padre. ¿Qué habría hecho si una carta de Daruu hubiera caído en sus manos después de todos los encontronazos que habían tenido? ¿Qué habría pasado? ¿Qué habría pensado al respecto? No supo por qué, pero en ese momento rememoró las palabras que le había dirigido Hagoromo aquel fatídico día, aquellas palabras que afirmaban que sus enfrentamientos no les llevarían a ninguna parte y que profetizaban que Daruu y su padre acabarían siendo buenos amigos. Sin embargo, en aquellos momentos no podía tener muchas esperanzas al respecto.
Intentó responder, pero sólo un pesado suspiro brotó de sus labios. Daruu tosió abruptamente, ahogado en una silenciosa risilla.
—Pero da igual... —continuó—. ...yo también tenía miedo de que te hubieras olvidado de mí, o de lo que pasó, o que te lo hubieras replanteado. He estado aprendiendo muchas cosas con Seremaru, y... te tenía preparada una cosita.
—Tengo mala memoria para los nombres, pero sería incapaz de olvidarte... ¡resultaría absurdo! —exclamó Ayame, con las mejillas sonrojadas.
Pero Daruu extendió la palma de su mano a modo de respuesta, y Ayame le miró con cierta confusión. Para su completa estupefacción, y de una manera muy similar a como había ocurrido en su primer encuentro, una planta creció a partir de ella. Pero en aquella ocasión no fue un lirio. La flor que se abrió en su extremo era una rosa. Y a aquella la acompañaron varias más, y, como si de una extraña competición se tratara, cada una de ellas de un color más exótico que el anterior. Para cuando un último lazo de hierba selló el precioso ramillete y Daruu se lo puso entre las manos, Ayame tenía los ojos inundados de lágrimas.
—Ahora que la pague conmigo si quiere —sentenció, y entonces la rodeó con sus brazos y la besó. Una intensa descarga eléctrica despertó las mariposas que dormían en su estómago cuando sus labios se rozaron. Y fue un beso tan dulce que Ayame tuvo que agarrarse a su pecho con la mano libre para que sus temblorosas piernas no terminaran por hacerla caer al suelo.
Cuando se separaron, Ayame sentía como si su pecho hubiera estallado en fuego y le ardían las mejillas de tal manera que dejó de sentir la lluvia cayendo sobre su cuerpo.
—Si no te importa mojarte con la lluvia, podemos sentarnos ahí y ha... hablar un poco de todo antes de... —suspiró, y Ayame alzó la mirada sobresaltada. ¿Antes de qué? No creía posible que pudiera sonrojarse más pero estaba claro que se equivocaba—. Bueno, ya lo sabes, ¿no? —¡¿El qué demonios debía saber?!—. La apuesta.
La presión que había cargado su cuerpo se deshizo como un globo pinchado.
—¡Ah! ¡La apuesta! ¡Ya se me había olvidado! —suspiró, profundamente aliviada. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Por un instante sintió ganas de abofetearse a sí misma.
Daruu se había adelantado, pero Ayame siguió sus pasos y se sentó junto a él en el banco de piedra. Suspiró brevemente al sentir el frescor de la lluvia acariciando sus mejillas encendidas. Aunque el momento de relajación no duró demasiado.
—¿Has hecho alguna misión este año? Con todo lo del entrenamiento, yo no he podido, y para las pocas que hicimos juntos en su día, la verdad es que lo echo en falta.
Ayame se removió en el sitio, incómoda.
—La verdad es que no... Con todo lo que pasó en el torneo... Necesitaba tiempo para pensar, y no encontraba los ánimos para embarcarme en una misión. Aunque tampoco he estado parada. Papá, Kōri y mi tío no me han dado ni un solo respiro —se rio.
—¿Recuerdas cuando acompañamos a tu padre a esa charla sobre las vacunaciones? Lo pienso ahora y es que es para reírse.
Ayame, desde luego, soltó una carcajada. Aquel día había sido tan estrafalario y divertido al mismo tiempo que al echar la mirada hacia atrás no podía evitar reírse.
La primera misión es un acontecimiento muy emocionante para la vida de cualquier genin. Para cualquiera, menos para Ayame, que prácticamente se estiraba de los pelos cada vez que pensaba en que en cualquier día debería enfrentarse a una de aquellas tareas. De tan solo pensar en la humillación que supondría fallar su primera misión...
Y así fueron pasando los meses tras su graduación como genin. Y a cada día que pasaba, la crispación de su padre la ver la pasividad de su hija kunoichi crecía más y más. Hasta aquella mañana en la que la discusión estalló como una bomba de relojería y Zetsuo terminó abandonando la casa con un sonoro portazo.
Varias horas después, bajo mandato de una orden oficial firmada por la misma Arashikage, Ayame fue citada a mediodía en la plaza central de Amegakure.
Llegó puntual al lugar señalado, con cierta preocupación y sin apartar los ojos de la nota que llevaba entre las manos. En el papel no se le había indicado para qué requerían su presencia allí. ¿Acaso las autoridades se habían hartado también de que no ejerciera su profesión como kunoichi e iban a castigarla por ello?
Lo que ella no podía saber de ninguna manera, era que ella no había sido la única que había recibido aquella misteriosa carta...
Ayame se encogió ligeramente al pensar en su padre. ¿Qué habría hecho si una carta de Daruu hubiera caído en sus manos después de todos los encontronazos que habían tenido? ¿Qué habría pasado? ¿Qué habría pensado al respecto? No supo por qué, pero en ese momento rememoró las palabras que le había dirigido Hagoromo aquel fatídico día, aquellas palabras que afirmaban que sus enfrentamientos no les llevarían a ninguna parte y que profetizaban que Daruu y su padre acabarían siendo buenos amigos. Sin embargo, en aquellos momentos no podía tener muchas esperanzas al respecto.
Intentó responder, pero sólo un pesado suspiro brotó de sus labios. Daruu tosió abruptamente, ahogado en una silenciosa risilla.
—Pero da igual... —continuó—. ...yo también tenía miedo de que te hubieras olvidado de mí, o de lo que pasó, o que te lo hubieras replanteado. He estado aprendiendo muchas cosas con Seremaru, y... te tenía preparada una cosita.
—Tengo mala memoria para los nombres, pero sería incapaz de olvidarte... ¡resultaría absurdo! —exclamó Ayame, con las mejillas sonrojadas.
Pero Daruu extendió la palma de su mano a modo de respuesta, y Ayame le miró con cierta confusión. Para su completa estupefacción, y de una manera muy similar a como había ocurrido en su primer encuentro, una planta creció a partir de ella. Pero en aquella ocasión no fue un lirio. La flor que se abrió en su extremo era una rosa. Y a aquella la acompañaron varias más, y, como si de una extraña competición se tratara, cada una de ellas de un color más exótico que el anterior. Para cuando un último lazo de hierba selló el precioso ramillete y Daruu se lo puso entre las manos, Ayame tenía los ojos inundados de lágrimas.
—Ahora que la pague conmigo si quiere —sentenció, y entonces la rodeó con sus brazos y la besó. Una intensa descarga eléctrica despertó las mariposas que dormían en su estómago cuando sus labios se rozaron. Y fue un beso tan dulce que Ayame tuvo que agarrarse a su pecho con la mano libre para que sus temblorosas piernas no terminaran por hacerla caer al suelo.
Cuando se separaron, Ayame sentía como si su pecho hubiera estallado en fuego y le ardían las mejillas de tal manera que dejó de sentir la lluvia cayendo sobre su cuerpo.
—Si no te importa mojarte con la lluvia, podemos sentarnos ahí y ha... hablar un poco de todo antes de... —suspiró, y Ayame alzó la mirada sobresaltada. ¿Antes de qué? No creía posible que pudiera sonrojarse más pero estaba claro que se equivocaba—. Bueno, ya lo sabes, ¿no? —¡¿El qué demonios debía saber?!—. La apuesta.
La presión que había cargado su cuerpo se deshizo como un globo pinchado.
—¡Ah! ¡La apuesta! ¡Ya se me había olvidado! —suspiró, profundamente aliviada. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Por un instante sintió ganas de abofetearse a sí misma.
Daruu se había adelantado, pero Ayame siguió sus pasos y se sentó junto a él en el banco de piedra. Suspiró brevemente al sentir el frescor de la lluvia acariciando sus mejillas encendidas. Aunque el momento de relajación no duró demasiado.
—¿Has hecho alguna misión este año? Con todo lo del entrenamiento, yo no he podido, y para las pocas que hicimos juntos en su día, la verdad es que lo echo en falta.
Ayame se removió en el sitio, incómoda.
—La verdad es que no... Con todo lo que pasó en el torneo... Necesitaba tiempo para pensar, y no encontraba los ánimos para embarcarme en una misión. Aunque tampoco he estado parada. Papá, Kōri y mi tío no me han dado ni un solo respiro —se rio.
—¿Recuerdas cuando acompañamos a tu padre a esa charla sobre las vacunaciones? Lo pienso ahora y es que es para reírse.
Ayame, desde luego, soltó una carcajada. Aquel día había sido tan estrafalario y divertido al mismo tiempo que al echar la mirada hacia atrás no podía evitar reírse.
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La primera misión es un acontecimiento muy emocionante para la vida de cualquier genin. Para cualquiera, menos para Ayame, que prácticamente se estiraba de los pelos cada vez que pensaba en que en cualquier día debería enfrentarse a una de aquellas tareas. De tan solo pensar en la humillación que supondría fallar su primera misión...
Y así fueron pasando los meses tras su graduación como genin. Y a cada día que pasaba, la crispación de su padre la ver la pasividad de su hija kunoichi crecía más y más. Hasta aquella mañana en la que la discusión estalló como una bomba de relojería y Zetsuo terminó abandonando la casa con un sonoro portazo.
Varias horas después, bajo mandato de una orden oficial firmada por la misma Arashikage, Ayame fue citada a mediodía en la plaza central de Amegakure.
Llegó puntual al lugar señalado, con cierta preocupación y sin apartar los ojos de la nota que llevaba entre las manos. En el papel no se le había indicado para qué requerían su presencia allí. ¿Acaso las autoridades se habían hartado también de que no ejerciera su profesión como kunoichi e iban a castigarla por ello?
Lo que ella no podía saber de ninguna manera, era que ella no había sido la única que había recibido aquella misteriosa carta...