16/07/2016, 17:16
La presentación se dio de la manera correcta; Tanto Mogura como Naomi se saludaron y se ofrecieron las respectivas reverencias, obligadas en el protocolo de un lugar como aquel. Ahora solo quedaba esperar que le contaran como eran las costumbres de aquella aldea donde las lluvias eran permanentes.
—La gente suele terminar acostumbrarse a que llueva todos y cada uno de los días, tanto así que un día donde no llueve es símbolo de mala suerte.
—Ya veo. «Es extraño; cuando las nubes se disipan, cuando se forman los arcoíris y cuando se puede ver el sol, la luna y las estrellas… Entonces es cuando los habitantes de Amegakure se preocupan.
Siguió escuchando con atención, pues a cada palabra que su compañero liberaba, más interesante y fantástica le parecía aquella aldea.
Según lo dicho por aquel muchacho: Cuando se presentaba el otoño se llevaba a cabo la festividad de los deseos ahogados. Básicamente, era colocar en un arca todos los deseos que se le quisiera pedir al dios de la lluvia. El resto resultaba algo bastante ritualista; Se colocaba el arca en un barco que navegaría por el lago. La curiosa forma del mástil tenía el objetivo de atraer los posibles rayos que hubiese en aquel momento. La idea era que la embarcación se hundiera a causa del fuego provocado por la centella y que entonces el dios de la lluvia lo aceptase como ofrenda, de modo que si se rezaba lo suficiente los deseos se hacían realidad.
—Fascinante. —No había otra forma de describir la imagen mental que se estaba haciendo de aquel sitio.
—¿En Uzushiogakure tienen fiestas como esa, Ishimura-dono?
—Sí que las hay, Mogura-dono —aseguro sereno—. De hecho, hay una que es la favorita de mi Naomi.
»Cuando llega la primavera, se realiza una celebración en honor a los dioses en el Jardín de los Cerezos. Se lleva a cabo justo cuando los arboles han florecido en su máximo esplendor. Para aquella ocasión la gente hace gala de sus ropas más tradicionales. El día se dedica a descansar bajo los árboles, observar las flores de cerezo, conversar, hacer picnics y escuchar música al aire libre.
—Sí, es una festividad maravillosa. —Aseguro Naomi, que deseaba que el torneo terminara pronto para regresar junto con su señor a ver los cerezos en flor una vez más.
En aquel momento se pudo escuchar un sonido fino y metálico; Era el mesonero que les estaba llevando la comida «Eso fue rápido.» Pensaba aquello, pues creía que apenas habían pasado unos minutos, pero lo cierto es que conversando y charlando ya había pasado un buen rato, el suficiente para que su pedido estuviera listo.
—He aquí lo que ordenaron —colocó las tres bandejas en la mesa y con una jarra llenó tres vasos con agua mineral—. Buen provecho, mis señores.
El joven realizó una marcada reverencia y procedió a retirarse para que aquel trió pudiese disfrutar de su dulce comida.
—La gente suele terminar acostumbrarse a que llueva todos y cada uno de los días, tanto así que un día donde no llueve es símbolo de mala suerte.
—Ya veo. «Es extraño; cuando las nubes se disipan, cuando se forman los arcoíris y cuando se puede ver el sol, la luna y las estrellas… Entonces es cuando los habitantes de Amegakure se preocupan.
Siguió escuchando con atención, pues a cada palabra que su compañero liberaba, más interesante y fantástica le parecía aquella aldea.
Según lo dicho por aquel muchacho: Cuando se presentaba el otoño se llevaba a cabo la festividad de los deseos ahogados. Básicamente, era colocar en un arca todos los deseos que se le quisiera pedir al dios de la lluvia. El resto resultaba algo bastante ritualista; Se colocaba el arca en un barco que navegaría por el lago. La curiosa forma del mástil tenía el objetivo de atraer los posibles rayos que hubiese en aquel momento. La idea era que la embarcación se hundiera a causa del fuego provocado por la centella y que entonces el dios de la lluvia lo aceptase como ofrenda, de modo que si se rezaba lo suficiente los deseos se hacían realidad.
—Fascinante. —No había otra forma de describir la imagen mental que se estaba haciendo de aquel sitio.
—¿En Uzushiogakure tienen fiestas como esa, Ishimura-dono?
—Sí que las hay, Mogura-dono —aseguro sereno—. De hecho, hay una que es la favorita de mi Naomi.
»Cuando llega la primavera, se realiza una celebración en honor a los dioses en el Jardín de los Cerezos. Se lleva a cabo justo cuando los arboles han florecido en su máximo esplendor. Para aquella ocasión la gente hace gala de sus ropas más tradicionales. El día se dedica a descansar bajo los árboles, observar las flores de cerezo, conversar, hacer picnics y escuchar música al aire libre.
—Sí, es una festividad maravillosa. —Aseguro Naomi, que deseaba que el torneo terminara pronto para regresar junto con su señor a ver los cerezos en flor una vez más.
En aquel momento se pudo escuchar un sonido fino y metálico; Era el mesonero que les estaba llevando la comida «Eso fue rápido.» Pensaba aquello, pues creía que apenas habían pasado unos minutos, pero lo cierto es que conversando y charlando ya había pasado un buen rato, el suficiente para que su pedido estuviera listo.
—He aquí lo que ordenaron —colocó las tres bandejas en la mesa y con una jarra llenó tres vasos con agua mineral—. Buen provecho, mis señores.
El joven realizó una marcada reverencia y procedió a retirarse para que aquel trió pudiese disfrutar de su dulce comida.