17/07/2016, 15:53
(Última modificación: 17/07/2016, 15:54 por Uchiha Akame.)
Anzu abrió muchísimo los ojos ante la respuesta del Uchiha. Ella no lo había dicho en serio, claro, si no más bien como una chanza inocente. Sin embargo, las palabras de Datsue rezumaban convicción y... normalidad. Como si estuviesen en una aldea de cincuenta habitantes, perdida entre las montañas del País de la Tierra, y casarse y tener hijos a los catorce años fuese lo más normal del mundo. La Yotsuki se puso roja, de confusión y vergüenza.
—Eh, uh, vaya, pues... Felicidades —repitió, como si la enhorabuena previa no contase, por no haberla dicho en serio—. ¿Cómo se llama?
Luego Datsue mencionó —por segunda vez— su larga ausencia de la Villa. Sí, ciertamente había estado fuera mucho tiempo; quizá demasiado. Y no era normal que un ninja abandonase su Aldea así como así. Anzu había tenido un buen motivo, claro, además del permiso del Kawakage que su maestro había solicitado. Durante aquel año había vivido tantas cosas que contárselas todas a Datsue podría haberle llevado hasta el día siguiente.
—¿De fiesta? Tú flipas, socio —replicó, con gesto pretendidamente orgulloso—. He estado viajando por todo Oonindo, aprendiendo y entrenándome para ser la mejor gennin de Takigakure no Sato.
Sus palabras vinieron acompañadas de un puño cerrado con determinación y porte marcial. Realmente había mejorado mucho durante aquellos casi trescientos sesenta y cinco días viajando con Hida por todo el Continente Ninja, pero tampoco estaba segura de ser —de momento— la más habilidosa de entre sus colegas. «De lo que sí estoy convencida es de que todavía podría ganarte con una mano atada a la espalda, Uchiha Datsue», pensó con orgullo. Si bien era cierto que el joven gennin parecía más curtido y centrado que antes, todavía tenía mucho que hacer para ganarse el respeto de Anzu.
—Oye, ¿y eso de ahí? Está chulo. ¿Te lo hiciste en Shinogi-To? Dicen que allí están los mejores tatuadores...
La Yotsuki se miró la muñeca donde tenía tatuado el kanji "Justicia". Era la misma mano que se había abrasado por completo. Esbozó una sonrisa.
—No, no me lo hice en Shinogi-To. Allí ni siquiera conocen esta palabra —replicó, convencida—. Fue en Yugakure no Sato, en el País del Rayo. Hida-sensei y yo volvíamos del Norte y paramos en la Villa. Al llegar, vimos una riña en una de las calles principales... Dos niños pequeños, que vivían en las calles y mendigaban para comer, peleaban por un mendrugo de pan. En mitad de la refriega, uno tiró al otro de espaldas, cayendo sobre el puesto de un frutero... —recordaba aquello como si lo estuviera viviendo en aquel mismo momento—. El tendero sacó una vara de madera y empezó a darles de palos, ensañándose con ellos porque sabía que nadie protegería a dos niños sin techo. Sabía que no eran nadie, y que no importaban a nadie.
Sus ojos se iluminaron con un destello de ira.
—Entonces, un hombre salió de entre la gente que se había congregado. Llevaba una yukata azul oscura y un haori blanco perla, y una espada en el cinturón. Sin esfuerzo ninguno, le quitó el palo al tendero y empezó a devolverle todos y cada uno de los varazos que le había dado a los chiquillos. Luego, lo rompió. Tomó unas frutas de su puesto, las pagó, y se las dio a los dos chicos a partes iguales.
»Incluso aunque no eran nadie. Incluso aunque no eran nada, y no importaban. A él sí le importaban, porque eran débiles, eran víctimas... Eso es Justicia. Así que me hice esto —enseñó su tatuaje con orgullo— para nunca olvidar lo que vi aquella mañana en Yugakure.
De repente su rostro se endureció.
—Aunque no espero que lo entiendas —agregó tras una pausa, tomando un vaso de cerveza y bebiéndoselo de un trago sin poner cara de asco—. Parece que has preferido andar por ahí clavando la sombrilla en lugar de entrenar, que buena falta te hacía.
»Y a propósito de eso, todavía tengo que darte una paliza por lo que hiciste en el Torneo.
—Eh, uh, vaya, pues... Felicidades —repitió, como si la enhorabuena previa no contase, por no haberla dicho en serio—. ¿Cómo se llama?
Luego Datsue mencionó —por segunda vez— su larga ausencia de la Villa. Sí, ciertamente había estado fuera mucho tiempo; quizá demasiado. Y no era normal que un ninja abandonase su Aldea así como así. Anzu había tenido un buen motivo, claro, además del permiso del Kawakage que su maestro había solicitado. Durante aquel año había vivido tantas cosas que contárselas todas a Datsue podría haberle llevado hasta el día siguiente.
—¿De fiesta? Tú flipas, socio —replicó, con gesto pretendidamente orgulloso—. He estado viajando por todo Oonindo, aprendiendo y entrenándome para ser la mejor gennin de Takigakure no Sato.
Sus palabras vinieron acompañadas de un puño cerrado con determinación y porte marcial. Realmente había mejorado mucho durante aquellos casi trescientos sesenta y cinco días viajando con Hida por todo el Continente Ninja, pero tampoco estaba segura de ser —de momento— la más habilidosa de entre sus colegas. «De lo que sí estoy convencida es de que todavía podría ganarte con una mano atada a la espalda, Uchiha Datsue», pensó con orgullo. Si bien era cierto que el joven gennin parecía más curtido y centrado que antes, todavía tenía mucho que hacer para ganarse el respeto de Anzu.
—Oye, ¿y eso de ahí? Está chulo. ¿Te lo hiciste en Shinogi-To? Dicen que allí están los mejores tatuadores...
La Yotsuki se miró la muñeca donde tenía tatuado el kanji "Justicia". Era la misma mano que se había abrasado por completo. Esbozó una sonrisa.
—No, no me lo hice en Shinogi-To. Allí ni siquiera conocen esta palabra —replicó, convencida—. Fue en Yugakure no Sato, en el País del Rayo. Hida-sensei y yo volvíamos del Norte y paramos en la Villa. Al llegar, vimos una riña en una de las calles principales... Dos niños pequeños, que vivían en las calles y mendigaban para comer, peleaban por un mendrugo de pan. En mitad de la refriega, uno tiró al otro de espaldas, cayendo sobre el puesto de un frutero... —recordaba aquello como si lo estuviera viviendo en aquel mismo momento—. El tendero sacó una vara de madera y empezó a darles de palos, ensañándose con ellos porque sabía que nadie protegería a dos niños sin techo. Sabía que no eran nadie, y que no importaban a nadie.
Sus ojos se iluminaron con un destello de ira.
—Entonces, un hombre salió de entre la gente que se había congregado. Llevaba una yukata azul oscura y un haori blanco perla, y una espada en el cinturón. Sin esfuerzo ninguno, le quitó el palo al tendero y empezó a devolverle todos y cada uno de los varazos que le había dado a los chiquillos. Luego, lo rompió. Tomó unas frutas de su puesto, las pagó, y se las dio a los dos chicos a partes iguales.
»Incluso aunque no eran nadie. Incluso aunque no eran nada, y no importaban. A él sí le importaban, porque eran débiles, eran víctimas... Eso es Justicia. Así que me hice esto —enseñó su tatuaje con orgullo— para nunca olvidar lo que vi aquella mañana en Yugakure.
De repente su rostro se endureció.
—Aunque no espero que lo entiendas —agregó tras una pausa, tomando un vaso de cerveza y bebiéndoselo de un trago sin poner cara de asco—. Parece que has preferido andar por ahí clavando la sombrilla en lugar de entrenar, que buena falta te hacía.
»Y a propósito de eso, todavía tengo que darte una paliza por lo que hiciste en el Torneo.