17/07/2016, 20:45
La kunoichi de piel café estaba tan cabreada que ni siquiera se sintió culpable por hacer llorar a la hermanita de Datsue. El bebé empezó a berrear, terminando el trabajo que los gritos de Anzu habían empezado y consiguiendo que los comensales más cercanos abandonaran la mesa entre resoplidos, malas caras y blasfemias. A ella no le pasó desapercibido que, desde el otro lado de la mesa, Hida la observaba con aquellos ojos oscuros y duros como la piedra. Anzu le conocía lo bastante bien como para saber qué quería decir esa mirada. «¿Que me tranquilice? Ah, no, no, no. Estoy harta de que este cuerpoescombro me vacile cada vez que le venga en gana»
Datsue replicó con su lengua de plata de una forma tan impecable que, a cada palabra que decía, Anzu se ponía un poco más roja, y el volcán que había entrado en erupción dentro de su pecho amenazaba con abrasarla desde dentro. Apretó los puños con tanta fuerza que se hizo sangre. Los pocos músculos de su cuerpo que la fina yukata ceremonial dejaba ver estaban tensos como cables de acero.
—Qué mentiroso, haría falta no tener ojos en la cara para decir eso —replicó, en voz baja y de forma prudente, porque en el fondo estaba insinuando que el Kawakage no había elegido bien.
El Uchiha no se detuvo ahí, sino que caminó varios pasos más allá de cualquier línea roja que una persona razonable —pero violenta— como Anzu pudiera tener. Ni códigos ni gaitas valían ya. Nada más el Uchiha terminó de hablar, ella se acercó un paso amenazador.
—En el Árbol Sagrado, dentro de media hora. Ven si tienes pelotas, socio —siseó, amenazadora—. Ya es hora de que te cierre esa bocaza que tienes.
Datsue replicó con su lengua de plata de una forma tan impecable que, a cada palabra que decía, Anzu se ponía un poco más roja, y el volcán que había entrado en erupción dentro de su pecho amenazaba con abrasarla desde dentro. Apretó los puños con tanta fuerza que se hizo sangre. Los pocos músculos de su cuerpo que la fina yukata ceremonial dejaba ver estaban tensos como cables de acero.
—Qué mentiroso, haría falta no tener ojos en la cara para decir eso —replicó, en voz baja y de forma prudente, porque en el fondo estaba insinuando que el Kawakage no había elegido bien.
El Uchiha no se detuvo ahí, sino que caminó varios pasos más allá de cualquier línea roja que una persona razonable —pero violenta— como Anzu pudiera tener. Ni códigos ni gaitas valían ya. Nada más el Uchiha terminó de hablar, ella se acercó un paso amenazador.
—En el Árbol Sagrado, dentro de media hora. Ven si tienes pelotas, socio —siseó, amenazadora—. Ya es hora de que te cierre esa bocaza que tienes.