17/07/2016, 22:27
Una carcajada seca fue el único recibimiento que tuvo el Uchiha tras entrar en escena como se podía esperar de él. «Puede que otra cosa no, pero gracia tiene el jodío», se dijo a sí misma la kunoichi. Cada vez que Datsue hacía un chiste de los suyos, a ella le daban ganas de reírse a carcajadas. Excepto aquella vez, claro, en la que la risa que le salía del estómago se vio ahogada por una montaña de magma incandescente. Las palabras del gennin todavía resonaban en su cabeza.
Había escuchado la voz de Datsue alta y clara durante todo el camino. Desde la ribera del río, donde todo el pueblo festajaba sin ellos dos, hasta su casa. Luego mientras se quitaba el engorroso atuendo ceremonial y se calzaba sus cómodas ropas ninja. Y también mientras caminaba, sin dejar de apretar los dientes, hasta el Árbol Sagrado. Allí, con él de testigo, golpearía a su compañero shinobi hasta hacerse sangre en los nudillos. «Es un debilucho y un bocachancla, se merece lo que le va a pasar», trataba de convencerse. Porque en el fondo, aquel chico seguía siendo un compañero. Su compañero, y el único amigo que había tenido en Takigakure. «Y ahora estoy a punto de intentar romperle los piños. Qué cosas...» Entonces las burlas de Datsue volvían a su cabeza, y aquel fuego interno se avivaba con furia.
De entre las sombras emergió la figura atlética y oscura de Anzu. Vestía un top negro muy ajustado —pero cómodo— que marcaba los músculos fibrosos de su torso. Llevaba las manos desnudas, pantalones largos y sandalias ninja. En el cinturón, su fiel portaobjetos, más vacío que lleno.
—No puedes evitarlo, ¿verdad? Tomártelo todo a coña —reprochó la kunoichi—. Venga, cuerpoescombro. Demuéstrame que no copiaste en el examen de graduación. Demuéstrame que eres capaz de algo más que de hablar mucho y pensar en billetes de color verde.
Sus palabras vinieron acompañadas de una pose marcial; piernas separadas en un ángulo calculado y puños en alto, el izquierdo delante y el derecho más atrás.
«¡Le vas a dejar impresionado cuando vea esa mano chamuscada!»
Había escuchado la voz de Datsue alta y clara durante todo el camino. Desde la ribera del río, donde todo el pueblo festajaba sin ellos dos, hasta su casa. Luego mientras se quitaba el engorroso atuendo ceremonial y se calzaba sus cómodas ropas ninja. Y también mientras caminaba, sin dejar de apretar los dientes, hasta el Árbol Sagrado. Allí, con él de testigo, golpearía a su compañero shinobi hasta hacerse sangre en los nudillos. «Es un debilucho y un bocachancla, se merece lo que le va a pasar», trataba de convencerse. Porque en el fondo, aquel chico seguía siendo un compañero. Su compañero, y el único amigo que había tenido en Takigakure. «Y ahora estoy a punto de intentar romperle los piños. Qué cosas...» Entonces las burlas de Datsue volvían a su cabeza, y aquel fuego interno se avivaba con furia.
De entre las sombras emergió la figura atlética y oscura de Anzu. Vestía un top negro muy ajustado —pero cómodo— que marcaba los músculos fibrosos de su torso. Llevaba las manos desnudas, pantalones largos y sandalias ninja. En el cinturón, su fiel portaobjetos, más vacío que lleno.
—No puedes evitarlo, ¿verdad? Tomártelo todo a coña —reprochó la kunoichi—. Venga, cuerpoescombro. Demuéstrame que no copiaste en el examen de graduación. Demuéstrame que eres capaz de algo más que de hablar mucho y pensar en billetes de color verde.
Sus palabras vinieron acompañadas de una pose marcial; piernas separadas en un ángulo calculado y puños en alto, el izquierdo delante y el derecho más atrás.