20/07/2016, 17:37
Nada más abrir Datsue la boca, la Yotsuki azló un puño cerrado y amenazador. Sin embargo, al momento lo bajó. Sentía ira y vergüenza al mismo tiempo, quería hacer pedazos al Uchiha y largarse de allí. «Debería haber usado el Nagashi, ¡pero será cabrón! Si hubiera sabido lo que iba a hacer no le habría dado oportunidad para rendirse» Se dio media vuelta, dándole la espalda a su rival y compañero mientras éste empezaba uno de los soliloquios que utilizaba para zafarse de cualquier apuro.
—Nacido bajo las raíces de ese árbol, amamantado con su savia y dormido bajo la sombra de sus ramas.
—Ah, así que tus padres llamaron a la cigüeña una oscura noche de fin de año, aquí mismo, y ahora tú le has cogido el gustillo, ¿no? —replicó a gritos, volviendo a alzar aquel puño negro y duro—. ¿O es que me estás diciendo que en realidad eres un tubérculo y te plantaron aquí cuando todavía eras una semilla?
Entonces llegó la guinda del pastel.
—Además, ni que hubiera estado tan mal como para ponerse así.
Anzu se volteó súbitamente, clavando sus ojos grises en los de Datsue, que todavía reflejaban aquel color rojo sangre.
—Te juro que si dices una palabra más sobre el tema, te corto los huevos, ¡Y LOS CUELGO DE ESA RAMA! —amenazó con expresión iracunda—. Jamás, y te estoy diciendo jamás hablaremos de lo que ha pasado aquí. O te aseguro que la próxima vez tendrás cincuenta mil voltios recorriéndote el cuerpo antes de poder rendirte.
La Yotsuki respiró hondo, tratando de calmarse. Se había puesto exageradamente de mala hostia, pero claro, estaba justificado ¿no? Dio la espalda a su compañero otra vez y se fijó en las luces que se veían en la lejanía. Los takigakureños ya estaban soltando sus tradicionales lámparas de papel de arroz sobre las aguas del río.
«Mierda, es el segundo año que me lo pierdo».
—Ni que decir tiene que el combate lo he ganado yo —anunció de repente—. Por descalificación, concretamente. Y porque eres un puto pervertido
—Nacido bajo las raíces de ese árbol, amamantado con su savia y dormido bajo la sombra de sus ramas.
—Ah, así que tus padres llamaron a la cigüeña una oscura noche de fin de año, aquí mismo, y ahora tú le has cogido el gustillo, ¿no? —replicó a gritos, volviendo a alzar aquel puño negro y duro—. ¿O es que me estás diciendo que en realidad eres un tubérculo y te plantaron aquí cuando todavía eras una semilla?
Entonces llegó la guinda del pastel.
—Además, ni que hubiera estado tan mal como para ponerse así.
Anzu se volteó súbitamente, clavando sus ojos grises en los de Datsue, que todavía reflejaban aquel color rojo sangre.
—Te juro que si dices una palabra más sobre el tema, te corto los huevos, ¡Y LOS CUELGO DE ESA RAMA! —amenazó con expresión iracunda—. Jamás, y te estoy diciendo jamás hablaremos de lo que ha pasado aquí. O te aseguro que la próxima vez tendrás cincuenta mil voltios recorriéndote el cuerpo antes de poder rendirte.
La Yotsuki respiró hondo, tratando de calmarse. Se había puesto exageradamente de mala hostia, pero claro, estaba justificado ¿no? Dio la espalda a su compañero otra vez y se fijó en las luces que se veían en la lejanía. Los takigakureños ya estaban soltando sus tradicionales lámparas de papel de arroz sobre las aguas del río.
«Mierda, es el segundo año que me lo pierdo».
—Ni que decir tiene que el combate lo he ganado yo —anunció de repente—. Por descalificación, concretamente. Y porque eres un puto pervertido