20/07/2016, 23:01
La chica había tratado al joven de la manera mas pacífica posible, mas aún teniendo en cuenta el gesto tan grosero que había tenido el chico. Pese a la tabarra que le estaba dando pidiéndole que le acompañase, la Sarutobi le dio toda negativa posible. Todo parecía marchar mas o menos bien, en lo que cabe, y no había motivo resaltado para acudir a la agresión. Hasta por últimas el chico pareció comprender que la kunoichi no acompañaría al pervertido a ningún sitio.
Sin embargo, las apariencias engañan. Siempre lo han hecho, y siempre lo harán.
El chico comentó que no importaba el asunto, y se dio la vuelta recalcando un agradecimiento realmente falso. No por su tono de voz, si no mas bien por el gesto que precedió. Sin venir a cuento, el chico pisó fuerte y retorció el gesto, tras ello ando rápidamente. Demasiado rápido a decir verdad. No era para menos, tras de si había dejado una estela de papelitos marrones y blancos. Quizás en el camino quedó también alguna que otra boquilla anaranjada, pero resultaba difícil decir cuantas, todo había quedado hecho trizas.
«¿Habrá sido capaz...?»
Rápidamente echó un vistazo a la cajetilla que le había soltado el chico instantes atrás. Para su sorpresa, apenas había quedado vivo un par de cigarrillos. Bueno, tampoco había sido demasiado sorprendente, a sus pies estaban los restos de los damnificados. Una auténtica tragedia, pero que lo de las torres shinobis.
—Será desgraciado!?— Maldijo a los cuatro vientos.
Por mas que intentaba permanecer tranquila, calmada, y actuar como una señorita de pies a cabeza, no hacían mas que ponerle trabas entre medio. Era imposible pasar un día sin tener que maldecir a alguien, o sin tener que arreglarle la cara a otro a base de golpes. Realmente increíble.
La kunoichi desistió de actuar tranquila por mas tiempo. Sin pensarlo dos veces, salió tras el chico del agujero en el pantalón. No lo hizo corriendo, lo hizo al igual que él con un paso muy ligero. Quizás era un paso hasta mas ligero que el suyo, evidentemente pensaba pillarlo antes de que éste acudiese a salir corriendo. Raro sería que ese pervertido le encarase, y mas le valía que no lo hiciese.
Ante todo, su puño diestro se cerró con fuerza. Sin duda alguna, con éste puño acariciaría a gran velocidad su rostro en cuanto lo tuviese suficientemente cerca, por el momento continuaría recortando las distancias.
Sin embargo, las apariencias engañan. Siempre lo han hecho, y siempre lo harán.
El chico comentó que no importaba el asunto, y se dio la vuelta recalcando un agradecimiento realmente falso. No por su tono de voz, si no mas bien por el gesto que precedió. Sin venir a cuento, el chico pisó fuerte y retorció el gesto, tras ello ando rápidamente. Demasiado rápido a decir verdad. No era para menos, tras de si había dejado una estela de papelitos marrones y blancos. Quizás en el camino quedó también alguna que otra boquilla anaranjada, pero resultaba difícil decir cuantas, todo había quedado hecho trizas.
«¿Habrá sido capaz...?»
Rápidamente echó un vistazo a la cajetilla que le había soltado el chico instantes atrás. Para su sorpresa, apenas había quedado vivo un par de cigarrillos. Bueno, tampoco había sido demasiado sorprendente, a sus pies estaban los restos de los damnificados. Una auténtica tragedia, pero que lo de las torres shinobis.
—Será desgraciado!?— Maldijo a los cuatro vientos.
Por mas que intentaba permanecer tranquila, calmada, y actuar como una señorita de pies a cabeza, no hacían mas que ponerle trabas entre medio. Era imposible pasar un día sin tener que maldecir a alguien, o sin tener que arreglarle la cara a otro a base de golpes. Realmente increíble.
La kunoichi desistió de actuar tranquila por mas tiempo. Sin pensarlo dos veces, salió tras el chico del agujero en el pantalón. No lo hizo corriendo, lo hizo al igual que él con un paso muy ligero. Quizás era un paso hasta mas ligero que el suyo, evidentemente pensaba pillarlo antes de que éste acudiese a salir corriendo. Raro sería que ese pervertido le encarase, y mas le valía que no lo hiciese.
Ante todo, su puño diestro se cerró con fuerza. Sin duda alguna, con éste puño acariciaría a gran velocidad su rostro en cuanto lo tuviese suficientemente cerca, por el momento continuaría recortando las distancias.