20/07/2016, 23:23
La chica tuvo que pactar una tregua con su implacable enemigo, a mucho pesar. El flan no desistía en su resistencia, y por mucho que digan de que la mejor defensa es un buen ataque; al maldito flan no le hacía falta ni moverse, era estoico en el máximo esplendor de la palabra. No cedía ni un solo paso, se mantenía firme e impasible ante todo ataque, una auténtica bestia. Por suerte o desgracia, no era un auténtico rival, por mucho que la narración fantasee.
Mogura por su parte animó las fantasías de la kunoichi. Forjar una espada del corazón de un volcán no le pareció una tontería de niveles catastróficos, si no mas bien lo contrario. Afirmaba que quería ser testigo de tan atroz proeza, que sería el primero en ver dicha hazaña. Sin embargo, eso no dio lugar mas que a dudas. ¿Qué haría con ese poder en mano?
Quizás eso era algo que llevaba tiempo pensando. Si llegaba a conseguir semejante acción, alcanzar semejante poder, sin duda lo descargaría todo sobre la cabeza de una única persona. Bueno, sobre su cabeza, la de sus súbditos, la de su santísima madre, y hasta la de sus malditos perros, si es que tenía claro...
La chica se encogió de hombros, y dejó caer un suspiro. —Evidentemente, el primero en probar ese poder desatado será mi padrastro... de un tajo le romperé la crisma a él y a todos sus antepasados.
Quizás se podía ser mas brusca, pero no mas clara. Ni un maldito vaso de agua podía ser mas claro que las palabras de la kunoichi. Aunque inconscientemente había soltado el parentesco de aquella persona a la que tanto odiaba. ¿Lo había hecho antes? En fin, tampoco importaba mucho. Tarde o temprano llegaría a saberlo, los anhelos del corazón solían escaparse de sus labios con demasiada facilidad.
Para cuando se quiso dar cuenta, Mogura había caido en cuenta de que no había podido la chica contra su oponente. Incluso llegó a ofrecer la opción de envolver para llevar el postre. Sin duda, no sabía con quién hablaba.
—Jamás me rendiré!— Bramó no demasiado alto mientras que rápidamente había tomado la cuchara y la había alzado como si de una espada legendaria se tratase. Le faltó poco para poner incluso una sandalia sobre la mesa, sin embargo llegó a controlarse. Sus ojos desprendían fuego, sin duda estaba decidida a cumplir en la batalla, por duro que fuese el rival.
Sin demora, lanzó la primera estocada tras la corta tregua. Se habían acabado las mediaciones y miramientos, era hora de acabar con la guerra, y no pensaba marcharse sin una victoria.
Mogura por su parte animó las fantasías de la kunoichi. Forjar una espada del corazón de un volcán no le pareció una tontería de niveles catastróficos, si no mas bien lo contrario. Afirmaba que quería ser testigo de tan atroz proeza, que sería el primero en ver dicha hazaña. Sin embargo, eso no dio lugar mas que a dudas. ¿Qué haría con ese poder en mano?
Quizás eso era algo que llevaba tiempo pensando. Si llegaba a conseguir semejante acción, alcanzar semejante poder, sin duda lo descargaría todo sobre la cabeza de una única persona. Bueno, sobre su cabeza, la de sus súbditos, la de su santísima madre, y hasta la de sus malditos perros, si es que tenía claro...
La chica se encogió de hombros, y dejó caer un suspiro. —Evidentemente, el primero en probar ese poder desatado será mi padrastro... de un tajo le romperé la crisma a él y a todos sus antepasados.
Quizás se podía ser mas brusca, pero no mas clara. Ni un maldito vaso de agua podía ser mas claro que las palabras de la kunoichi. Aunque inconscientemente había soltado el parentesco de aquella persona a la que tanto odiaba. ¿Lo había hecho antes? En fin, tampoco importaba mucho. Tarde o temprano llegaría a saberlo, los anhelos del corazón solían escaparse de sus labios con demasiada facilidad.
Para cuando se quiso dar cuenta, Mogura había caido en cuenta de que no había podido la chica contra su oponente. Incluso llegó a ofrecer la opción de envolver para llevar el postre. Sin duda, no sabía con quién hablaba.
—Jamás me rendiré!— Bramó no demasiado alto mientras que rápidamente había tomado la cuchara y la había alzado como si de una espada legendaria se tratase. Le faltó poco para poner incluso una sandalia sobre la mesa, sin embargo llegó a controlarse. Sus ojos desprendían fuego, sin duda estaba decidida a cumplir en la batalla, por duro que fuese el rival.
Sin demora, lanzó la primera estocada tras la corta tregua. Se habían acabado las mediaciones y miramientos, era hora de acabar con la guerra, y no pensaba marcharse sin una victoria.