24/07/2016, 04:17
Por mucho que le picase la curiosidad, el gato no murió en ésta ocasión. Mogura se contuvo, y no picó con una pala y pico en el asunto, cosa de agradecer. Casi parecía haber aceptado que la chica no quería hablar del asunto, que no quería estropear la velada. Nada especial, solo quería que la rutina no la alcanzase de nuevo, quería un respiro... un poco de relax.
Ante las esperanzas de Katomi por ganar la guerra que mantenía con su plato, el chico actuó de igual manera. Ambos comenzaron a jalar como cosacos, manteniendo incluso un rudo silencio. Pero ante la sanguinolenta batalla solo quedaron dos vencedores. Los malnacidos pero deliciosos postres habían perdido la guerra. No estábamos hablando ya de la batalla, ya todo había quedado resuelto. No había mas enemigo en pie, solo restos de lo que antes había sido un temible rival.
Mogura terminó casi muerto en guerra. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, y mantuvo una delgada disputa entre la vida y la muerte. Eso si, no demoró en afirmar que la batalla había merecido la pena; aquél postre había estado delicioso.
—En mi vida había sentido que el hueco extra para postres llegaba al límite... desde luego el flan era enorme... jajaja.— En la otra esquina del cuadrilátero, la chica reposaba de igual manera a su compañero.
Su cuchara tropezó varias veces con el fondo del plato cuando la chica la dejó caer. El sonido metálico golpeando la cerámica fue casi a la par, como un anuncio a los cuatro vientos de que ambos habían ganado. Ahora solo quedaba pedir la cuenta y acompañar a su nuevo amigo hasta la tienda de paraguas, y lamentablemente obviar este preciado tiempo que se había tomado de descanso.
La chica de orbes rojos dejó caer un suspiro. Estaba satisfecha y llena, había comido como una osa madre. —¿Pedimos la cuenta?— Preguntó a Mogura mientras intentaba localizar con la mirada a la camarera que les había atendido.
Ante las esperanzas de Katomi por ganar la guerra que mantenía con su plato, el chico actuó de igual manera. Ambos comenzaron a jalar como cosacos, manteniendo incluso un rudo silencio. Pero ante la sanguinolenta batalla solo quedaron dos vencedores. Los malnacidos pero deliciosos postres habían perdido la guerra. No estábamos hablando ya de la batalla, ya todo había quedado resuelto. No había mas enemigo en pie, solo restos de lo que antes había sido un temible rival.
Mogura terminó casi muerto en guerra. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, y mantuvo una delgada disputa entre la vida y la muerte. Eso si, no demoró en afirmar que la batalla había merecido la pena; aquél postre había estado delicioso.
—En mi vida había sentido que el hueco extra para postres llegaba al límite... desde luego el flan era enorme... jajaja.— En la otra esquina del cuadrilátero, la chica reposaba de igual manera a su compañero.
Su cuchara tropezó varias veces con el fondo del plato cuando la chica la dejó caer. El sonido metálico golpeando la cerámica fue casi a la par, como un anuncio a los cuatro vientos de que ambos habían ganado. Ahora solo quedaba pedir la cuenta y acompañar a su nuevo amigo hasta la tienda de paraguas, y lamentablemente obviar este preciado tiempo que se había tomado de descanso.
La chica de orbes rojos dejó caer un suspiro. Estaba satisfecha y llena, había comido como una osa madre. —¿Pedimos la cuenta?— Preguntó a Mogura mientras intentaba localizar con la mirada a la camarera que les había atendido.