24/07/2016, 23:39
(Última modificación: 24/07/2016, 23:40 por Uchiha Akame.)
Las risas fueron disminuyendo en intensidad conforme pasaban los minutos, y Datsue tampoco se cortó en mostrar su enfado. Aunque más que enfado, era frustración. Aquel niño aparentemente indestructible y muy carismático parecía ahora indefenso ante un problema que no sabía cómo afrontar. Anzu se vio un instante reflejada en él, en aquella impotencia, en aquel desconocimiento que había sentido cuando un chico le gustaba —y que todavía sentía a veces—. Eso la ablandó, porque dejó de reírse antes de que el Uchiha terminase de hablar.
—Vale, vale, era un broma socio —se excusó, tratando de quitarle hierro al asunto—. Venga, no te rayes. Lo único que tienes que hacer es no cagarla más, ¿eh? No puedes ir por ahí besando a otras chicas y esas cosas.
Se le daba fatal reconfortar a alguien. No tenía mucha práctica —porque nunca lo había hecho— y tampoco creía en aquel tipo de cosas. Anzu, a su corta edad y experiencia vital, pensaba que todas las personas debían afrontar sus problemas y obstáculos por sí mismas, y que pedir ayuda no era sino síntoma de debilidad. Claro, que ella se había encarado a un matón con apenas catorce años, y había tenido que dejarlo todo para alistarse como kunoichi en una Aldea lejana poco después. Su infancia no había sido fácil.
Y aun así, no pudo evitar recordar las palabras de su padre.
Anzu frunció el ceño.
—Está bien, socio —concedió, y una media sonrisa se dibujó sin quererlo en su rostro—. Tu querida amiga Anzu te echará un cable.
Extendió el brazo hacia Datsue. No le estaba dando exactamente la mano, sino ofreciéndole el antebrazo. Era un gesto de camaradería tradicional del clan Yotsuki, cuando todavía existía Kumogakure no Sato. Más de doscientos años atrás. En aquella época, los guerreros más fieros de la Nube elegían a un compañero para toda la vida, un hermano de escudo por el que no dudaban en matar y morir.
Anzu y Datsue habían pasado muchas cosas juntos: habían reído, peleado e incluso escapado de las garras de la muerte. Aunque eran como aceite y agua, en aquel momento, después de coserse a golpes y luego sincerarse, confiaban el uno en el otro.
—Eso sí, tienes que contarme qué has querido decir exactamente con nuestra amiga en común. No creas que se me va a olvidar —agregó más tarde.
—Vale, vale, era un broma socio —se excusó, tratando de quitarle hierro al asunto—. Venga, no te rayes. Lo único que tienes que hacer es no cagarla más, ¿eh? No puedes ir por ahí besando a otras chicas y esas cosas.
Se le daba fatal reconfortar a alguien. No tenía mucha práctica —porque nunca lo había hecho— y tampoco creía en aquel tipo de cosas. Anzu, a su corta edad y experiencia vital, pensaba que todas las personas debían afrontar sus problemas y obstáculos por sí mismas, y que pedir ayuda no era sino síntoma de debilidad. Claro, que ella se había encarado a un matón con apenas catorce años, y había tenido que dejarlo todo para alistarse como kunoichi en una Aldea lejana poco después. Su infancia no había sido fácil.
Y aun así, no pudo evitar recordar las palabras de su padre.
«Todos nos encontramos con obstáculos insalvables durante este viaje que es vivir, Anzu-chan. Entonces aparece alguien que te ofrece su ayuda, simplemente porque la necesitas, y no siempre serás capaz de devolverle a esa persona lo que ha hecho por tí. Por eso la vida pone en tu camino, de vez en cuando, a gente que necesita tu ayuda sin poder hacer nada a cambio. Para que devuelvas lo que te dió quien te ayudó a tí antes»
Anzu frunció el ceño.
—Está bien, socio —concedió, y una media sonrisa se dibujó sin quererlo en su rostro—. Tu querida amiga Anzu te echará un cable.
Extendió el brazo hacia Datsue. No le estaba dando exactamente la mano, sino ofreciéndole el antebrazo. Era un gesto de camaradería tradicional del clan Yotsuki, cuando todavía existía Kumogakure no Sato. Más de doscientos años atrás. En aquella época, los guerreros más fieros de la Nube elegían a un compañero para toda la vida, un hermano de escudo por el que no dudaban en matar y morir.
Anzu y Datsue habían pasado muchas cosas juntos: habían reído, peleado e incluso escapado de las garras de la muerte. Aunque eran como aceite y agua, en aquel momento, después de coserse a golpes y luego sincerarse, confiaban el uno en el otro.
—Eso sí, tienes que contarme qué has querido decir exactamente con nuestra amiga en común. No creas que se me va a olvidar —agregó más tarde.