25/07/2016, 20:53
Anzu escuchó atentamente el relato de su compañero sobre aquella misteriosa mujer de cabellos de oro que les había salvado de un horrible destino en aquella fatídica noche en su ciudad natal. Claro, todavía se acordaba de todas y cada una de las cosas que había visto esa noche; «¿una mujer rubia? Joder, estoy demasiado ocupada en grabarme a fuego las caras de esos dos monstruos...» O quizás no. Lo cierto era que el combate entre Haskoz y Katame, y la posterior ilusión del difunto larguilucho, habían supuesto un choque psicológico más fuerte de lo que Anzu admitiría jamás. Por esa misma razón, ni se acordaba del rostro de aquella mujer.
—Claro, me acuerdo —dijo con cierta incomodidad, para no fastidiarle el relato a Datsue.
Esperó ansiosa a que el Uchiha le revelase el origen de su aparente capacidad para ser indestructible, o tal vez el poder secreto que sus ojos encerraban... Pero nada de eso ocurrió. En su lugar, divagó sobre las relaciones sentimentales de su padre biológico y de lo poco que le había servido el periodo de entrenamiento con la llamada Yume. Anzu bufó, decepcionada.
—Venga ya, eso no te lo crees ni tú. Hace un año eras un mequetrefe debilucho y cobarde. Ahora pareces inmortal y tienes unos reflejos de miedo. ¿Y esperas que me crea que esa tipa no te enseñó nada?
Como Datsue se había levantado, ella lo imitó. Estaba sudorosa también por el esfuerzo, pero gracias a su chaqueta sin mangas y a su cuerpo ya hecho a pasar duros entrenamientos, no tuvo frío alguno. Se quedó allí, de pie, con los ojos fijos en el Uchiha al que acababa de estrechar el brazo como en la antigua Kumogakure. Y se preguntó si había hecho lo correcto.
Puede que nunca supiera la respuesta a esa pregunta.
—Claro, me acuerdo —dijo con cierta incomodidad, para no fastidiarle el relato a Datsue.
Esperó ansiosa a que el Uchiha le revelase el origen de su aparente capacidad para ser indestructible, o tal vez el poder secreto que sus ojos encerraban... Pero nada de eso ocurrió. En su lugar, divagó sobre las relaciones sentimentales de su padre biológico y de lo poco que le había servido el periodo de entrenamiento con la llamada Yume. Anzu bufó, decepcionada.
—Venga ya, eso no te lo crees ni tú. Hace un año eras un mequetrefe debilucho y cobarde. Ahora pareces inmortal y tienes unos reflejos de miedo. ¿Y esperas que me crea que esa tipa no te enseñó nada?
Como Datsue se había levantado, ella lo imitó. Estaba sudorosa también por el esfuerzo, pero gracias a su chaqueta sin mangas y a su cuerpo ya hecho a pasar duros entrenamientos, no tuvo frío alguno. Se quedó allí, de pie, con los ojos fijos en el Uchiha al que acababa de estrechar el brazo como en la antigua Kumogakure. Y se preguntó si había hecho lo correcto.
Puede que nunca supiera la respuesta a esa pregunta.