28/07/2016, 00:06
(Última modificación: 28/07/2016, 00:07 por Uchiha Akame.)
Caminaba a paso rápido, tembloroso, indeciso. Las maderas del puente crujían bajo el peso de sus sandalias ninja y sus piernas de músculos marcados por el duro entrenamiento. Con cada paso que daba se debatía sobre si debía volver allí y engancharse a golpes con Datsue otra vez. Pero, ¿qué sentido tenía? Ya habían pasado por eso y, de alguna forma, el Uchiha había conseguido caerle bien en última instancia... Aunque luego se encargara el mismo, también, de volar aquella confianza por los aires.
Le costó todavía más resistirse a sus impulsos más agresivos cuando escuchó la voz del gennin, que le gritaba desde la creciente lejanía. Anzu apretó los puños y sintió como la ira se condensaba en cada uno de sus nudillos hasta que chispas azuladas saltaron alrededor. «Y todavía tiene los cojones de provocarme... Debí haberlo frito con mi Nagashi cuando tuve la ocasión». En aquel momento tenía la impresión de que haber dejado escapar a Datsue de sus garras iba a ser algo que lamentaría durante toda la vida.
—¡Que te jodan! —fue la única contestación que recibió el Uchiha, a grito pelado y acompañada de una soberana peineta con el dedo corazón de la mano zurda.
La Yotsuki siguió caminando hasta la Villa, procurando evitar a cualquier transeúte nocturno —por mucha rabia que le diese, su compañero tenía razón—. Le ardía el estómago y tenía una sensación agridulce en la boca.
Cuando llegó a casa, pasó el resto de la noche en vela, pensando en cuánto chakra debía invertir en su Chidori para reventarle la caja torácica a aquel niño indestructiblemente peculiar.
Le costó todavía más resistirse a sus impulsos más agresivos cuando escuchó la voz del gennin, que le gritaba desde la creciente lejanía. Anzu apretó los puños y sintió como la ira se condensaba en cada uno de sus nudillos hasta que chispas azuladas saltaron alrededor. «Y todavía tiene los cojones de provocarme... Debí haberlo frito con mi Nagashi cuando tuve la ocasión». En aquel momento tenía la impresión de que haber dejado escapar a Datsue de sus garras iba a ser algo que lamentaría durante toda la vida.
—¡Que te jodan! —fue la única contestación que recibió el Uchiha, a grito pelado y acompañada de una soberana peineta con el dedo corazón de la mano zurda.
La Yotsuki siguió caminando hasta la Villa, procurando evitar a cualquier transeúte nocturno —por mucha rabia que le diese, su compañero tenía razón—. Le ardía el estómago y tenía una sensación agridulce en la boca.
Cuando llegó a casa, pasó el resto de la noche en vela, pensando en cuánto chakra debía invertir en su Chidori para reventarle la caja torácica a aquel niño indestructiblemente peculiar.