31/07/2016, 18:34
Anzu rió para sus adentros cuando, con paso rápido y sigiloso, tanto ella como su compañero pasaron de largo ante el mostrador de aquella vieja víbora y enfilaron las escaleras que daban acceso al despacho de Senju Yubiwa. Poco le duró el júbilo, porque antes de que pudiera siquiera subir el primer escalón, notó cómo algo la impactaba con gran fuerza. Como si la hubieran golpeado con una viga de metal, la Yotsuki rodó por el suelo y se quedó allí, tendida y dolorida.
—¿Pero qué coj...? —masculló entre dientes, cortándose a mitad de la frase.
La vieja. Había sido la vieja. Sostenía entre sus manos aquella lima tan molesta, que ahora parecía más una vara de acero. «Qué arma más ridícula joder. Eso sí, duele como la coz de un buey...» Se levantó tan pronto oyó la chirriante voz de aquella mujer apelando a su inminente castigo...
Pero no sucedió. El Kawakage, el mismo que les había hecho perder el tiempo preparándose para un viaje ficticio —y peor habría sido de no ser por el chuunin de las puertas—, ahora tenía a bien concederles una audiencia. Anzu no pudo evitar sentir una rabia impotente al verse manejada con semejante despropósito, pero no dijo nada.
Firme como una roca, se incorporó y, haciendo una leve inclinación de cabeza a la vieja recepcionista en señal de disculpa, subió las escaleras que daban al despacho de Yubiwa. Nunca había estado allí, de modo que apenas hubo alcanzado la mitad de los escalones, decidió esperar a Tatsuya y cederle el paso. Quizá su compañero tuviera más mano con el Kawakage de la que ella había tenido con la recepcionista.
«Esto es una casa de putas...»