2/08/2016, 16:20
Ante la negativa de los dos muchachos, Zetsuo sacudió la cabeza y entró en el torreón. Tras el paso de Ayame y Daruu, los portones de madera y hierro chirriaron a sus espaldas de aquella manera tan familiar que a la Ayame le produjeron escalofríos. No se había dado cuenta hasta verse a sí misma de nuevo en la recepción, pero no guardaba demasiados recuerdos buenos de su estancia allí.
Intercambiando el peso de una pierna a otra, observó como su padre se acercaba al mostrador. Tras identificarse y mostrar a la siempre amable recepcionista una copia de la petición de misión firmada por la misma Arashikage, Zetsuo se giró hacia ellos.
—Vamos —les indicó, y Ayame practicamente trotó hasta ponerse a su vera.
El salón de actos era su primera parada. Cuando entraron aún no había llegado nadie, y Ayame supuso que su padre debía de haber calculado al milímetro el tiempo para poder preparar todo lo necesario. Subieron al estrado, una tarima que se alzaba casi un metro desde el suelo. La madera vieja se quejó bajo su peso en cuanto pusieron un pie encima de ella.
—La última vez que estuve aquí fue en el acto de graduación... —murmuró Ayame, más para sí que para los demás.
Nunca sabría si Zetsuo la había escuchado, pues parecía muy ocupado tratando de enchufar correctamente un proyector que apuntaba hacia la pared del fondo y que actuaba a modo de pantalla.
—Hanaiko —llamó, antes de pasarle al muchacho un objeto oscuro y cilíndrico, plano por una de sus caras. Parecía un mando—. Te encargarás de ir pasando las diapositivas conforme vaya hablando. El botón derecho es para avanzar, el botón izquierdo es para retroceder.
«Fácil y sencillo...» Pensó Ayame, y su incomodidad se incrementó cuando se giró hacia ella.
—Ayame, tú te encargarás de la vigilancia. Cuando llegue la hora colócate allí —señaló hacia la parte derecha del salón, justo debajo de las ventanas—. Es una tarea sencilla, pero no por ello debéis bajar la guardia. ¿Alguna pregunta?
Intercambiando el peso de una pierna a otra, observó como su padre se acercaba al mostrador. Tras identificarse y mostrar a la siempre amable recepcionista una copia de la petición de misión firmada por la misma Arashikage, Zetsuo se giró hacia ellos.
—Vamos —les indicó, y Ayame practicamente trotó hasta ponerse a su vera.
El salón de actos era su primera parada. Cuando entraron aún no había llegado nadie, y Ayame supuso que su padre debía de haber calculado al milímetro el tiempo para poder preparar todo lo necesario. Subieron al estrado, una tarima que se alzaba casi un metro desde el suelo. La madera vieja se quejó bajo su peso en cuanto pusieron un pie encima de ella.
—La última vez que estuve aquí fue en el acto de graduación... —murmuró Ayame, más para sí que para los demás.
Nunca sabría si Zetsuo la había escuchado, pues parecía muy ocupado tratando de enchufar correctamente un proyector que apuntaba hacia la pared del fondo y que actuaba a modo de pantalla.
—Hanaiko —llamó, antes de pasarle al muchacho un objeto oscuro y cilíndrico, plano por una de sus caras. Parecía un mando—. Te encargarás de ir pasando las diapositivas conforme vaya hablando. El botón derecho es para avanzar, el botón izquierdo es para retroceder.
«Fácil y sencillo...» Pensó Ayame, y su incomodidad se incrementó cuando se giró hacia ella.
—Ayame, tú te encargarás de la vigilancia. Cuando llegue la hora colócate allí —señaló hacia la parte derecha del salón, justo debajo de las ventanas—. Es una tarea sencilla, pero no por ello debéis bajar la guardia. ¿Alguna pregunta?