3/08/2016, 16:42
El despacho era de lo más humilde, si descontamos la situación para nada dentro de los límites de lo que uno pensaría de un kage en la que se encontraba Yubiwa. El suelo y las paredes eran de madera, el primero de un marrón más claro que las segundas. Las paredes, de nuevo, estaban plagadas de cuadros de Yubiwa. Pero ahora que los veían más de cerca, no era tan claro que el kage fuera un egocéntrico: casi todas las imágenes retrataban a un joven líder entrenando y peleando con sus subordinados. Otras reflejaban escenas de cenas y fiestas con esos mismos ninjas. Y había alguna suelta de edificios al azar de Taki, del árbol sagrado...
Amor por su villa y por su gente. Eso era lo único de kage que había en la habitación.
Yubiwa iba vestido con una camiseta de manga corta negra y unos pantalones bombachos del mismo color. Sostenía en sus manos un palo metálico que acababa en una especie de protuberancia, y estaba a punto de golpear una pelotita blanca. Le dio un toquecito, ploc, y la bola recorrió un pequeño camino de césped artificial, se coló por entre las aspas de la réplica de un molino y se introdujo en un agujero en el suelo.
—¡Bien, a la primera! —exclamó, con júbilo, y dirigió la mirada hacia ellos—. ¿Os gusta mi golpealabola? Ya, el nombre no es muy sesudo, ¡pero estoy trabajando en ello!
Dejó el palo apartado en un rincón de la habitación, se dirigió hacia el sillón de su escritorio y se sentó. Dio un largo y tendido suspiro y extendió las manos, señalando las dos sillas que había frente a la mesa.
—Vale. Sentáos y contadme eso tan importante que me traéis. Y más vale que sea importante, porque estaba a punto de hacerle unos ajustes al molino, y joder, quería ver esas aspas en llamas ya. Aunque ahora que lo pienso, igual es demasiado extremo...
»Ah, y tened cuidado, no me piséis el césped que me lo he trabajado bastante.
Amor por su villa y por su gente. Eso era lo único de kage que había en la habitación.
Yubiwa iba vestido con una camiseta de manga corta negra y unos pantalones bombachos del mismo color. Sostenía en sus manos un palo metálico que acababa en una especie de protuberancia, y estaba a punto de golpear una pelotita blanca. Le dio un toquecito, ploc, y la bola recorrió un pequeño camino de césped artificial, se coló por entre las aspas de la réplica de un molino y se introdujo en un agujero en el suelo.
—¡Bien, a la primera! —exclamó, con júbilo, y dirigió la mirada hacia ellos—. ¿Os gusta mi golpealabola? Ya, el nombre no es muy sesudo, ¡pero estoy trabajando en ello!
Dejó el palo apartado en un rincón de la habitación, se dirigió hacia el sillón de su escritorio y se sentó. Dio un largo y tendido suspiro y extendió las manos, señalando las dos sillas que había frente a la mesa.
—Vale. Sentáos y contadme eso tan importante que me traéis. Y más vale que sea importante, porque estaba a punto de hacerle unos ajustes al molino, y joder, quería ver esas aspas en llamas ya. Aunque ahora que lo pienso, igual es demasiado extremo...
»Ah, y tened cuidado, no me piséis el césped que me lo he trabajado bastante.