4/08/2016, 03:34
El torreón de la Academia era un lugar técnicamente desconocido para el tiburón. De hecho, sólo se había molestado en conocer la recepción y alguno que otro piso superior, pero más allá de eso; nunca mostró real interés en escalar hasta la cima de aquel magnífico e imponente rascacielos.
El por qué era muy simple: él no fue entrenado en susodicha academia.
Por el contrario, Kaido se adiestró en las instalaciones secretas de su propio reducto Hozuki, en algún punto oculto de las grandes laderas que cubrían el Valle Aodori. Vivió allí dentro gran parte de su infancia y no conoció a lo que ahora sabe que es su propia aldea hasta que hubo llegado el momento de atender a la ceremonia actual de graduación, donde recibió su bandana; aún sin haber formado parte de la clase de dicha generación. Todo, claro está, bajo el beneplácito de los altos cargos que sin duda conocían su situación y/o condición. Eso no quiere decir, sin embargo, que recibiera algún tipo de entrenamiento distinto al que Yui se había empeñado en imponer durante su mandato. Siguió los mismos patrones, las mismas arduas y temibles enseñanzas de la Aldea de la Lluvia; sólo que estando oculto del ojo público.
Pero que pasaran dos años sin siquiera asomar la cabeza por allí ya era demasiado. Un día le picó la curiosidad —forma en la que siempre termina interesándose por algo—. y decidió acudir hasta el famoso torreón, una vez más. Pero esta vez se encontraría con que los niveles no sólo estaban disponibles para las distintas áreas de entrenamiento, rangos y demás ramas de adoctrinamiento, sino que también presentaban un apartado de piso en donde cualquier shinobi podía enfrentar una prueba acorde al nivel visitado.
Y nadie más adecuado que el propio tiburón para aceptar un reto.
Qué decir que los primeros diez niveles no fueron mayor problema. Eran todos, técnicamente, referidos a áreas tan simples como la creación de un bunshin y la importante escalada vertical. Pero a medida que subía de piso, las pruebas comenzaban a abarcar lenguajes más físicos, llámese combate cuerpo a cuerpo, reflejos, entre otras.
Del número diez en adelante todo se volvió más complicado, incluso para él. Si no hubiese sido por las ventajas de ser un Umi no Shisoku, probablemente le hubiese costado mucho más el alcanzar la prueba número quince, y superarla, finalmente. Pero antes de poder siquiera decidir cruzar a la siguiente, la menuda figura de una joven evitó que continuase su camino.
La consideró un obstáculo, inmediatamente, aún sin saber quién coño era ella.
—¿Qué, no vas a pasar? —. se atrevió a indagar—. está bien si quieres volver, no te avergüences. Estos niveles son, probablemente, muy difíciles para una mujer.
El tiburón, además de soltar la puya más picante que recordaba haber tirado nunca; sonrió como si sus dientes fueran a causar una peor impresión. Y se acercó, como quien no había dicho nada; dejando que su brazo se extendiera en forma de saludo.
Aquello era lo suyo. Tirar la piedra y esconder la mano.
El por qué era muy simple: él no fue entrenado en susodicha academia.
Por el contrario, Kaido se adiestró en las instalaciones secretas de su propio reducto Hozuki, en algún punto oculto de las grandes laderas que cubrían el Valle Aodori. Vivió allí dentro gran parte de su infancia y no conoció a lo que ahora sabe que es su propia aldea hasta que hubo llegado el momento de atender a la ceremonia actual de graduación, donde recibió su bandana; aún sin haber formado parte de la clase de dicha generación. Todo, claro está, bajo el beneplácito de los altos cargos que sin duda conocían su situación y/o condición. Eso no quiere decir, sin embargo, que recibiera algún tipo de entrenamiento distinto al que Yui se había empeñado en imponer durante su mandato. Siguió los mismos patrones, las mismas arduas y temibles enseñanzas de la Aldea de la Lluvia; sólo que estando oculto del ojo público.
Pero que pasaran dos años sin siquiera asomar la cabeza por allí ya era demasiado. Un día le picó la curiosidad —forma en la que siempre termina interesándose por algo—. y decidió acudir hasta el famoso torreón, una vez más. Pero esta vez se encontraría con que los niveles no sólo estaban disponibles para las distintas áreas de entrenamiento, rangos y demás ramas de adoctrinamiento, sino que también presentaban un apartado de piso en donde cualquier shinobi podía enfrentar una prueba acorde al nivel visitado.
Y nadie más adecuado que el propio tiburón para aceptar un reto.
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Qué decir que los primeros diez niveles no fueron mayor problema. Eran todos, técnicamente, referidos a áreas tan simples como la creación de un bunshin y la importante escalada vertical. Pero a medida que subía de piso, las pruebas comenzaban a abarcar lenguajes más físicos, llámese combate cuerpo a cuerpo, reflejos, entre otras.
Del número diez en adelante todo se volvió más complicado, incluso para él. Si no hubiese sido por las ventajas de ser un Umi no Shisoku, probablemente le hubiese costado mucho más el alcanzar la prueba número quince, y superarla, finalmente. Pero antes de poder siquiera decidir cruzar a la siguiente, la menuda figura de una joven evitó que continuase su camino.
La consideró un obstáculo, inmediatamente, aún sin saber quién coño era ella.
—¿Qué, no vas a pasar? —. se atrevió a indagar—. está bien si quieres volver, no te avergüences. Estos niveles son, probablemente, muy difíciles para una mujer.
El tiburón, además de soltar la puya más picante que recordaba haber tirado nunca; sonrió como si sus dientes fueran a causar una peor impresión. Y se acercó, como quien no había dicho nada; dejando que su brazo se extendiera en forma de saludo.
Aquello era lo suyo. Tirar la piedra y esconder la mano.