El individuo azulado pareció no querer continuar la contienda. Agarró las palabras que tuviese que haber dicho, y se las metió a saber donde. Quizás donde el sol nunca le daba, o a saber. En un principio la Sarutobi lo tomó por un estorbo, alguien que no tardaría en aburrirse e irse tal y como había aparecido. Lamentablemente, al llegar arriba de las escaleras se daría cuenta de que no sería tan fácil. Al parecer, quería continuar la marcha, o simplemente seguir molestando a la kunoichi.
Tras el último peldaño, pudo vislumbrar un habitáculo casi ovalado y de color caqui. La luz resplandecía en el sitio, y un sinfín de tocones se repartían a cada nada por todo el suelo, las paredes, e incluso el techo. Entre tocón y tocón había espacio suficiente para caer, pisando lo que parecía ser césped. Evidentemente, la prueba tenía pinta de tener algo que ver con esos tocones. ¿Sería tan solo cosa de ir de uno en otro sin tocar el suelo? De ser así, no parecía nada del otro mundo...
La Sarutobi avanzaba poco a poco hasta posicionarse a apenas metro y medio del primero de los árboles talados. Para cuando se quiso dar cuenta, había sido abrazada por el bicho azulado. Su mirada reflejaba toda la condición que pasaba por su cabeza en ese instante. Sus orbes se hincaban en los del joven, como cien agujas entre carne y uña en mitad de una tortura china.
«¿¿Es que siempre me tienen que tocar los raritos??»
El azulado quedaba incinerado ante la mirada de la chica, pero sus actos no tuvieron fin ahí. Comentó que era un hombre de modales —¿¡DESDE CUANDO ERA UN HOMBRE!?— así como hizo alague de que sus padres lo educaron bien. Le soltó una cachetada en el trasero, y se burló de nuevo con tecnicismos de modales. "las damas primero" añadió al acto.
Sin duda alguna, sacar de sus cabales a la peliblanco no era difícil. Pese a que había puesto mucho de su parte, Doraemon no quería desistir de su intento de suicidio.
Él se alejó un par de pasos, mientras que la Sarutobi por acto reflejo avanzó un par de éstos. Cerró los puños, tomó una potente bocanada de aire, y la soltó en forma de un deliberado suspiro. Dejó escapar todo el aire que contenían sus pulmones, sin miramiento alguno. Tras ello, se dio la vuelta. Con unos cuantos sellos a una mano, la chica realmente se volvió fogosa. —No en el mejor de los sentidos— El fuego se hizo uno con toda su piel. Se había convertido en una maldita antorcha humana, y la mirada de esa potente fuente de fuego penetraba los ojos del individuo azul sin recelo.
—Vuelve a tocarme, y te prometo que te incinero. Maldito gato azul.— Amenazó con el puño alzado de manera amenazante.
Por desgracia para el escualo, a la chica se le había quedado en mente ese dibujo animado con el que lo había comparado anteriormente, y por tanto para ella tenía mas parecido a un gato que a un pez. Ni que decir que a un tiburón menos aún.
El objetivo tan firme con el que había estado subiendo nivel a nivel, había pasado a un segundo plano, o incluso a un tercer plano. No tenía la mayor importancia, la verdad.
Tras el último peldaño, pudo vislumbrar un habitáculo casi ovalado y de color caqui. La luz resplandecía en el sitio, y un sinfín de tocones se repartían a cada nada por todo el suelo, las paredes, e incluso el techo. Entre tocón y tocón había espacio suficiente para caer, pisando lo que parecía ser césped. Evidentemente, la prueba tenía pinta de tener algo que ver con esos tocones. ¿Sería tan solo cosa de ir de uno en otro sin tocar el suelo? De ser así, no parecía nada del otro mundo...
La Sarutobi avanzaba poco a poco hasta posicionarse a apenas metro y medio del primero de los árboles talados. Para cuando se quiso dar cuenta, había sido abrazada por el bicho azulado. Su mirada reflejaba toda la condición que pasaba por su cabeza en ese instante. Sus orbes se hincaban en los del joven, como cien agujas entre carne y uña en mitad de una tortura china.
«¿¿Es que siempre me tienen que tocar los raritos??»
El azulado quedaba incinerado ante la mirada de la chica, pero sus actos no tuvieron fin ahí. Comentó que era un hombre de modales —¿¡DESDE CUANDO ERA UN HOMBRE!?— así como hizo alague de que sus padres lo educaron bien. Le soltó una cachetada en el trasero, y se burló de nuevo con tecnicismos de modales. "las damas primero" añadió al acto.
Sin duda alguna, sacar de sus cabales a la peliblanco no era difícil. Pese a que había puesto mucho de su parte, Doraemon no quería desistir de su intento de suicidio.
Él se alejó un par de pasos, mientras que la Sarutobi por acto reflejo avanzó un par de éstos. Cerró los puños, tomó una potente bocanada de aire, y la soltó en forma de un deliberado suspiro. Dejó escapar todo el aire que contenían sus pulmones, sin miramiento alguno. Tras ello, se dio la vuelta. Con unos cuantos sellos a una mano, la chica realmente se volvió fogosa. —No en el mejor de los sentidos— El fuego se hizo uno con toda su piel. Se había convertido en una maldita antorcha humana, y la mirada de esa potente fuente de fuego penetraba los ojos del individuo azul sin recelo.
—Vuelve a tocarme, y te prometo que te incinero. Maldito gato azul.— Amenazó con el puño alzado de manera amenazante.
Por desgracia para el escualo, a la chica se le había quedado en mente ese dibujo animado con el que lo había comparado anteriormente, y por tanto para ella tenía mas parecido a un gato que a un pez. Ni que decir que a un tiburón menos aún.
El objetivo tan firme con el que había estado subiendo nivel a nivel, había pasado a un segundo plano, o incluso a un tercer plano. No tenía la mayor importancia, la verdad.