6/08/2016, 18:57
La posada del Sediento era una posada como otra cualquiera: con sus dos pisos de altura; su fuego en la chimenea; su zona de bar en el primer piso; y sus postes de madera en el lateral del edificio. Tan solo una yegua ocupaba aquellos postes, atada con una simple cuerda y con una marca blanca en forma de lucero en la frente, de un pelaje marrón.
—Así que quieres que te cuente esa historia, ¿eh? —decía Datsue, con un humeante plato de sopa frente a él.
Estaba sentado en una esquina de la taberna, con el cabello atado en un simple moño y una camisa blanca como única prenda que le cubría el torso, de manga larga. En su regazo, un bebé con ricitos de oro.
—Está bien, está bien. Te contaré cómo salvé a Ayame la Jinchuriki y Eri la Enanita de una muerte aciaga, sacrificándome por el resto y renunciando a un Bijuu que me correspondía por derecho de sangre.
»Pero luego te acabas la sopa, ¿vale?
Resopló, pasándose la mano por la barbilla mientras meditaba por dónde empezar. Su hermana, de ojos tan cristalinos como el Río de la Cascada, le observaba con impaciencia. Apenas rozaba el año, pero sus orbes parecían desprender más inteligencia de lo que un bebé de su edad debería tener. Datsue hubiese preferido que fuese más tonta. Eso le hubiese salvado de un par de disgustos en la vida.
—Todo empezó cuando Ayame se rebeló —empezó Datsue, con voz premeditadamente ronca. Una voz que apenas era un murmullo en la esquina del local, inundada de risas y palabras altisonantes—. Ayame no quería que me convirtiesen en jinchuuriki. Se negaba en redondo. “Convertir a más personas en jinchuurikis no es la solución”, había dicho —se aclaró la garganta—. Lo quería para sí, claro. Lo demandaba como premio del Torneo. —Su hermana le observaba con los ojos muy abiertos—. Sí, cariño, sí. ¡Y eso que ella ya tenía uno! Pero bueno, hay gente golosa… y luego están los de Ame. A esos hay que darles de comer aparte. Total, que Eri se negó en redondo. Ella también lo quería para sí. Fue culpa mía, lo admito —reconoció, con cara de culpa—. Hacía unos días me había cruzado con ella y le había llenado la cabeza de esperanza y frases motivacionales. De esas que venden a los soñadores más incautos. Y ya se sabe que los de Uzu ya tienen demasiadas flores en la cabeza de por sí. Total, que viendo que aquello podía convertirse en la Segunda Gran Guerra Ninja, renuncié al Bijuu que me correspondía por derecho de sangre para que la cosa no fuese a más.
»Pero la cosa no acabó ahí. No, no señor. La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando…
—Así que quieres que te cuente esa historia, ¿eh? —decía Datsue, con un humeante plato de sopa frente a él.
Estaba sentado en una esquina de la taberna, con el cabello atado en un simple moño y una camisa blanca como única prenda que le cubría el torso, de manga larga. En su regazo, un bebé con ricitos de oro.
—Está bien, está bien. Te contaré cómo salvé a Ayame la Jinchuriki y Eri la Enanita de una muerte aciaga, sacrificándome por el resto y renunciando a un Bijuu que me correspondía por derecho de sangre.
»Pero luego te acabas la sopa, ¿vale?
Resopló, pasándose la mano por la barbilla mientras meditaba por dónde empezar. Su hermana, de ojos tan cristalinos como el Río de la Cascada, le observaba con impaciencia. Apenas rozaba el año, pero sus orbes parecían desprender más inteligencia de lo que un bebé de su edad debería tener. Datsue hubiese preferido que fuese más tonta. Eso le hubiese salvado de un par de disgustos en la vida.
—Todo empezó cuando Ayame se rebeló —empezó Datsue, con voz premeditadamente ronca. Una voz que apenas era un murmullo en la esquina del local, inundada de risas y palabras altisonantes—. Ayame no quería que me convirtiesen en jinchuuriki. Se negaba en redondo. “Convertir a más personas en jinchuurikis no es la solución”, había dicho —se aclaró la garganta—. Lo quería para sí, claro. Lo demandaba como premio del Torneo. —Su hermana le observaba con los ojos muy abiertos—. Sí, cariño, sí. ¡Y eso que ella ya tenía uno! Pero bueno, hay gente golosa… y luego están los de Ame. A esos hay que darles de comer aparte. Total, que Eri se negó en redondo. Ella también lo quería para sí. Fue culpa mía, lo admito —reconoció, con cara de culpa—. Hacía unos días me había cruzado con ella y le había llenado la cabeza de esperanza y frases motivacionales. De esas que venden a los soñadores más incautos. Y ya se sabe que los de Uzu ya tienen demasiadas flores en la cabeza de por sí. Total, que viendo que aquello podía convertirse en la Segunda Gran Guerra Ninja, renuncié al Bijuu que me correspondía por derecho de sangre para que la cosa no fuese a más.
»Pero la cosa no acabó ahí. No, no señor. La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado