9/08/2016, 20:11
Nada más terminó de soltar su improvisado discurso, Anzu agachó la mirada y la posó sobre la mesa de madera que les separaba del Kawakage. Durante los momentos siguientes empleó toda su capacidad intelectual en imaginar las múltiples formas de las que Yubiwa podía tomarse todo aquello. Quizá se enfadara con ellos y los expulsara de la Aldea, condenándolos al destierro. O tal vez les impusiera un castigo menos severo pero más difícil, como mil horas de trabajos comunitarios o alguna otra tarea imposible. Lo menos probable, claramente, era que se lo tomase a bien...
Anzu dejó de pensar en todas aquellas cosas cuando notó que la cabeza empezaba a dolerle. Yubiwa llevaba un rato hablando, y aunque ella no le había estado escuchando con plena atención, las palabras del mandatario resonaban en su cabeza con claridad.
—Le pido disculpas, Kawakage-sama, no tengo excusa —respondió, estoica, sin apartar su mirada gris pétrea de la mesa.
Yubiwa siguió hablando, y cada vez la Yotsuki sentía que todo le sonaba a chino. «¿Ieyasu? ¿Un ejército? ¿Uchiha Migime? ¿De qué demonios está hablando este tío?» Trató de seguir el hilo pero le fue imposible; sólo le quedó claro que el bijuu de nueve colas ya no estaba en poder de los samurái. «Entonces, ¿quién carajo tiene a esa bestia?» Decían que cuantas más colas tuviera uno de esos demonios, más poderoso era. El Nueve Colas, o Kyuubi, era el mayor de todos ellos, y ahora estaba en paradero desconocido. Anzu notó cómo se le erizaba el vello de la nuca.
—¿Creéis en los muertos vivientes? Porque Namiron es el nombre del tercer y último Mizukage de la historia de Kirigakure.
Aquello bastó para que la kunoichi alzara la mirada, fijándola en su Kage. Escudriñó aquellos ojos tan extraños, tan peculiares, intentando —en vano— discernir si estaba tomándoles el pelo otra vez. No vió rastro de chanza o burla en la mirada de Senju Yubiwa.
—Pero... Kawakage-sama... Eso no es posible, ¿o sí? —interpeló al mandatario—. Eso significaría que uno de los antiguos Grandes Kage habría vuelto de la tumba para cazar bijuus... ¿En busca de venganza?
Anzu dejó de pensar en todas aquellas cosas cuando notó que la cabeza empezaba a dolerle. Yubiwa llevaba un rato hablando, y aunque ella no le había estado escuchando con plena atención, las palabras del mandatario resonaban en su cabeza con claridad.
—Le pido disculpas, Kawakage-sama, no tengo excusa —respondió, estoica, sin apartar su mirada gris pétrea de la mesa.
Yubiwa siguió hablando, y cada vez la Yotsuki sentía que todo le sonaba a chino. «¿Ieyasu? ¿Un ejército? ¿Uchiha Migime? ¿De qué demonios está hablando este tío?» Trató de seguir el hilo pero le fue imposible; sólo le quedó claro que el bijuu de nueve colas ya no estaba en poder de los samurái. «Entonces, ¿quién carajo tiene a esa bestia?» Decían que cuantas más colas tuviera uno de esos demonios, más poderoso era. El Nueve Colas, o Kyuubi, era el mayor de todos ellos, y ahora estaba en paradero desconocido. Anzu notó cómo se le erizaba el vello de la nuca.
—¿Creéis en los muertos vivientes? Porque Namiron es el nombre del tercer y último Mizukage de la historia de Kirigakure.
Aquello bastó para que la kunoichi alzara la mirada, fijándola en su Kage. Escudriñó aquellos ojos tan extraños, tan peculiares, intentando —en vano— discernir si estaba tomándoles el pelo otra vez. No vió rastro de chanza o burla en la mirada de Senju Yubiwa.
—Pero... Kawakage-sama... Eso no es posible, ¿o sí? —interpeló al mandatario—. Eso significaría que uno de los antiguos Grandes Kage habría vuelto de la tumba para cazar bijuus... ¿En busca de venganza?