16/08/2016, 00:00
La verdad era que Ayame no había esperado que los niños se detuvieran ante su orden. De hecho, su mente había comenzado a funcionar a toda velocidad desde el mismo momento en el que había decidido moverse para decidir qué debía hacer en caso de que los chiquillos hicieran caso omiso a sus palabras... Pero, por fortuna, parecía que no iba a ser necesario. Los niños se habían detenido en seco, todos ellos con sus ojillos fijos en la bandana de metal que la kunoichi lucía en la frente con orgullo.
—¡Mirad, como baje de esta tarima os voy a dar una hostia a todos y cada uno de vosotros, y vuestros senseis no van a poder evitarlo! —El bramido de Zetsuo desde la tarima la sobresaltó incluso a ella, y los niños, obedientes y temerosos, no tardaron en volver a sus respectivos asientos.
Ayame, más relajada después de que el primer problema se solucionada, dejó escapar un suspiro de alivio.
Mientras tanto, Daruu y su padre seguían luchando contra el proyector. O eso era lo que parecía, porque su compañero de misión le había asestado una patada a la máquina. Como si aquello fuera a hacerla funcionar.
Para su completa estupefacción, lo hizo.
El proyector emitió un zumbido apenas perceptible, y la pared volvió a inundarse de las diapositivas de la presentación que había preparado el médico, que había comenzado a farfullar algo por lo bajini. Seguramente, todo tipo de maldiciones dirigidas hacia Daruu.
—Bien, como iba diciendo...
—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.
Ayame ni siquiera lo vio venir. Un súbito empujón la había desplazado contra la pared opuesta mientras un pelotón de gente irrumpía en el salón de actos entre gritos sincronizados, con una pancarta que rezaba lo mismo que ellos cantaban.
—¡¡¡¡Niños, no os dejéis engañar!!!! ¡¡¡¡Las vacunas producen autismo, y cáncer!!!! —el que había hablado era el que se encontraba al frente de la pandilla. Un hombre bastante alto y de cabellos rojos como la sangre.
—¿Pero qué tonterías estáis diciendo? —masculló una dolorida Ayame. Miraba de manera alternativa a Zetsuo y a los manifestantes mientras se reincorporaba frotándose un brazo.
Pero Zetsuo se había cruzado de brazos y se limitó a alzar una mano pidiendo silencio. Sus ojos entrecerrados despedían un peligro que Ayame había visto pocas veces. El médico levantó el dedo índice.
—Lo primero de todo: lo de que las vacunas causan autismo y cáncer es una gilipollez tan brillante como tu color de pelo. Aún me sigo preguntando de dónde cojones habéis sacado esa conclusión. —Zetsuo alzó la barbilla, mirando a la turba desde lo alto de la tarima. Acompañando al dedo índice, levantó el corazón—. Segundo... Si no fuera por las vacunas, la mitad de los niños de esta sala no estaría aquí ahora mismo. —Tras aquellas palabras, el médico frunció aún más el ceño y bajó la cabeza. Su voz se convirtió en el peligroso siseo de una serpiente a punto de atacar—: Me importa una mierda la filosofía de vida que llevéis. Podéis iros al infierno con ella, si es lo que tanto deseáis. Pero no os conformáis con poneros a vosotros en peligro, no. ¡Arriesgáis las vidas de vuestros hijos y de todos los niños que los rodean con todas esas gilipolleces! ¡Marcháos de aquí! ¡AHORA!
—¡Mirad, como baje de esta tarima os voy a dar una hostia a todos y cada uno de vosotros, y vuestros senseis no van a poder evitarlo! —El bramido de Zetsuo desde la tarima la sobresaltó incluso a ella, y los niños, obedientes y temerosos, no tardaron en volver a sus respectivos asientos.
Ayame, más relajada después de que el primer problema se solucionada, dejó escapar un suspiro de alivio.
Mientras tanto, Daruu y su padre seguían luchando contra el proyector. O eso era lo que parecía, porque su compañero de misión le había asestado una patada a la máquina. Como si aquello fuera a hacerla funcionar.
Para su completa estupefacción, lo hizo.
El proyector emitió un zumbido apenas perceptible, y la pared volvió a inundarse de las diapositivas de la presentación que había preparado el médico, que había comenzado a farfullar algo por lo bajini. Seguramente, todo tipo de maldiciones dirigidas hacia Daruu.
—Bien, como iba diciendo...
—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.
Ayame ni siquiera lo vio venir. Un súbito empujón la había desplazado contra la pared opuesta mientras un pelotón de gente irrumpía en el salón de actos entre gritos sincronizados, con una pancarta que rezaba lo mismo que ellos cantaban.
—¡¡¡¡Niños, no os dejéis engañar!!!! ¡¡¡¡Las vacunas producen autismo, y cáncer!!!! —el que había hablado era el que se encontraba al frente de la pandilla. Un hombre bastante alto y de cabellos rojos como la sangre.
—¿Pero qué tonterías estáis diciendo? —masculló una dolorida Ayame. Miraba de manera alternativa a Zetsuo y a los manifestantes mientras se reincorporaba frotándose un brazo.
Pero Zetsuo se había cruzado de brazos y se limitó a alzar una mano pidiendo silencio. Sus ojos entrecerrados despedían un peligro que Ayame había visto pocas veces. El médico levantó el dedo índice.
—Lo primero de todo: lo de que las vacunas causan autismo y cáncer es una gilipollez tan brillante como tu color de pelo. Aún me sigo preguntando de dónde cojones habéis sacado esa conclusión. —Zetsuo alzó la barbilla, mirando a la turba desde lo alto de la tarima. Acompañando al dedo índice, levantó el corazón—. Segundo... Si no fuera por las vacunas, la mitad de los niños de esta sala no estaría aquí ahora mismo. —Tras aquellas palabras, el médico frunció aún más el ceño y bajó la cabeza. Su voz se convirtió en el peligroso siseo de una serpiente a punto de atacar—: Me importa una mierda la filosofía de vida que llevéis. Podéis iros al infierno con ella, si es lo que tanto deseáis. Pero no os conformáis con poneros a vosotros en peligro, no. ¡Arriesgáis las vidas de vuestros hijos y de todos los niños que los rodean con todas esas gilipolleces! ¡Marcháos de aquí! ¡AHORA!