17/08/2016, 22:43
Datsue había sentido su presencia. Así lo confirmó la tensión que agarrotaba cada uno de los músculos de su espalda y el dedo que había levantado, como si estuviera pidiendo permiso para hablar. Pero la rabia que sentía Ayame no lo iba a permitir, y de manera casi automática continuó escupiendo palabras por su boca que ni siquiera pasaban por su cerebro.
—¿Qué no me merezco…?
Ayame se mordió la lengua de manera inconsciente. Se había arrepentido de aquellas palabras nada más las había soltado, pero Datsue estaba de espaldas a ella, por lo que jamás vería el brevísimo destello de aflicción que cruzó sus ojos en aquel momento.
—¿Y quién se lo merece, entonces? ¿Una genocida de masas? ¿Una asesina de hombres y mujeres, de niños y niñas, e incluso de bebés? —le replicó Datsue, y el golpe fue certero como una saeta y gélido como un cubo de agua congelada.
Una parte de Ayame sabía bien que se lo había merecido con todas las de la ley. Pero aún así no pudo hacer nada porque los ojos se le inundaran de lágrimas de un dolor que trascendía mucho más de lo físico. Ni siquiera apretando los puños consiguió mitigar o desviar aquel sufrimiento que llevaba anclado a su corazón como una espina.
—¿O la mujer que lo orquestó todo? —añadió Datsue, claramente apuntando ahora hacia la Arashikage—. Vamos, Ayame. Todos tenemos nuestros pecados. Yo sé que tu Villa es sangrienta por naturaleza… pero por Amateratsu, si nos ponemos a comparar…
Sin embargo Ayame no respondió enseguida. Había cerrado los ojos en un vano intento porque las lágrimas no desbordaran de sus ojos, y nada podía hacer nada por controlar los temblores que sacudían su cuerpo.
—No nos corresponde a nosotros juzgar las órdenes de nuestros superiores... —repitió, como un loro, las palabras que su hermano mayor le dedicó hacía un año—. ¿Qué vas a saber tú?
Y se dio media vuelta. Mientras se dirigía a la salida, le pareció oír la voz de Datsue preguntando algo, pero no llegó a escucharlo. Tal y como había entrado en la posada salió de ella, con el estómago igual de vacío, y la puerta chirrió tras ella como un débil lamento. Por suerte, aunque una débil llovizna seguía cayendo, el viento parecía haber amainado. Al mirar hacia un lado volvió a ver allí al caballo de Datsue, y de alguna manera recordó la visión que tuvo aquella vez cuando se enfrentó a los deseos de la Uzukage y su poder se volvió contra ella.
—Kokuō... —murmuró para sí, y en un gesto distraído alzó la mano para dejar que el caballo la olisqueara y le permitiera acariciarle el hocico.
Era la primera vez que había visto al bijuu cara a cara. Siempre se había dirigido a ella con palabras, y no precisamente demasiado amigables. Pero en aquel momento, ella ya parecía conocerla de algún momento en el psado... O al menos eso fue lo que entendió de las enigmáticas palabras de Rikudo...
—¿Qué no me merezco…?
Ayame se mordió la lengua de manera inconsciente. Se había arrepentido de aquellas palabras nada más las había soltado, pero Datsue estaba de espaldas a ella, por lo que jamás vería el brevísimo destello de aflicción que cruzó sus ojos en aquel momento.
—¿Y quién se lo merece, entonces? ¿Una genocida de masas? ¿Una asesina de hombres y mujeres, de niños y niñas, e incluso de bebés? —le replicó Datsue, y el golpe fue certero como una saeta y gélido como un cubo de agua congelada.
Una parte de Ayame sabía bien que se lo había merecido con todas las de la ley. Pero aún así no pudo hacer nada porque los ojos se le inundaran de lágrimas de un dolor que trascendía mucho más de lo físico. Ni siquiera apretando los puños consiguió mitigar o desviar aquel sufrimiento que llevaba anclado a su corazón como una espina.
—¿O la mujer que lo orquestó todo? —añadió Datsue, claramente apuntando ahora hacia la Arashikage—. Vamos, Ayame. Todos tenemos nuestros pecados. Yo sé que tu Villa es sangrienta por naturaleza… pero por Amateratsu, si nos ponemos a comparar…
Sin embargo Ayame no respondió enseguida. Había cerrado los ojos en un vano intento porque las lágrimas no desbordaran de sus ojos, y nada podía hacer nada por controlar los temblores que sacudían su cuerpo.
—No nos corresponde a nosotros juzgar las órdenes de nuestros superiores... —repitió, como un loro, las palabras que su hermano mayor le dedicó hacía un año—. ¿Qué vas a saber tú?
Y se dio media vuelta. Mientras se dirigía a la salida, le pareció oír la voz de Datsue preguntando algo, pero no llegó a escucharlo. Tal y como había entrado en la posada salió de ella, con el estómago igual de vacío, y la puerta chirrió tras ella como un débil lamento. Por suerte, aunque una débil llovizna seguía cayendo, el viento parecía haber amainado. Al mirar hacia un lado volvió a ver allí al caballo de Datsue, y de alguna manera recordó la visión que tuvo aquella vez cuando se enfrentó a los deseos de la Uzukage y su poder se volvió contra ella.
—Kokuō... —murmuró para sí, y en un gesto distraído alzó la mano para dejar que el caballo la olisqueara y le permitiera acariciarle el hocico.
Era la primera vez que había visto al bijuu cara a cara. Siempre se había dirigido a ella con palabras, y no precisamente demasiado amigables. Pero en aquel momento, ella ya parecía conocerla de algún momento en el psado... O al menos eso fue lo que entendió de las enigmáticas palabras de Rikudo...