24/08/2016, 23:17
—Lo primerro de todo: lo de que las vacunas causan autismo y cáncer es una gilipollez tan brillante como tu color de pelo. Aún me sigo preguntando de dónde cojones habéis sacado esa conclusión. Segundo... Si no fuera por las vacunas, la mitad de los niños de esta sala no estaría aquí ahora mismo. Me importa una mierda la filosofía de vida que llevéis. Podéis iros al infierno con ella, si es lo que tanto deseáis. Pero no os conformáis con poneros a vosotros en peligro, no. ¡Arriesgáis las vidas de...
—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.
Los gritos de los manifestantes ahogaron la peligrosa advertencia de Zetsuo como la ola que se lleva a un soldado totalmente equipado a punto de asestar el golpe de gracia a un prisionero. Comenzaron a avanzar por el salón de actos agitando sus pancartas y empujando a los niños y a los senseis, que intentaban, en vano, parar a la muchedumbre sin causar daños civiles.
—Deberíamos parar esto —dijo Daruu, que se adelantó y comenzó una serie de sellos probablemente imprudentes.
Zetsuo debió pensar lo mismo, porque extendió el brazo enseñándole la palma y le hizo parar antes de que fuese demasiado tarde. Él, después, hizo lo propio y formuló unos cuantos sellos. El resultado, la nada.
El silencio.
Un lecho de plumas había caído sobre los asientos, y tanto los niños como los manifestantes se habían quedado profundamente dormidos. Todos, excepto los profesores, y probablemente Ayame, si es que detectaba la ilusión de su padre a tiempo. Era una ilusión banal, poco compleja, lo suficientemente feble, pero incomprensible para unos paletos que no sabían siquiera que las vacunas eran perfectamente seguras y estaban probadas. Daruu, con la boca abierta, dio un tímido aplauso, hasta que Zetsuo le fulminó con la mirada y le hizo toser, apartar la mirada y sonrojarse avergonzado.
—Venga, ¡lleváos a estos gilipollas! Yo me ocupo de dar la charla —apremió, y los profesores, azorados, evacuaron a los manifestantes con la ayuda de unos cuantos chunin más que vinieron al escuchar el alboroto.
Cuando todo había pasado, Zetsuo deshizo el jutsu. Morfeo todavía bailaba sobre las cabezas de aquellos chicos, que confusos, se preguntaban qué había pasado.
—Como he dicho antes, si no fuese por las vacunas ahora estaríais muertos. Quizás la mitad de vosotros. Y de esa mitad, otra mitad no habríais ni nacido, porque vuestros padres estaban muertos. Así que no me toquéis los cojones y escuchad lo que tengo que decir.
«Este tío da... miedo.»
Daruu obedeció las señales de Zetsuo mientras concluía la charla. Por suerte para Ayame y para él, ni el proyector se atascó en más ocasiones ni les interrumpieron con más monsergas.
—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.
Los gritos de los manifestantes ahogaron la peligrosa advertencia de Zetsuo como la ola que se lleva a un soldado totalmente equipado a punto de asestar el golpe de gracia a un prisionero. Comenzaron a avanzar por el salón de actos agitando sus pancartas y empujando a los niños y a los senseis, que intentaban, en vano, parar a la muchedumbre sin causar daños civiles.
—Deberíamos parar esto —dijo Daruu, que se adelantó y comenzó una serie de sellos probablemente imprudentes.
Zetsuo debió pensar lo mismo, porque extendió el brazo enseñándole la palma y le hizo parar antes de que fuese demasiado tarde. Él, después, hizo lo propio y formuló unos cuantos sellos. El resultado, la nada.
El silencio.
Un lecho de plumas había caído sobre los asientos, y tanto los niños como los manifestantes se habían quedado profundamente dormidos. Todos, excepto los profesores, y probablemente Ayame, si es que detectaba la ilusión de su padre a tiempo. Era una ilusión banal, poco compleja, lo suficientemente feble, pero incomprensible para unos paletos que no sabían siquiera que las vacunas eran perfectamente seguras y estaban probadas. Daruu, con la boca abierta, dio un tímido aplauso, hasta que Zetsuo le fulminó con la mirada y le hizo toser, apartar la mirada y sonrojarse avergonzado.
—Venga, ¡lleváos a estos gilipollas! Yo me ocupo de dar la charla —apremió, y los profesores, azorados, evacuaron a los manifestantes con la ayuda de unos cuantos chunin más que vinieron al escuchar el alboroto.
Cuando todo había pasado, Zetsuo deshizo el jutsu. Morfeo todavía bailaba sobre las cabezas de aquellos chicos, que confusos, se preguntaban qué había pasado.
—Como he dicho antes, si no fuese por las vacunas ahora estaríais muertos. Quizás la mitad de vosotros. Y de esa mitad, otra mitad no habríais ni nacido, porque vuestros padres estaban muertos. Así que no me toquéis los cojones y escuchad lo que tengo que decir.
«Este tío da... miedo.»
Daruu obedeció las señales de Zetsuo mientras concluía la charla. Por suerte para Ayame y para él, ni el proyector se atascó en más ocasiones ni les interrumpieron con más monsergas.